Ya sabéis que el mundo de las citas Tinder, en realidad, es un multiverso lleno de posibilidades infinitas. Pero incluso cuando asumes todas las factibles consecuencias y ya tienes experiencia, sigue sorprendiéndote una y otra vez. Y, para disgusto de muchas, normalmente es un estupor que te corta un poquito el cuerpo. Pero piensas, ¡hemos venido a jugar!, y sigues probando suerte en la ruleta rusa.

Yo creía que lo tenía bastante dominado, ya había depurado la técnica bastante. Lo de descubrir perfiles falsos se había convertido en un entretenimiento más que me ofrecía la aplicación.

Cantaba el catfish muchísimo cuando solamente tenían una foto en el perfil, en la que además salían guapísimos. ¿Qué tipo de modestia te iba a llevar, siendo un ser muy agraciado en lo que al físico se refiere, a compartir una única foto? ¡Meeeeck! Falso.

También percibo fácilmente un tipo de aura en las fotos de guapitos MADE IN USA. No sabría explicarlo, pero lo veo. Es el color de la imagen, principalmente, sumado a los suelos enmoquetados y a los carteles que se pueden apreciar de fondo escritos en inglés. Pero luego en sus biografías se describen cien por cien españoles, y que han vivido siempre en España. ¡Meeeeck! Falso también.

 

Y, por supuesto, por mucho que nos joda, no te puedes fiar nunca del perfil “perfecto”: tiene fotos en las que sale superatractivo y con cuerpazo de modelo, busca una relación estable, tiene un buen trabajo, aficiones interesantes, y vive cerquita de ti. Solo basta con hacer una búsqueda por imágenes en Google para descubrir que ha robado las fotos de algún modelo extranjero, famoso poco conocido en aquí, o incluso un tipo random de catálogo.

Siempre estoy alerta con estas cosas, pero supongo que el hecho de que este chico del que os quiero hablar pusiera fotografías de un tipo guapetón, pero no impresionantemente adonis, no hizo saltar mis alarmas. Simplemente, como siempre, le pedí alguna foto más y me la mandó. Estuvimos unos días hablando, primero por la aplicación y después por WhatsApp.

Nos enviábamos audios y fotos de lo que estábamos haciendo en ese momento, había buen rollo. No esperaba mucho de él, pero sí me apetecía conocerle, así que poco tiempo después del match le propuse quedar un día cuando me dijo que estaba aburrido. Pero, justo después de leerme, desapareció durante horas sin contestar. ¡Vaya mala casualidad!

Al tiempo retomamos el buen ritmo de la conversación y, de nuevo, volvió a surgir la oportunidad de vernos en persona. Esta vez puso una excusa tonta, pero a mí, en lugar de desistir, me entraron más ganas de quedar. Era muy extraño que, charlando tanto y estando cerca, no pudiésemos vernos nunca. ¡Me había propuesto averiguar qué pasaba!

Pero un día, cuando me encontraba a punto de desistir, me dijo que si me apetecía que nos tomáramos algo juntos. Yo podía y, por supuesto, acepté. Le ofrecí que eligiese él el sitio y la hora para que no se le complicase la cita. Y, un rato después, me encontraba ya camino de nuestro encuentro.

No me daría vergüenza ninguna reconocer que iba ilusionada, o tranquila, pero la verdad es que algo me olía mal. Puedo demostrar que no miento porque, cuanto llegué al bar y descubrí que estaba cerrado, algo me hizo quedarme dentro del coche. Le mandé un audio contándole que en ese sitio no íbamos a poder tomar nada, y me respondió que le esperase fuera porque ya estaba llegando.

Justo en ese momento otro coche se paró a mi lado y el conductor, con las ventanillas bajadas, me miró y sonrió. ¡No había visto a ese tío en mi vida! Y, sin embargo, él parecía que me conocía.

Me llamó por mi nombre, me dijo que era el chico al que estaba esperando, y que si nos íbamos a otro bar. Yo pestañeé dos veces, soy miope y no podía creer lo que veía. Lo de los perfiles con fotos falsas lo doy por hecho, pero ¿qué tipo de persona se presenta en la cita?

Le dije que no le conocía, que él no era el de las fotos y se rio respondiendo que eran un poco antiguas y que había cambiado bastante. ¡Pero os puedo asegurar que no! Ese chico y el de Tinder no eran ni primos lejanos.

Estaba tan incómoda que pensé en arrancar el coche y acelerar sin mirar atrás, pero el shock no me dejaba reaccionar. Finalmente, acerté a pedirle que no me tomara más el pelo, que tenía ojos en la cara. Pero insistió en ir a tomar algo, “ya que estábamos ahí”. No sé si su plan era ese, convencerme para sentarme en una mesa de un bar dificultando mi huida al descubrir la verdad, pero el bar cerrado y que yo ni me hubiese ni bajado del coche se lo estropeó.

Le respondí que no. En realidad me hubiese encantado tomarme dos y tres cervezas con él, independientemente de su físico, pero no podía soportar las mentiras, el engaño. Y entonces sí arranqué el coche y me marché lo más dignamente que pude. ¡La cita más corta de la historia!

Anónima