París, la ciudad del amor. Símbolo del romanticismo y escenario de innumerables películas y novelas. ¿Qué podría ser más romántico que un paseo por los Campos Elíseos, una cena a la luz de la Torre Eiffel o un crucero por el Sena? Pues ya os digo yo que París no es la ciudad ideal con la que todos soñamos…

Hace unos años fui con mi novio a celebrar nuestro aniversario en París. Por delante teníamos un fin de semana cargado de amor y de romanticismo en la ciudad de la luz. O eso pensábamos nosotros. Para empezar, la capital francesa nos recibió con lluvia, y la lluvia en esta ciudad es intensa, puede estar lloviendo durante días. De hecho, nos llovió todo el fin de semana y visitar París debajo de un paraguas como que pierde un poco el encanto.

Después de la lluvia, descubrimos lo maravilloso que es el metro de París. Tratar de llegar desde el aeropuerto a nuestro hotel cargados con dos maletas no fue fácil. La mía pesaba bastante porque iba cargada de ropa, pues yo pensaba hacerme millones de fotos con distintos outfits. Que sepáis que en el metro no hay ni un puñetero ascensor, que las escaleras mecánicas son anecdóticas y los pasillos entre distintas líneas interminables. Me río yo del trasbordo de Diego de León en el metro de Madrid.

Por fin, llegamos a nuestro hotel y ¡sorpresa! Tampoco hay ascensor. Tuvimos que subir las maletas por unas escaleras de caracol hasta el cuarto piso, donde estaba nuestra minúscula habitación. Esto si que iba a ser romántico, íbamos a estar bien pagaditos en los pocos metros cuadrados que había entre aquellas cuatro paredes. Y el baño, que lo anunciaban como privado, estaba fuera de la habitación, así que para ir a hacer tus necesidades tenías que recorrer un pasillo. Los hoteles en París ya os digo yo que no se corresponden a las estrellas que dicen tener.

Nuestro primer día fue un caos, pero el segundo no fue mejor. Teníamos planeado ir a la Torre Eiffel, ese símbolo icónico del romance parisino. Os recomiendo que si vais compréis las entradas con antelación, o viviréis el encanto de esperar horas interminables rodeados de gente para subir. Y encima, después de esperar durante horas, tuve que ver cómo les pedían matrimonio a varias chicas en la cima, mientras mi novio no hincó la rodilla. Yo que pensaba que me llevaba a París para pedirme matrimonio, y resulta que bajé de la Torre Eiffel sin estar prometida.

Al día siguiente quisimos ir a poner un candado con nuestras iniciales a uno de los puentes del Sena. Bueno pues los puentes estaban tan saturados de candados que no pudimos poner el nuestro. Además, nos dijeron que, periódicamente, el Ayuntamiento de la ciudad retira los candados porque ya una vez se cayó el muro de uno de los puentes por el peso. Así que mejor no haberlo puesto, porque que retiren tu candado del amor da como poco mal augurio.

Montmartre, el barrio de los pintores, uno de los más bonitos de París. Intenta pasear por sus calles adoquinadas con tacones y lloviendo, que lo mínimo que te puede pasar es hacerte un esguince. Ya os dije que yo fui cargada de modelitos para hacerme fotos por la ciudad, pues en Montmartre fue imposible hacerme una foto sin que saliera un turista en alguna esquina.

 Y luego están dando vueltas por allí los vendedores ambulantes que te acosan y los artistas callejeros que te ofrecen retratos poco favorecedores. Romántico, ¿verdad?

¿Sabéis lo que también es super bonito y super instagrameable? Tomarte un café con vistas al Arco del Triunfo. Prepara entre 5 y 6 eurazos por un café con leche en una terraza de los Campos Elíseos. Y una cerveza ya ni se te pase por la cabeza pedirte.

París puede ser una ciudad encantadora y hermosa, pero también tiene su lado menos glamoroso. Pasear por las Galerías Lafayette mientras sus entradas están llenas de vagabundos y de gente que vive en la calle te hace darte cuenta de la realidad social de esta gran ciudad.

A todo esto, hay que añadir la gran cantidad de ratas y palomas que hay por toda la ciudad. Para mi las palomas son ratas voladoras, me dan igual de grima.

A pesar de todo esto, París es una de las ciudades más bonitas que he visitado. Su arquitectura y sus monumentos la convierten en única. Si no le tenéis pánico a las palomas y a las ratas, y tampoco te da miedo dejarte un riñón en comer, os recomiendo que vayáis.