VAINILLA: además del sabor de helado más rico, es un término designado en el mundillo BDSM para referirse a las personas que disfrutan del sexo ‘convencional’. En otras palabras, todas aquellas conductas sexuales que entran dentro de lo socialmente considerado normal (agh, ‘normal’, qué palabra más fea) porque no incluyen parafilias, fetichismos varios o prácticas relacionadas con el BDSM.
Siempre me he considerado una chica curiosa en todos los sentidos. Me gusta perderme entre libros y cuando algún tema me interesa de verdad, acabo sumergiéndome bien a fondo. Soy preguntona y a veces un pelín impertinente. Supongo que mis ansias de cotilleo no gustan a todo el mundo y me parece totalmente entendible.
Esta curiosidad también se aplica a mi vida sexual. Pienso que hay que probarlo todo una vez para saber si te gusta o no. Esa es mi regla, y así fue como me introduje en el mundillo BDSM.
Para ser sincera he salido con tíos de todo tipo y no solo físicamente. Los gustos de mis ligues dan para libros y más de un follodrama que ya hay publicado en WeLoversize (siempre con pseudónimo porque soy una señora elegante). No me gusta cerrarme en el amor (o en el sexo, que tampoco quiero un príncipe) y fue así como conocí a Javi.
No tiene mucho misterio. Es la típica historia millennial de ‘chica conoce a chico en Tinder y acaban follando’, pero Javi tenía algo que mis anteriores ligues no tenían: era capaz de hacer que yo me corriese cada vez que quedábamos. No había polvo sin correrme. Era como beber un chupito de Jäger con la certeza de que al día siguiente tendría resaca, sólo que el resultado de quedar con Javi era mucho más apetecible.
¿Por qué me parecía tan sorprendente que Javi fuese un puto crack en la cama? Pues porque el sexo con él era totalmente vainilla. Su postura favorita era el misionero y como mucho yo encima, y sin embargo tenía unos movimientos de cadera que me hacían ver el cielo. Cuando me comía, tardaba menos de 10 minutos en acabar en su boca, y si usaba las manos no llegaba ni a 5. Era una maravilla.
Gracias a él entendí que ser ‘vainilla’ no significa ser malo en la cama y muchos de mis prejuicios se esfumaron. Reconozco que antes de Javi miraba por encima del hombro a la gente con gustos normativos y esto supuso para mí un golpe de realidad (o de humildad, que me hacía mucha falta).
No prejuzguéis a una persona por sus gustos, amigas, porque la vida te da sorpresas y limitar tus orgasmos nunca es un acierto.
Redacción WLS