No importa lo mucho que queramos rebelarnos contra el sistema o contra los dictámenes de la sociedad. Todas somos permeables a lo que se quiere hacer de nosotras, a través de la educación y de la cultura imperante. Quien más, quien menos, nos sentimos necesitadas de validación y somos sensibles a las críticas, directas o indirectas. Se necesita mucha autoestima para cambiar eso y, para alcanzarla, hay que hacer mucho ejercicio interior.

Yo siempre he creído que la sociedad lee el éxito a través de tres factores, cuyo orden puede ser aleatorio:

1) El físico

Tener un cuerpo dentro de los cánones de belleza se considera éxito, porque traslada la sensación de que esa persona sí que lo ha conseguido. Ha conseguido sacar tiempo de su rutina para hacer ejercicio, así como vencer la tentación de la comida basura que no aporta nutrientes de calidad. Y ha conseguido ser constante.

Eso es lo que se interpreta, claro. Aunque la percepción va cambiando muy poco a poco, lo que lee alguien detrás de una persona gorda es que se ha descuidado. Que prefiere el sedentarismo al ejercicio, comer pizzas a verduras a la parrilla. Da igual que no sepa nada sobre ti, ni lo que haces, ni si tienes patologías, ni cómo es tu metabolismo… En general, se tiene la convicción de que, si de verdad quieres y eres constante, puedes.

2) El profesional

Tener un buen trabajo también es algo socialmente muy loable. Y, generalmente, eso es algo que se aprecia a través de los bienes materiales: su cochazo, su pisazo, su chalet a las afueras, su ropa cara. Dejamos para otro día las diferentes percepciones que generan hombres y mujeres con lo mismo.

Para mí, esta es la más perversa de las lecturas sociales del éxito. Porque sucede como con el cuerpo, que se entiende que, quien quiere, simplemente puede. Y yo me paso por el arco del triunfo todos los mensajes que quieran enviar los neoliberales de turno, ¡qué gente más plasta! NO TODOS TENEMOS LAS MISMAS OPORTUNIDADES. Y no siempre es cuestión de constancia y disciplina.

3) La familia

Ser madre es un plus. Haber tenido hijos y criarlos bien también se considera éxito, porque sigue imperando la adherencia al convencionalismo: la lógica natural es casarte y formar una familia. No en todos los contextos se tiene este pensamiento, claro, pero en muchos es así.

Da para debate lo difícil que se lo pone la sociedad a las madres, pese a leer su éxito cuando se convierten en una. En el momento adecuado, claro, no quieras ser madre sin edad suficiente o trabajo inestable, ¿eh?

Pero se entiende que ser madre es haber asumido la valentía de criar (eso es indiscutible). Y si sumas tener trabajo y cuidarte físicamente, te preguntarán con admiración que cómo lo haces.

Y, cuando no, los bajones

El día a día me da muchas pistas para confirmar que sí, que los tres factores que la gente necesita para atribuir éxito son los que he expuesto. Todos hemos oído comentarios que nos lo confirman, desde el “Y los hijos, ¿para cuándo?” al “Con lo mona que es y lo gordita que está”.

En la actualidad trabajo desde casa y tengo horario flexible. Tiene sus ventajas, pero, como me cuesta organizarme, hay días que me dan las tantas con todo por hacer. Y es entonces cuando aparecen las frustraciones.

Harta de todo y sintiendo que no podía, comencé a llorar la otra otra noche, mientras me comía la ensalada de quinoa que mi novio había preparado para cenar. Y con él me desahogué. Que estaba harta, que no me salía nada, que en el trabajo no terminaba de alcanzar metas, que me sentía estancada, que encima tampoco era constante con los hábitos de vida saludables y que no me gusta mi cuerpo. Que cómo lo hace mi amiga Jenni, con dos hijos, trabajo y tan estupenda. O la Nuria, que no tiene hijos, pero está en ello, y tiene un puestazo y un físico envidiable. 

Sí, caí en el error de compararme. Me llevé un disgusto y se lo di a mi novio, que el pobre me anima como puede. Lo positivo es que yo sabía que, en aquel momento, estaba siendo irracional. Que ni debo machacarme al compararme con nadie ni tengo que asumir que el éxito es lo que la sociedad impone, sino concebir mi propia idea del mismo e intentar ser feliz con lo que tengo.

Según me explicó mi terapeuta después, haber vivido el episodio sabiendo que era irracional, pero aceptándolo, me ayuda a verlo desde fuera, a tomar perspectiva, a gestionarlo mejor y a no dejar que lo que percibo como problema me arrastre. La terapia, al menos, si está sirviendo.

Cómo lidio con ello

Hay dos momentos clave en el día: el de levantarme y el de acostarme.

He dejado de llevarme a engaño con eso de que el horario flexible me permite trabajar a cualquier hora, porque la realidad es la que es: por mucho que me guste trasnochar por encima de madrugar, soy más productiva por las mañanas. Aprovecho mejor el día y evito que aparezcan frustraciones por cosas que no he hecho por culpa de, simplemente, no llevar orden.

Me voy más tranquila a la cama, que es otro momento clave. Porque he conseguido mis objetivos, aunque habría que analizar cuánto de determinada estoy al fijarlos por la idea de éxito que se me ha inculcado. Haya salido bien o no, me voy a la cama dispuesta a descansar y con el firme convencimiento de que el día siguiente es largo y me brindará una nueva oportunidad.

Eso y mucho trabajo mental y emocional para “hackearme” la mente. Para desaprender y entender que ni la fórmula del éxito ni la de la felicidad son las mismas para todo el mundo. Lo fácil que es cuando se escribe o se lo cuentas a otra, y lo difícil que resulta aplícarselo a una misma.

 

Azahara Abril.