Hace ya un tiempo que la situación económica de mi casa no es la ideal. No pasamos grandes necesidades, pero, como decía mi madre “si pasamos ganas de cosas”. Esto quiere decir que a veces  hay épocas en que no podemos llevar a los niños tantas veces como quisiéramos al cine, que no podemos salir a comer fuera en bastante tiempo, que me encantaría comprarles el último juego de la switch o ese chándal molón de Hogwarts que tanto les gusta, pero no puedo hacerlo todavía.

También es cierto que hay meses que nos organizamos, que sacamos unas perrillas de debajo de sabe Dios dónde, que tenemos un ingreso extra por alguna cosa y nos concedemos algún capricho. Quizá en las fiestas patronales les dejo subir a lo que quieran si coincide bien y pueden pescar el máximo de patitos de goma en el puesto al que vamos desde que nacieron para conseguir el peluche oficial y no la réplica. Quizá los llevo de pronto a su restaurante favorito por mi cumpleaños (sin contarle a nadie que es por eso que no he hecho nada con mis amigos este año, pero me apetecía más celebrarlo con ellos y no me da el presupuesto para todo). Pero también me apetece a veces comprarme yo un disco, regalarle a mi marido el siguiente tomo de una colección de comics que le empecé a comprar hace tiempo, quizá quiera invertir un poco más de dinero en mis lienzos de Diamond Painting y no comprarlos siempre en páginas de imitación para poder disfrutar de mi nuevo hobby con un poco de calidad, aunque haya gente a la que le parezca absurdo.

Si hay algo de lo que estoy orgullosa en mi vida es de no deberle nada a nadie. Y esto lo llevo a todos los niveles. Mis deudas económicas están a cero y siempre lo estuvieron. Si alguna vez necesité algo, fui al banco, jamás pedí prestado dinero a otras personas (aunque si lo presté yo y así me fue), nunca acepté que nadie pagase nada por mi, si no era un regalo genuino y no una muestra de caridad. Hay quien me dice que soy demasiado orgullosa con este tema y que quizá debería aceptar la ayuda de algún familiar o directamente pedirla. Pero si hay algo que no soporto en el mundo es verme obligada a dar explicaciones. Por esto, no quiero explicar por qué este mes no llego a finales ni, mucho menos, por qué el mes que viene intentaré comprar entradas para un concierto infantil bastante caras a pesar de venir de pasar un mes de bastante apuro económico. Porque nosotros nos gestionamos como nos da la gana y le damos al dinero el aprecio que tiene.

El dinero sirve para vivir y para comprar cosas. Hay quien disfruta de ver cómo se acumula en el banco, yo nunca tuve esa oportunidad, pero, de tenerla, estoy segura de que disfrutaría mucho más de las experiencias que podría vivir, de mis colecciones al fin completas, de los estrenos de cine a los que podría llevar a los niños… Porque es realmente lo que PARA MI vale la pena. Y si no es tu caso, es fantástico, si tu prefieres tenerlo todo guardadito, me parece genial y jamás lo criticaría. No entiendo, entonces, por qué , después de todo lo que os cuento, todavía me veo en situaciones en las que personas cercanas me preguntan cómo se me ocurre comprar X cosa (que al parecer no es válida para mi estatus), cómo conseguí ir a tal evento o de dónde saqué el dinero para poder permitirme un lujo en concreto. ¿Yo te debo algo? No ¿no? ¿Ves a mis hijos desatendidos, mi nevera vacía o mi ropa raída? Pues entonces déjame en paz, que a mi no me importa dónde metes tú tu dinero.

Sé que muchos de nuestros hobbys son ridículos para alguna gente y no entienden que disfrutemos de llenar nuestro salón de varitas oficiales de Harry Potter o de Funko Pops hasta el techo. Que no entiendan mi manía de tener gomas de borrar de formas extrañas y bolígrafos de todos los colores por todas partes, pero es que no necesito que los demás lo entiendan, solamente que nos dejen con nuestra vida, que hace muchos años que la gestionamos perfectamente.