Este fue mi pensamiento interno, escondido detrás de una sonrisa muy falsa llena de dientes, como la de un caballo.

Sucedió la semana pasada, cuando quedé con un buen amigo, y nada más verme me regaló una soez bienvenida: ¿dónde vas con esos pelos de loca?

Tengo ya unos años, y cada octubre he perdido una capa. Muy abuela cebolleta. Así que mi contestación fue directa desde el corazón sin pasar por el filtro del cerebro: bueno, tú tienes cara de idiota, y eso tiene peor solución que mi pelo.

A día de hoy, me sigo preguntando por qué nos quedamos a tomar ese café para el que habíamos quedado. Probablemente porque seamos amigos de verdad, no de Facebook.

No entiendo muy bien que nadie me dé su opinión personal sin haberla pedido. Si estoy más gorda no quiero que me lo digas, ni que lo ocultes detrás de una excusa anclada en la retención de líquidos. Sí, me he tragado el Mar Menor, ¿y qué?

No quiero saber si me encuentras guapa o fea con mi corte de pelo. Yo me siento genial. Guapa, juvenil, fresca… yo. Que es lo único que quiero ser.

Me importa un pimiento que creas que estoy muy bien “para mi edad y haber tenido dos hijos”. Si tuviera un año menos y dos hijos más, ¿se cumpliría esta regla social de ponderación materno-añosa? Miro a otras mujeres con más hijos y más años y están infinitamente mejor que yo. Me he abandonado, sí, y ya me gustaría poder revertir la situación, pero a veces necesito una cerveza y no me sale del toto cuestionarme a cada diez minutos.

Necesito que no me mires fijamente. Porque aunque no hables, leo lo que piensas. Yo soy la primera en reírme de mí misma, no me hace falta más público. No aspiro a formar parte del elenco del club de la comedia.

Soy inteligente, soy divertida, soy guapa, tengo ganas de vivir y hacer cosas y me jode que se me juzgue. Practiquemos el vive y deja vivir. No hace falta actuar como una falsa redomada, simplemente, calla. Hazme el favor.

@mardelolmoescritora