¿Sabéis de esas veces en las que sientes una vergüenza ajena tan grande que te da la sensación de que eres tú la persona protagonista del suceso que la causa?

Pues eso es lo que me pasó a mí hace un par de meses con una vecina que descubrió que su marido le era infiel en plena reunión de la comunidad de vecinos y delante de un montón de gente.

 

 

A esta señora la conocía de vista como al resto de los habitantes del edificio, ya que yo nunca me había relacionado demasiado con nadie.

Además, casualmente, ella y su marido vivían justo en el piso de al lado del mío, así que con ellos me cruzaba más que con el resto.

Eran personas de mediana edad, simpáticas y agradables al trato. Aunque nunca tuve un contacto muy cercano con ellos, siempre mostramos cordialidad y una actitud de colaboración y ayuda mutua cuando la situación lo había requerido, como sucedió en la época del confinamiento domiciliario.

 

 

Al vivir en el mismo piso nos cruzábamos con frecuencia, no solo en el ascensor o en el rellano sino en las reuniones de la comunidad, aunque es cierto que yo no solía acudir con asiduidad.

Pero justo dio la casualidad providencial de que asistí a la reunión de marras: el destino quiso que no me perdiese el mayor salseo de la historia del edificio.

¡Gracias, universo!

 

Ese día, la reunión comenzó y transcurrió con total normalidad, igual de lenta y aburrida que siempre.

Cuando aquello parecía haber terminado y todos nos alegrábamos secretamente deseando volver a nuestros hogares desde hacía rato, el capítulo se puso de repente interesante y dio un giro totalmente inesperado:

Fue cuando se planteó el momento de decir cualquier otra cosa fuera de los puntos clave de la reunión y entonces la vecina del piso de abajo protestó.

Dijo que, aunque le incomodaba la situación, debía quejarse por el ruido extremo que hacían mis vecinos por las mañanas cuando tenían sexo.

Y les pedía, por favor, que fueran más discretos y menos escandalosos.

En ese momento, allí se encontraba la pareja aludida.  La mujer respondió a la defensiva automáticamente diciendo que eso era completamente mentira puesto que ella trabajaba por las mañanas.

 

Continuó, del tirón y prácticamente sin pensar, afirmando que además aquello era totalmente imposible porque en esos ratos en casa solo estaba su marido, ya que hacía poco que se había quedado en el paro.

Todos vimos cómo sucedían dos cosas alucinantes mientras pronunciaba ese pequeño discurso:

La primera, cómo su marido se ponía, primero, más blanco que la leche y, poco después, más colorado que un tomate.

La segunda, cómo la señora se iba dando cuenta de la situación poco a poco, mientras hablaba, para terminar su parrafada mirándolo directamente con una mezcla entre incredulidad y dolor.

 

 

Pronunció las últimas palabras casi sin aliento y se hizo el completo silencio en ese garaje comunitario.

Él miraba al suelo, apurado. Ella no despegaba sus ojos, como puñales, de él.

La vecina acusadora, dándose cuenta del efecto que habían producido sus palabras e intentando suavizar la tensión generada, se apresuró a decir, con un hilo de voz, que quizás se había equivocado y los fuertes sonidos que escuchaba provenían de la tele.

 

 

Pero todos nos percatamos de que allí algo importante y profundo que seguramente venía de atrás, acababa de salir a la luz públicamente, porque la actitud de la pareja cambió completamente y la tensión continúo cortándose con un cuchillo hasta el mismo momento de la despedida.

 

Yo, a pesar de mi gusto por el cotilleo, he sido discreta desde entonces y nunca he mencionado a mi vecina nada al respecto después de aquello.

Pero está claro lo que ocurrió después por un par de razones:

  • En el buzón de este piso ahora aparece solo el nombre de la mujer, cuando antes estaban los dos…

 

 

  • Hace meses de este suceso y nunca he vuelto a cruzarme con el hombre. Con ella, sin embargo, lo he hecho en varias ocasiones. Siempre sola y con cara mustia y hasta el suelo, la pobre.

Así que creo que esta tarde voy a picar su puerta para invitarla a un café en mi casa si le apetece. Igual tiene ganas de compartir y desahogar sus penas con la joven vecina de al lado…

Si es así, amigas ¡volveré con los detalles de esta historia!