Rebeca siempre fue la persona menos romántica de su entorno. Sus amigas se metían con ella de broma y le decían que con esa actitud nunca encontraría el amor, y ella siempre respondía que no tenía pensado buscarlo. En todas las conversaciones sobre películas o novelas de amor ella hacía algún inciso para decir cosas como “vomito arcoíris” o “perdonad, me estáis subiendo el azúcar con tanto empalague”. Ella había tenido alguna relación no muy importante y, no es que no creyese en el amor, pero no creía en esa obnubilación de la que hablaban sus amigas, en el amor a primera vista, en que existiese el amor ciego y demás “patochadas”. Ella creía que podías enamorarte tras conocer profundamente a una persona y, racionalmente, saber que puede cumplir una serie de expectativas.

Su mejor amiga era todo lo contrario. Soñaba con el príncipe azul que acudiese en un caballo blanco, no a salvarla (porque ya empezaba a luchar en contra de los estereotipos y eso) pero si acompañarla a dar paseos románticos por la orilla del río en primavera. Sinceramente, yo también vomitaría arcoíris, pero… cada una es libre de soñar lo que le apetezca. Las veces que se había enamorado, a pesar de que tenían conceptos del amor diferentes, había encontrado en Rebeca una aliada que se alegraba por ella, que la acompañaba en la ilusión aunque mantuviera más los pies en el suelo, y que la sostenía en la ruptura como solo una buena amiga puede hacerlo.

Hacía poco que Rebeca había pasado un par de noches en casa de su amiga para que no durmiera sola después de un desengaño bastante feo, cuando su amiga le pidió que la acompañase a otra ciudad a buscar a su primo al aeropuerto. La empresa para la que trabajaba lo había trasladado y vendría a casa de su prima mientras buscaba un piso propio para instalarse definitivamente. Aunque eran amigas desde hacía muchos años, no conocía a su primo porque vivía a casi 1000 km de allí, como el resto de su familia paterna.  Su amiga estaba emocionada porque, aunque se veían poco, siempre se había llevado muy bien con él y mantenían una comunicación bastante activa desde que él abrió sus redes sociales.

Llegaron al aeropuerto con bastante antelación, así que, cuando las puertas se abrieron por primera vez par que salieran los primeros pasajeros, ellas estaban sentadas de cualquier manera en un banco, aburridas de esperar. Cuando su amiga vio a su primo a lo lejos, la avisó de que debían acercarse, entonces Rebeca se intentó peinar un poco y colocar su ropa, pues poco menos que estaba en modo andar por casa. En el mismo momento en que se colocaba el pelo simplemente para que no pareciese que se acababa de despertar, lo vio. Era un hombre moreno, con la mirada profunda, con la mandíbula marcada escondida bajo una barba de pocos días. Y, como en las películas que su amiga le obligaba a ver con ella, de pronto la velocidad se ralentizó unos segundos, haciendo que pudiese percibir cada movimiento con detalle. Aquel chico pasaría de largo si no fuera que su amiga se abalanzó sobre él en un abrazo que podría haber tirado a cualquiera. Pero a él no, porque con sus fuertes brazos la levantó y le dio dos vueltas en el aire mientras reía con alegría. Al girar, el olor a su perfume atravesó a Rebeca como una brisa fresca en un día caluroso. Él la miró, sonrió y dijo “Tu debes de ser Rebe”. Odiaba que le llamasen así, pero de pronto le sonó dulce.

Ella sonrió y, por primera vez en su vida, se sintió abrumada por una ola de sensaciones inexplicables. No era racional, no era lógico, no era normal para ella, pero el corazón le palpitaba a toda velocidad y las manos le sudaban. Se convenció de que el atractivo de aquel hombre la había impactado e intentó seguir con sus reacciones habituales, pero no pudo. Cuando él se acercó a darle dos besos, ella sintió un impulso muy fuerte de besarle los labios allí mismo, pero simplemente le dio la mano muy fuerte y abrió mucho los ojos en señal de sorpresa (gesto que no pasó desapercibido por su amiga). En el coche de vuelta, él iba preguntando a su prima cómo se encontraba ahora con su nueva soltería y le decía que, mientras buscaba piso podrían aprovechar las noches para ahogar las penas juntos, ya que la empresa le daba un par de semanas para asentarse y podría disfrutar a tope con ella. Rebeca sentía que a cada palabra que salía de sus labios le gustaba más y se sorprendió imaginándose con él. No en la cama, no bailando de forma seductora, no. Se lo imaginó caminando de su mano por la calle, como algo cotidiano. Se asustó mucho. Jamás había sentido algo así y todos sus impulsos la forzaban a huir de aquella situación. Además, era el primo de su amiga, no un tío cualquiera con el que si tenía una mal rollo, no volvería a ver.

La primera semana, Rebeca puso todas las excusas posibles para evitar pasar tiempo con su amiga y su primo recién llegado. Pero al llegar el fin de semana…

Era inevitable que aquello pasase. Su amiga creía que algo le había parecido mal y por eso había reaccionado así en el aeropuerto. Ella no sabía cómo explicarse cuando escuchó “es que es una pena que mi primo te incomode porque creo que tu a él le has gustado”. Entonces Rebeca se puso colorada, se le escapó una risilla infantil y pudo escuchar sus propios latidos, de los nervios. Su amiga rio a carcajadas ante aquella reacción de Rebeca. Podría esperarlo de cualquiera de sus amigas, pero no de ella.

Esa noche saldrían. Pretendían enseñarle al forastero cómo se las gastaban en aquella ciudad de marcha, pero ese día no podría ser, pues al poco rato de llegar al primer bar, mientras sus amigas charlaban entretenidas (y alguna hacía gestos de lo atractivo que era el primo de zumosol) él se acercó a saludar a “Rebe”, ella abrió la boca para contestar, pero su cuerpo quería otra cosa y, sin poder evitarlo, se acercó a él demasiado. Él se puso claramente nervioso, le tembló la voz muy sutilmente al decirle “eres preciosa” y, sin más esperas, la besó.

No se fueron a su casa a pasar una noche de pasión. Estuvieron, como adolescentes, besándose en cada esquina de la ciudad, haciendo pausas para charlar… Solamente sabían del otro el nexo que les unía a su amiga, así que no deberían tener mucho de qué hablar, sin embargo esa noche se conocieron tan profundamente que nunca más pasaron un día sin verse y sin besarse…

Ahora, dos años después, la amiga de Rebeca es la encargada de planificar su despedida de soltera. Ninguna creyó que aquello pudiera pasar, pero Rebe ya no vomita arcoíris, los pinta allá donde va, con el amor se su vida de la mano.

 

 

 

Si tienes una historia interesante y quieres que Luna Purple te la ponga bonita, mándala a [email protected] o a [email protected]