Tu risa floja cuando algo te hace realmente gracia. Esa risa de verdad, porque pocas cosas te hacen reír a carcajadas, pero cuando lo hacen, nadie se ríe como tú.
Cómo te tomas tu taza grande de Nesquik fresquito (nunca Cola Cao, que odias sus grumos) con Chocokrispies cada mañana, a pesar de que cada día piensas que deberías pasarte al café, como se supone que hacen los adultos.
Esa manía de poner quince mil alarmas al día para acordarte de todo, desde que tienes que comprar kiwis, hasta que tu madre tiene cita en el médico, “no te olvides de llamarla”.
Tu necesidad de evasión con tus amigas y unas cervezas. Esas que no saben tan bien sin ellas. Esas que juntas hacen que arregléis el mundo en dos minutos y lo destripéis en dos horas. Esas que consiguen que la vida sea más vida y menos monotonía.
La forma en que se te acelera el corazón y se te atropella la lengua, cada vez que defiendes todas las causas que consideras injustas, esas que cada día son más.
Tu capacidad para reponerte cada vez que ese trabajo no salió como esperabas. Pero tú lo sabes, ellos se lo pierden.
Esa costumbre de hacer regalos “porque sí”, porque son lo mejores, esos que compras cuando no hay un motivo comercial, esos que compras porque te acordaste de esa persona, sin más y no porque el calendario te anuncia que es una fecha especial.
La manera en la que te encanta llegar a casa de trabajar y ponerte el pijama. Ese nuevo de unicornios con borreguillo, que te hace sentir en una nube sobre tu sofá, dispuesta a ver de nuevo Compañeros y revivir el amor de Quimi y Valle. Esa manera en la que sientes la felicidad de estar en casa.
El abrazo que le das a tu padre tan fuerte. El abrazo y él. Ese que cada vez que vives ruegas que paralice el tiempo y te deje ahí un ratito más, para siempre.
Las veces que te ves en el espejo y dudas si el reflejo que te devuelve es el tuyo o el de tu madre. Pensando que ojalá seas al menos la mitad de todo que ella.
La manera en la que has aprendido a querer. Sin correas. Bien y bonito. Siendo dos personas que caminan juntas, pero no se pisan. Que se apoyan sin abatir, que brillan sin apagar y que respiran juntas sin ahogar.
La forma en la que te estalla el corazón de lo que quieres a tus ahijados. Ese querer que no se puede describir con palabras. Ese querer que solo sabes que te cosquillea el corazón.
Esos trayectos sola en coche en los que elevas el volumen de la radio al máximo y cantas “Quit playing games” hasta que te quedas sin voz. O cualquier otra canción de los BSB, Las Spice Girls, Aqua, Duncan Dhu o incluso Tess. Cualquier canción que te devuelva a la niña que bailaba sola horas en su habitación, con medias puestas como tops al más puro estilo Flash Dance o Un Paso Adelante.
Cuando te pintas los labios con ese rojo mate de Sephora, ese rojo que tienes en 5 subtonos exactamente iguales. Ese rojo que le da un poco de color a tus días grises y a tus ojos negros.
Las veces que le has dado oportunidades a esos tacones que tanto te gustan. Pero sabes que es un amor imposible, que es solo atracción. En tu corazón sabes que quien jamás te hará daño y caminará contigo el resto de tu vida serán tus Converse.
Tu melena harta contigo de la peluquera.
Tus tatuajes con historias interminables.
Tu forma de echar de menos sin distancia.
Eso. Eso es lo que quedará para siempre. Esos serán tus legados memorables.
No dejaré grandes legados para la historia escrita. Tampoco recordaré a los míos por sus grandes contribuciones al mundo, sino por las pequeñas que les construyen y caracterizan.
Por las pequeñas cosas que hacen que cada uno sea único.
Esas cosas, que juntas consiguen que haya personas insustituibles.
Nuestros cuerpos, tan solo son el transporte para ello.
Nuestro templo al que cuidar y querer bien y bonito, pero perecedero al fin y al cabo.
Ese que nace impoluto, frágil y con hoyuelos en las nalgas.
Que vive en constante cambio, bueno y malo.
Y que muere arrugado, frágil y con hoyuelos en las nalgas.
Te recordarán por tus logros, por tus pasiones y por tu personalidad.
Te recordarán por tus narices. Pero las de la valentía, no la que tanto te costó querer en el centro de tu cara.
Te recordarán por tu cabeza. Pero la de la sensatez (o no), no la que descansa sobre tu cuello.
Te recordarán por tus entrañas. Pero las que determinan tu gran temperamento, no las de las tripas.
Te recordarán por tus ovarios. Pero los que le echas a la vida día a día, no el órgano reproductor.
Te recordarán por tu corazón. Pero el que siente pasiones y amores, el que te define. No el que bombea sangre.