Ni me planteé denunciar a un tío que se frotaba contra mí en el autobús porque soy gorda

 

Salí del trabajo puntual, me dirigí a la parada con calma y a los pocos minutos me subí al autobús en el que me iba cada día a comer a casa.

Iba lleno hasta los topes, como siempre. Cuando me tocó subir apenas había ya espacio, por lo que me quedé atrapada justo antes del torno, cosa que ocurría a menudo. Al arrancar noté cómo la persona que tenía detrás se me estaba pegando mucho más de lo socialmente aceptable. Pensé que no tenía opción, a veces había que ir así hasta un par de paradas más adelante en las que se solía bajar gente y por fin podíamos avanzar y dejar entrar más viajeros.

Sin embargo, pronto sentí que la presión era mayor contra mi trasero, y que la persona en cuestión estaba trazando pequeños círculos con su cuerpo.

Me quedé paralizada, no me podía creer que me estuviese ocurriendo eso. Quería moverme y separarme de aquel ser asqueroso, pero literalmente no podía hacerlo, no tenía escapatoria.

Ni me planteé denunciar a un tío que se frotaba contra mí en el autobús porque soy gorda
Foto de Rishiraj Parmar en Pexels

En lo que me pareció una eternidad el autobús se detuvo, abrió las puertas y se bajaron algunos viajeros. Pasé el torno en cuanto se hizo el espacio justo para que este girase y me dejase avanzar. Solo entonces, solo cuando supe que ya había distancia entre aquel tipo y yo, me atreví a mirar atrás para verle la cara. El tío me mantuvo la mirada hasta que fui yo la que la retiró.

Estaba en shock, desconectada, lo único que me preocupaba era que aquel cerdo no se me volviese a acercar.

Cuando llegué a casa salí de la conmoción y me sobrevino el asco, la repulsión y hasta la vergüenza. Todo junto en un coctel que me dejó el estómago encogido el resto del día.

Pero, tras mucho esfuerzo, y cansada por haber vuelto caminando aquella tarde, conseguí dormirme.

Y a la mañana siguiente me convencí de que habían sido imaginaciones mías.

No podía ser de otra manera: nadie se frota contra una gorda. ¿A que no?

Madre mía, cómo se me iba la olla.

 

Ni me planteé denunciar a un tío que se frotaba contra mí en el autobús porque soy gorda

 

Salí de trabajar y corrí a la parada porque el bus ya estaba allí. Pensaba que iba a subir de última, sin embargo, cuando me quedé parada otra vez justo antes del torno, noté que se subían otros dos o tres viajeros. Cuando el bus arrancó, la persona que me seguía chocó levemente conmigo a causa de la inercia, pensé.

Pero ya no volvió a separarse. Volví a quedarme atrapada, petrificada mientras notaba como se restregaba contra mi trasero. ¿De verdad me estaba pasando eso otra vez?

Lo hizo hasta que, en la siguiente parada, pude pasar el torno. Porque, aunque él también lo pasó, yo fui haciéndome hueco para escaparme de allí. Estaba tan angustiada y me sentía tan mal, que empecé a medio gritar que me bajaba en esa e hice que el conductor volviera a abrir las puertas.

Ni me planteé denunciar a un tío que se frotaba contra mí en el autobús porque soy gorda
Foto de Pixabay en Pexels

No podía ser un extraño error de interpretación, había pasado lo que yo creía que había pasado. Y ya iban dos veces. Me daba tanto asco… tanta vergüenza.

Así que, al tercer día, me fui a otra parada a coger una línea que me dejaba un poco más lejos de mi casa, pero me evitaba sí o sí el mal trago.

Unas semanas más tarde volví a ver al cerdo en cuestión. Misma línea, distinto horario, pero también hora punta. Yo estaba sentada en la parte trasera y lo vi subir detrás de una chica. Vi cómo la seguía y se quedaba superpegado a ella. Y a los pocos segundos vi que ella perdía el color de la cara. No necesité que hiciera nada, yo sabía lo que le estaba pasando. Quise ayudarla, pero el bus estaba a tope. No podía hacer nada más que chillarle que parase, cosa que no me atreví a hacer.

Afortunadamente, alguien dejó un asiento y el flujo de personas hizo que la chica encontrara una escapatoria.

 

Ni me planteé denunciar a un tío que se frotaba contra mí en el autobús porque soy gorda

 

Ella, al igual que yo, no hizo nada más que alejarse de él.

Desconozco sus motivos, nunca sabré si el shock la paralizó. Si quizá ella tampoco tenía claro lo que estaba haciendo aquel desgraciado. Si también le daba vergüenza hablarlo con alguien. ¿Pensaría ella que no le creerían si lo denunciaba? Tal vez también pensaba que la gente dudaría si lo contaba, como me pasaba a mí. ¿Cómo iba a denunciar que un tío se frotaba contra mí en el autobús si soy gorda? Es que ni me lo planteé.

Me limité a dejar de subirme a aquel bus a aquella hora, convencida de que a nadie le encajaría que alguien pudiese llegar a esos extremos con una mujer con mi físico.

Han pasado años y ya ni siquiera vivo en esa ciudad, pero a veces me acuerdo y pienso en todas las mujeres que han podido cruzarse en el camino de ese depravado y rezo para que al menos nunca haya osado ir más allá y hacer algo aún peor.

 

Anónimo

 

Envíanos tus vivencias a [email protected]

 

Imagen destacada