Más que oírle a ella cuando me dijo que no quería saber nada más de mí, mientras me devolvía las llaves  de mi casa, escuche a la perfección como se rompía mi corazón. Igual que cuando mi novio me lo rompió  en mil millones de pedazos dos años atrás.  

Nos habíamos reencontrado en la miseria, después de varios años separadas, cuando nuestros  respetivos rompieron con nosotras, y ahí fue cuando viví la historia más Thelma&Louise que la vida  podría haberme regalado. Nos convertimos en uña y carne, durante dos años, con sus días y sus noches,  y vivimos, a pesar del drama continuo y de ir en ocasiones como zombies sin rumbo, experiencias que yo  no olvidaré. Yo nunca olvidaré los festivales, los vacaciones, los viajes, los vinos, los donuts ni el  compartir lo más oscuro de mi persona. Pero quizás ella sí. No sé bien que pasó, pero luego descubrí que  lo que me pasó, no me ocurrió solo a mí, y que muchas veces, la ruptura de una amistad duele más que  la de una relación de pareja. Y yo me quise morir, pero ya no había nadie al otro lado, que me dijera no  pasaba nada, y que de verdad te diera la tranquilidad de que así sería.  

Cuando me curé las heridas, fui capaz de ver con claridad, y lo nuestro, lo que habíamos compartido, no  había sido ni más ni menos que una relación dependiente y tóxica. Porque cuando una persona, sea  quién sea, se aleja porque puedes volar, y no quiere compartir eso contigo, creedme que es lo mejor  que te ha podido pasar, aunque te escueza, aunque te sientas perdida. No te lo mereces. 

No mereces que nadie, absolutamente nadie tenga expectativas, que nadie se enfade porque no te  apetece salir, que te juzguen porque te quieres ir a casa. Queridas, eso no es sano, porque la verdadera  amistad, reside en la libertad de vida, y que no se te ponga en tela de juicio por ello, la amistad de la  güena, es otra cosa. Y ahora, ya lo sé y, aunque me costó mucho reponerme de aquello, hoy tengo la  suerte de estar rodeada de gente bonita, y sobre todo bonita. Gente a la que puedo decir que me quedo  en casa, que estoy triste, que no quiero ir a ese sitio porque prefiero otro, o que no quiero hablar. Y  quiero a gente en mi vida, que tenga la tranquilidad de poder decirme a mí lo mismo sin miedo a que les  vaya a apuntar en un negativo en la libreta.  

Porque a las relaciones de amistad, al igual que cualquier otra, hay que darles espacio, cariño,  comprensión y apoyo, y bajo ningún concepto chantaje emocional, juicios y reproches. Las amistades de  verdad saben que no necesitan exprimirte para que estén bien, saben que te tienen que acompañar en  el proceso, pero no hacerlo por ti. Señoras, señoritas, damas, chicas, mujeres, todas vosotras, las que  habéis comenzado a hablar en voz alta del amor libre, adoptarlo en todas sus formas y colores. Porque  el amor libre no es solo el de uno para consigo misma, o el de para con la pareja, es el de la familia, la  amistad, es el de casa cosa que nos rodea, desde el amor y el respeto. 

Y todo lo que no sea así, fuera. Porque a esa gente, yo no les llamo haters, yo los llamo hijos de puta.

Paula May