Hasta que nació mi segundo hijo siempre viví en la ciudad. Primero en el piso de mis padres, luego en algunos compartidos y, finalmente, en el que alquilamos cuando me fui a vivir con mi pareja. Los dos éramos urbanitas hasta la médula, jamás hablamos de mudarnos a cualquier otro sitio. Sin embargo, la cosa cambió cuando tuvimos a nuestro primer hijo. Nos dimos cuenta de que nos dedicábamos básicamente a huir de casa. A buscar casi a diario, y siempre que el tiempo lo permitiera, un parque o lugar agradable en el que disfrutar del sol, del aire libre. Lo que antes eran salidas a cines, teatros o restaurantes, ahora que éramos padres eran paseos y meriendas en los columpios.

Y, de pronto, la ciudad se nos hacía pequeña e incómoda para nuestro nuevo estilo de vida más tranquilo y familiar. De modo que empezamos a buscar casa en un entorno diferente. Queríamos naturaleza, tranquilidad y campito. Pero lo que nos pudimos permitir fue un adosado con un pequeño jardincito en el extrarradio.

Mis hijos no pueden jugar en nuestro propio jardín por culpa del nuevo vecino

En cualquier caso, el cambio nos sentó de maravilla y no nos arrepentimos. Vivimos en un lugar mucho más seguro para los niños. Pueden jugar en la calle, no hay tráfico ni peligros. Hacemos muchísima vida al aire libre y disfrutamos un montón de nuestro jardín. En general estamos todos encantados de haber tomado la decisión de mudarnos. Nuestra casa hace esquina, por lo que solo tenemos otra casa pegada por uno de los lados. Esos vecinos pared con pared eran un matrimonio también con hijos pequeños, por lo que todos comprendíamos los posibles ruidos y demás. Eran muy majos, la verdad. Pero, por circunstancias de la vida, vendieron la vivienda y se fueron a otra ciudad. Y desde que se mudó el nuevo propietario las cosas son… diferentes.

No es que ponga música alta, o haga fiestas hasta altas horas, o cualquier otra típica molestia. Es que mis hijos no pueden jugar en nuestro propio jardín por culpa del nuevo vecino. ¿Porque le molestan y ha protestado? No, para nada.

Mis hijos no pueden jugar en nuestro propio jardín por culpa del nuevo vecino

No puedo dejar salir a mis hijos a jugar porque el nuevo vecino tiene por costumbre traer mujeres a su casa. Y las trae para tener sexo con ellas. En la piscina. En las tumbonas. O incluso en mitad del césped. A cualquier hora del día. Y no por un calentón puntual, qué va. Lo he pillado más de una, de dos y de tres veces. La primera vez confieso que me quedé tan volada que me pasé unos buenos cinco minutos atenta al espectáculo. La valla que divide nuestras propiedades mide como 1.50m, por lo que desde mi porche pude ver perfectamente como le practicaban sexo oral en mitad del suyo. Pensé que sería un hecho puntual, francamente, así que se lo conté a mi marido, nos reímos un rato y me despreocupé.

Tan solo un par de días más tarde, mientras mis hijos chapoteaban en la piscina, un movimiento que detecté por el rabillo del ojo llamó mi atención. A mi vecino lo estaban montando sin ningún pudor en una tumbona situada a escasos metros de donde jugaban mis hijos.

Mis hijos no pueden jugar en nuestro propio jardín por culpa del nuevo vecino

Vale que desde donde estaban ellos, y con su altura, no podían verlo. Pero es que cuando no hacían ruido se escuchaban los gemidos de la muchacha y, si me apuras, el sonido de los cuerpos chocando entre sí. Así que los llamé a merendar y los metí dentro. De nuevo, ilusa de mí, pensé que el tío caería en la cuenta de que los había metido en casa porque no quería tener que explicarles cosas para las que no creo que sea ya el momento. Pues no. Esa misma semana, volvimos a tener espectáculo. Razón por la que, si no puedo estar con ellos fuera para vigilar el cotarro, no les dejo salir a jugar al jardín en pleno verano. Qué bien todo.

 

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