La amistad debería ser ajena a cualquier tipo de juicio. Las amigas deberían ser como hadas del bosque o como pequeños animales mitológicos y místicos que sólo supieran escuchar y responder siempre con la frase acertada. Me encantaría ser ese tipo de amiga, pero no me parezco en nada a eso.

Lo intento, pero tengo un problema: soy muy moralista. Desde pequeña me han enseñado con gran vehemencia lo que está bien y lo que está mal.

Me han enseñado a seguir las normas a rajatabla, a condenar a quienes no lo hacen. Han metido en mi cabeza (y lucho por borrar esta programación) que, para que te quieran, tienes que actuar de determinada manera. Que hay cosas que son IMPERDONABLES.

 

Por eso, cuando una amiga me cuenta algo que ha hecho y que está mal, me cuesta mucho no juzgarla. No lo hago en voz alta, al menos. La escucho, respondo que no se preocupe, que todos nos equivocamos. Pero por dentro me siento traicionada. ¿Cómo ha podido mi amiga hacer eso? ¿Es la persona que creía que era?

Esto me pasó con una de mis mejores amigas cuando me contó que le había sido infiel a su novio… varias veces.

Ella había llorado mucho por ese chico. Porque no lo conseguía, porque pasaba de ella, porque no quería nada serio. Y, cuando por fin tenía una relación estable con él, aprovecha que está fuera para tirarse a otro en su propia cama.

No pude evitar reprobarla en mi interior. Y, también, sentirme un poco celosa. Ella es una de estas personas que nacen con estrella. Que consiguen lo que quieren sin esforzarse demasiado, que vienen de una familia con contactos, que tienen suerte en la vida. Y pensé que precisamente estos privilegios la hacían no valorar lo que tenía. Un novio bueno que la quería tal y como era.

Yo la apoyé como pude y nunca, nunca le he contado lo mal que me pareció que hiciera eso.

Tras varios encuentros con este chico (y tras chatear con otro más), su novio le pidió matrimonio justo con el anillo que ella había visto en no sé qué joyería y que había dejado caer que le encantaba. Dijo que sí, por supuesto. Y se puso muy feliz, no digo que no.

Tuvo una boda perfecta. El traje a medida perfecto. La celebración perfecta. El menú perfecto. El baile perfecto. Se quedó embarazada. Encontró el trabajo ideal con un sueldo genial. Tuvo a su hijo, un niño precioso y feliz.

amiga secreto

Cuando sucedió todo, ella estuvo a punto de contárselo a su novio. De esto hace años, y a veces todavía me sorprendo preguntándome cómo habría sido su vida si lo hubiera hecho y sintiendo, debo decirlo, algo de autocompasión.

¿Por qué a ella, que ha sido desleal tantas veces, le ha ido tan bien, y a mí, que cumplo con todas las normas morales, me ha ido como la mierda en el amor?

Y me pregunto qué pasaría si yo le contara todo a su marido. Pero no lo haré jamás. Porque es mi amiga, y eso está por encima de cualquier cosa.