Una siempre espera que las cosas vayan como le han enseñado: si estudias y te esfuerzas, te sacarás una carrera. Si te sacas la carrera, tendrás un buen trabajo con un buen sueldo. Cuando tengas un buen trabajo, podrás empezar a vivir tranquila y tener los proyectos que quieras.

En mi caso no fue así para nada.

Me esforcé, os lo juro. Los últimos días de bachillerato tuve hasta diarrea de la ansiedad. No dormía, solo estudiaba, estaba pendiente de absolutamente todo. Me reuní con los profesores, intenté subir nota en todas las materias y me preparé muchísimos esquemas.

Todo parecía ir bien, o eso se suponía, tenía una buena nota media y solo tenía que hacer el remate final en la selectividad.

No tenía claro qué estudiar, la verdad es que me daba bastante igual. Lo que sí sabía era que quería ahorrar para montar mi propio negocio algún día, entonces la carrera solo era un medio para encontrar un buen trabajo y empezar a ahorrar.

Mi plan era ir a la selectividad, sacar la máxima nota posible, mirar que opciones tenía y escoger la más viable, teniendo en cuenta la proximidad, el precio, la dificultad…

Hubiera hecho administración y dirección de empresa, enfocando a mi futuro, o turismo, para tener más puertas abiertas, o quizás contabilidad y finanzas o economía. Tenía varias puertas abiertas y fui a hacer los exámenes bastante animada.

Los acabé con la sensación de que podría haberlo hecho mejor, como siempre. Los nervios me jugaban muy malas pasadas y no ayudaban nada. A veces me quedaba completamente en blanco y no conseguía recordar cosas que había estado leyendo literalmente hacía unas horas. Otras, me daban dolores de barriga o taquicardias y tenía que centrarme en no morirme o en no empezar a sudar y dar el espectáculo. Pero en general, podía controlarlos medianamente y salir del paso, aunque no fuera al 100%.

Pasaron los días y publicaron las notas. Las primeras que salieron fueron un palo, no estaba suspendida, pero sí que eran notas muy justitas, varios cinco y pico, un seis con poco… Pensé que quizás esos serían los únicos que me habían ido regular y que, con un poco de suerte, me harían media con los demás y entre eso y bachillerato acabaría con una nota digna, pero no fue así.

Cuando salió la segunda tanda de notas, empecé a ver los suspensos. Os mentiría si os dijera que lo encajé bien. Me entró una ansiedad y una llorera tremenda, mis padres intentaron consolarme, pero yo ya veía que me iba a quedar una nota terrible y no me iba a hacer media. Esto se confirmó cuando, después de un par de suspensos épicos, la propia web ya me mostraba que mi media no llegaba al aprobado.

Todo mi esfuerzo se había ido a la mierda y me obligaba a estar un año más estudiando. A retrasar todo un curso entero y a invertir más tiempo del necesario, o del que le dedica todo el mundo, a poder entrar en la universidad.

Estuve muy deprimida, pero mis padres se lo tomaron muy bien. Me recomendaron que me tomase un año sabático, que descansase o que trabajase, que no me preocupara tanto, que era muy joven y que podría retomarlo en cualquier momento. Así que después de un mes siendo una muerta en vida, de repente le empecé a ver sentido a sus palabras y me puse a buscar trabajo.

Encontré un puesto libre en un bar que estaba cerca de mi casa, buscaban gente para afrontar el verano y empezaban a formarles ahora, así que probé suerte, se me dio bien y me contrataron.

No era el trabajo de mis sueños, y contra más tiempo pasaba allí, más me reafirmaba en que yo lo que quería, era tener mi propio negocio. Cada día, cuando iba a trabajar, pasaba por delante de un local que ponía en grande “se traspasa”, no se veía muy bien el interior porque estaba como empapelado, pero se veía grande y estaba bien ubicado.

Después de varios días pasando por delante y picándome la curiosidad, llamé al teléfono para preguntar, y una mujer de una agencia se ofreció a hacerme una visita. De repente, lo vi muy serio y pensé que cuando vieran que era una chica a penas mayor de edad, no me iban a hacer caso, así que avisé a mis padres y les pedí que vinieran conmigo.

Cuando la chica nos enseñó el local, vimos que era una pizzeria. Nos explicó que estaba completamente equipado y preparado con todo: los hornos, las salidas de humos, las mesas, las sillas… Que, pese a que habría que darle un lavado de cara, el local era una muy buena oportunidad de negocio y no entendía como nadie se estaba interesando por él. 

Nos lo vendió muy bien, pero cuando nos dijo el precio, no nos lo podíamos creer. El local era BARATÍSIMO, el antiguo dueño había dejado unas deudas con el banco y por él pedía, literalmente, el importe que le quedaba pendiente por pagar. Era irrisorio, hasta mis padres fliparon y me miraron como si fuésemos a firmar allí mismo. Le dijimos a la mujer que nos lo pensaríamos y nos fuimos para casa.

Era una muy buena oportunidad, eso estaba claro, pero yo no tenía el dinero. Dependía completamente de mis padres, que, aunque no fueran ricos, vivían bastante bien.

Esa noche estuvimos hablando largo y tendido de si veíamos viable coger ese local, al final yo era muy joven y no había trabajado nunca, pero era el objetivo vital que tenía y se me ponía en las narices mucho antes de lo previsto. Preparé un plan de negocios, eché las cuentas, calculé la inversión inicial, contacté con un gestor y me informé de todo el papeleo. Les preparé una presentación con todos los datos, que les acabó de convencer y me dijeron que hablarían con el banco y, si les daban el dinero, me lo prestaban.

Estaba muy emocionada, iba a trabajar convencida de que iban a ser mis últimos días y ya me veía diseñando la pizzería, preparando todo y haciendo las compras para la apertura, entrevistando a posibles trabajadores y dirigiendo todo. Mi sueño, por fin, cobraba forma.

Finalmente, mis padres me confirmaron que les habían concedido el préstamo y me pudieron dar el dinero. Soy consciente de que pude hacerlo gracias a ellos y que no todo el mundo tiene esa suerte, pero también he de decir, y bien orgullosa de ello, que en un año y poco, pude devolverles absolutamente todo el dinero, y ahora mi negocio ya solo da beneficios.

Al principio costó, como todo, pero con esfuerzo y las mil horas que se le echan al principio a los negocios, pude sacarlo adelante.

Gracias a toda la gestión, actualmente a penas piso la pizzería. Tengo una encargada que es maravillosa y lleva el negocio perfectamente. Yo me dedico a hacer todo el papeleo, gestión de personal y, desde hace poco, a intentar abrir otro local.

Resultó que, lo peor que me había pasado en la vida, acabó siendo la mejor oportunidad que la vida podía darme.