Lo mío con este chico no fue amor a primera vista, porque amor, lo que se dice amor, no hay. Pero podría llegar a haberlo, ya que lo nuestro sí que se puede considerar un flechazo. Nos vimos, nos miramos a los ojos, nos pusimos a hablar y, en cuestión de horas, teníamos algo calentando motores. Empezamos a tener citas, a hablar a diario, una cosa fue llevando a la otra… No sé, yo estaba emocionadísima. El chico es un encanto, superdivertido y como muy afín a mí. Y es muy mono, que no es requisito imprescindible, pero siempre es un plus. Lo pasábamos tan bien juntos…

Una noche, después de haber salido cenar y bailar, y de haber compartido un sexo muy bonito y satisfactorio, me propuso quedarme a dormir. Era tarde, fuera llovía, estábamos deliciosamente agotados… Me dije que ya podía estar bastante segura de que no era un psicópata y acepté.

Nos acurrucamos en la cama, nos hicimos unos cariñitos y poco después nos dormimos en cucharita. Qué ideal todo. La noche, las sensaciones, el sonido de las gotitas de lluvia batiendo contra los cristales…

Me desperté de repente con un estruendo que mi cerebro abotargado no fue capaz de identificar. ¿Sería algo en la calle? ¿Un trueno, quizás? No. Cuando se repitió ya estaba más despierta y pude identificarlo. Pedazo de tremendo pedo trompetero. En serio, en mi vida había escuchado nada igual. Yo allí impresionada perdida, y el tío sopas profundo. Ni se inmutó después de haber soltado semejante gas. Una flatulencia que, por un momento, me hizo hasta gracia. Pero la risa se me cortó en cuanto me llegó el olor. Qué ascazo más grande, madre del amor hermoso. Qué horror, qué peste. Me vino hasta una arcada. No me levanté para abrir la ventana y asomarme a respirar aire limpio porque todavía me tenía abrazada por la espalda y me daba rabia despertarlo. Después de un rato desvelada, me volví a dormir sin más sobresaltos.

Me convencí de que había sido un espectáculo único. De que tal vez la cena le había sentado mal… Me olvidé del tema y no me volví a acordar hasta que, unos días después, se quedó a dormir en mi casa. Llevábamos menos de media hora sobando cuando me volvió a despertar con otro de esos pedos tan extraordinarios. A ese le siguió un segundo, tercero… sin siquiera moverse del sitio, el chico se tiró cuatro pedos no solo ruidosos hasta lo cómico, sino también nauseabundos.

Puede que sea un poco remilgadita, no lo niego, aunque, con eso y todo, dudo que a nadie le parezcan normales. Es para ir al médico y hacérselo mirar, porque este chico tiene que tener una intolerancia no conocida o algo que le está haciendo mal. Sin embargo, a él se le ve todo pancho. Ni siquiera se entera de la monstruosidad que le sale por el culo en cuanto se duerme.

En cambio, yo sí. Yo los oigo, los huelo y me quiero morir del asco. Al punto de que me replanteo la continuidad de lo que tenemos juntos. Porque yo lo veo y veo todo lo bueno que me aporta, pero luego me acuerdo de cómo es pasar una noche a su lado y se me revuelven las tripas. Y ya no sé si dejarlo aquí, si seguir inventando excusas para no dormir más con él, o esperar a ver si cogemos más confianza y sugerirle que vaya al médico.

 

Anónimo

 

Envíanos tus historias a [email protected]

 

Imagen destacada