Después de nuestra luna de miel en Asturias, nos trajimos de vuelta regalos para familia y amigos. En lugar de los típicos imanes para la nevera, mi marido y yo, que nos gusta el buen comer, decidimos optar por kits para hacer fabada asturiana envasados al vacío, con la receta paso a paso dentro incluida. Un plan aparentemente sin fisuras.

También nosotros nos llevamos un kit para preparar fabada en casa y revivir los recuerdos de nuestra luna de miel a través del paladar. En un momento de enajenación, accedí a la sugerencia de mi suegra de combinar su kit con el nuestro para cocinarlos de una vez y tener tuppers para varios días.

A pesar de querer mucho a mi suegra, tengo que decir que vive obsesionada con la delgadez y las calorías, mientras que yo, amante de la gastronomía, tengo un peso de alrededor de 90 kg, bien distribuidos y con unos niveles de triglicéridos dentro de unos parámetros estupendos.

Aunque disfruto mucho cocinando, en esta ocasión acepté la ayuda que me ofrecía en lugar de cargar con otra tarea más a la espalda. “Gracias, suegri”, le dije. Acababa de volver de viaje y necesitaba un respiro. Además supuse que la preparación sería una actividad sin complicaciones. Sin embargo, la sorpresa llegó cuando descubrí que ella tenía planes muy distintos.

Sin previo aviso, mi suegra decidió desgrasar los ingredientes de la fabada, chorizo, morcilla, lacón y tocino, cocinándolos por separado de las alubias. La sorprendente receta de fabada «fit» resultó ser un guiso insípido y plastoso, arruinando toda la ilusión depositada en ese plato.

¿Está tratando mi suegra de hacerme adelgazar subliminalmente? ¿Con qué derecho se toma esas licencias?

Después de indignarme en privado por este crimen culinario, mi marido no se lo tomó bien e intentó quitarle importancia, como si yo me hubiese vuelto loca por unas simples alubias. Su intento de restarle importancia a mi frustración solo aumentó el descontento por la situación, ya que para mí, esa fabada tenía un valor sentimental que ni ella ni mi reciente esposo, comprendían.

No es ni medio normal que me imponga de esa forma una dieta baja en calorías a la mínima oportunidad, cometiendo un gastro-delito sin precedentes. ¿Quién le dio permiso?