Desde siempre he tenido la idea equivocada de que no me gustaba la navidad. Esto viene de que en mi casa no eran unas fechas muy queridas, ya sabéis, ese rollo de añorar a quien no está… Al hacerme adulta me di cuenta de que a mi si me gustan estas fiestas, quizá porque lo de añorar lo llevo encendido todo el año, no me afecta especialmente más con el turrón.

A pesar de esto, mi madre siempre ha cuidado mucho la elaboración de los menús de nochebuena, navidad, fin de año… A principios de diciembre suele empezar con ese “Pues a ver qué cenamos este año…” y entonces empieza a dar opciones de platos exquisitos y combinaciones que garantizan dar un buen soporte a las dos copitas que algunos se pueden tomar después. Obviamente, decidamos lo que decidamos, lo que es innegociable es que se hará en cantidades desorbitadas, con la duda permanente de si llegará antes y la elaboración de tuppers para el congelador después.

Y es que, aunque no le gusten estas fechas especialmente, el hecho de que nos juntemos todos en su casa, que podamos compartir entre nosotros en su presencia algunas anécdotas le encanta. Yo la entiendo perfectamente. Tengo dos niños y una niña, como ella, y veo que cada vez que se cuentan cosas en confidencia, que juegan juntos, que se dan un abrazo, a mi me crece el corazón. Así que me imagino cómo será cuando sean mayores y sigan queriéndose como quiero yo a mis hermanos y me emociono bastante. El caso es que… Pues eso, tengo 3 criaturas, su casa es bastante pequeña y cada navidad debemos mover muebles para poder meter forzada una mesa donde comemos bastante incómodos y quedarnos a dormir, obligándola a ella a dejarnos su cama… Un lío. Yo en mi casa tengo una mesa donde cabemos todos sobradamente, camas para quien se quiera quedar y a mis hijos están en su casa, donde todo está adaptado a ellos.  Pero a pesar de todo esto, no había manera de convencerla de que era mejor opción celebrarlo en mi casa.

Respeto de verdad lo que le gusta tenernos allí, pero era algo realmente incómodo y, al nacer mi pequeña, no solamente éramos uno más, sino que al fin convencí a mi suegro de celebrar las navidades con nosotros y que no se quedase solo, por lo que ya era inviable seguir cenando todos allí, con las sillas pegadas al sofá y entre sí, la mesa de la cocina en el salón…

Entonces, a regañadientes, accedió hace 3 navidades a trasladar las celebraciones a mi casa. Puede parecer una tontería, pero os juro que, para mí, además de ser una solución práctica y cómoda, es algo que recibo como un testigo que no sé si sabré sujetar.

Mi madre… ¿Cómo decíroslo? Es la persona más maravillosa que existe, es esa mujer que ha sufrido mis pesares más que yo misma, pero sin decir ni mu; esa que está siempre (protestando, si, pero siempre) dispuesta a todo, llevando a sus espaldas el peso de cualquiera de nuestras preocupaciones olvidando que le toca hacerse cargo de las suyas primero. No nos ha dado las navidades más alegres, pero si las más bonitas. Siempre cuidando los detalles, haciendo el plato que le gusta a este, comprando el turrón que prefiere aquel y pendiente de que todos estén a gusto. Y ahora… ¿me toca a mi?

La respuesta es “NO”. Porque, aunque la navidad se traslade de lugar, de las comidas y las cenas se sigue encargando ella, como buena anfitriona, y es que mi casa es suya y lo sabe. Así que, unos días antes empezará a cargar a mi marido con “es que vosotros no tenéis una tartera bajita para la carne del 24 y prefiero llevar la mía” y botellas de champán que quedan en mi nevera de un año para el siguiente porque, como la comida, siempre le parece que no va a llegar.

Solamente tengo claro que, el día que me toque hacerlo a mi no seré capaz de llegarle ni a la altura de las zapatillas esas duras de suela de goma con cuña tan incómodas que usa. Pero será en eso como en todo en la vida. Ella es el espejo en el que mirarme y pensar “¡Qué más quisiera yo!”.

Este año se augura tranquilo (o eso espero) y pretendo seguir tomando notas de sus recetas especiales, aunque cuando las vaya a hacer sin ella tenga que llamarla veinte veces para confirmar tiempos, cantidades y el orden de los procedimientos. Confieso que a veces si recuerdo lo que debo hacer, pero con ella al teléfono parece que me sabe mejor después.  

Luna Purple.

 

 

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