Dicen que me he vuelto loca. Otros muchos opinan que soy una mujer frustrada y que por algún lado tengo que explotar. Mientras que yo misma solo veo que me estoy convirtiendo en la persona que siempre he guardado en mi interior.

Ahora, a mis casi 33 años, me empiezo a sentir con la fuerza suficiente para ser yo misma. Y no es que hasta hoy no lo haya sido, sino que tal vez simplemente era una ínfima parte de todo lo que puedo llegar a dar. ¿Es tarde para hacerlo? No lo creo.

En la vida nos han enseñado que de pequeños dependemos de los demás. Poco a poco formamos nuestra personalidad, aprendemos y con el paso de los años conseguimos ser más y más independientes. Es en esta etapa cuando tocamos un poco de aquí y de allá para saber cómo queremos madurar, qué es lo que nos gusta y qué nos repugna.

En nuestra adolescencia somos rebeldes que piden a gritos una vía de escape para los cientos de sentimientos encontrados con los que convivimos cada día. Tras esta dura pero dulce etapa, parece que llega el momento de asentarse y ser uno más de la manada. Pasamos la veintena formándonos y viviendo una vida al son de lo correcto, de lo estipulado. Y cuando nos queremos dar cuenta somos adultos con patas de gallo para los que todo tren ha pasado.

¿Y entonces? Es en este mismo instante en el que realmente soy libre de decidir cómo quiero vivir mi vida. Aunque a mi alrededor continúo sintiendo un ápice del juicio de la gente que no comprende mis inquietudes. Para ellos debería seguir la línea, esa que me lleva cada mañana al trabajo y de vuelta a casa. Una línea que jamás rozaría el querer comenzar a trabajar en un sector diferente o a formarme en una materia por la que nunca antes había mostrado interés.

Déjate de tonterías, no te para la cabeza‘. De repente es absurdo querer ser feliz dejando salir una personalidad que llevaba años guardaba bajo llave. De pronto el cambiar mi forma de expresarme es totalmente incomprendida. ¿Es que no lo entendéis? ¡Esta soy yo!

Y no es que la persona que he sido hasta ahora haya sido una farsa, sino que tan solo era la punta de un enorme iceberg que, casualmente, ahora aflora a la superficie. Tan solo he tardado treinta años en conocerme a mí misma, en saber qué es lo que quiero y cómo lo quiero. No comprendo qué hay de malo en todo ello cuando mucha gente muere sin llegar a ser feliz, sintiéndose completos desconocidos consigo mismos.

Claro que en la edad adulta existe responsabilidades que nos obligan a mantener la cabeza sobre los hombros, pero dudo mucho que la falta de sensatez esté reñida con los sueños no cumplidos. Poco o nada tiene todo esto que ver con la locura, es todo lo contrario, es encontrarse a una misma y aprender a vivir con la felicidad que eso conlleva.

Que nadie bloquee nuestro camino jamás, ni las palabras ni los hechos de los demás deberían frenarnos cuando el destino es positivo. Nunca debería ser tarde para plantarse y gritar un ‘¡aquí estoy yo!‘ que llegase a cada hemisferio del Planeta.

¿Eres feliz o lo has sido en algún momento de tu existencia? Frena un instante, porque quizás mañana sea demasiado tarde para pensarlo. Búscate, sé fiel a ti misma y no te falles solo porque los demás lo digan. Vida solo hay una, y la huella que dejemos depende únicamente de nosotros.

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Fotografía de portada