Si hace un año me preguntan si alguna vez han abusado de mí, hubiese dicho automáticamente que no. A mí no me han arrastrado a un callejón oscuro, quitado la ropa y violado. No me han puesto una navaja en el cuello, ni me han impedido salir de una habitación en la que no quería estar. Pero sí que me han forzado a hacer algo que no quería, y con el tiempo, he aprendido, que eso también entra dentro del “solo sí es sí.”
Soy una mujer informada, muy feminista, y en contra frontalmente de la violencia en general y machista en particular. Siempre me he considerado una mujer fuerte, empoderada. Sin embargo, te das cuenta que hablar desde fuera es más fácil de lo que uno piensa y que jamás justificarías los abusos sexuales que le pasan a otras mujeres, como te los justificas a ti, porque admitirlo es muy duro y pensar en ser víctima, más.
Empezar a hacer algo, y querer parar en algún momento es un derecho, y si te lo arrebatan, están forzándote a hacer algo que tú no quieres hacer y si esta situación se da durante el sexo, amiga, puede tratarse de un abuso sexual. Aunque al principio dijeses que sí, aunque estés borracha y él crea que estás jugando a hacerte la dura. Esa décima de segundo, que se te pasa por la cabeza, de que te pueden estar violando, que le has pedido que pare y no ha parado, que se ha quitado el condón y no te ha avisado, ese pánico que sientes es muy real, y es tuyo, nadie te puede decir lo que has vivido mejor que tú, pero sí te pueden abrir los ojos y hacer ver que ni es normal, ni es legal, que se llama abuso y que hay que luchar para que no vuelva a pasarte ni a ti, ni a tu amiga del baño de discoteca.
Hace unos años circuló una encuesta sobre violencia machista que hacía a las mujeres muchas preguntas incómodas, que nos hizo enfrentarnos a nuestros temores. Pero, gracias a esas preguntas, por fin pudimos responder libremente, sin que nadie nos juzgara por hacerlo, y contar lo que de verdad vivimos. Gracias a esa encuesta entendí que lo que yo viví aquella noche no era normal, que se llama abuso y que, si no seguimos contando nuestras historias, seguirá habiendo chicas que las vivan sin darles la importancia que merecen. Seguirá habiendo chicas que pasen años sin volver a follar por una noche de mierda en la que un tío les arrebató la libertad sexual que tenían y que tardarán en recuperar.
Tías, sigamos hablando, sigamos contando nuestras historias. Paremos cuando queramos parar y emborrachémonos sin miedo a lo que nos pueda pasar.