O gorda o muy delgada, cómo me ha tratado mi entorno

 

Cuando presencio el juicio social hacia las personas y hacia las mujeres en particular, pierdo un poco de fe en la humanidad. Por suerte, las cosas están cambiando (pasos pequeños a veces, agigantados en otras ocasiones) y procuro rodearme de personas que son puro cariño. Si no fuera así, mi autoestima estaría peor de lo que ya está, pero estoy trabajando en ello, como Aznar hace un porrón de años. (Soy así de old). 

Mi constitución es delgada, un delgado normativo y que la sociedad «acepta» por norma general. (Qué huevazos, coño, la que se tiene que aceptar soy yo). Pero el caso es que durante unos años subí casi 20 kilos, y eso, en un cuerpo enano (o hobbit) como el mío, se nota a años luz. Soy la primera en notarlo, que tengo espejos, (no) queridos señoros del mundo. No obstante, cuando engordas, parece que todo el mundo quiere señalarlo, como si, oh sorpresa, te hubieras levantado así de repente y no te hubieses dado cuenta. La gente tiene más apuro de decirte que tienes un moco que de llamarte gorda, y ya os digo que yo prefiero que me avisen de lo primero. 

Que me lo dijeran extraños no me importó mucho, el problema vino cuando el dedo señalador y las palabras hirientes venían de mi entorno cercano: mi pareja de entonces (un mal bicho, queridas), mis amistades y, dolorosamente, mi familia. Mi único apoyo fue mi madre, la única que secó mis lágrimas y fue conmigo a comprar ropa de mi nueva talla diciéndome que no tenía nada de malo tener que adquirir pantalones nuevos, que no pasaba nada. (Te quiero, mamá). 

Pero se sumaban los insultos y malas palabras de familia cercana, tan cercana como primos, tíos y hasta mi padre. Ese señor, el individuo del espermatozoide dijo que yo estaba «horrible y deforme». ¿En qué derivó eso? Dejé de comer. Si tenía hambre, bebía agua. Pienso en mi yo de entonces y me dan ganas de abrazarme y llorar, pero en ese momento creí que no existía nada mejor que perder peso. ¿Sabéis qué? Todo, todo el mundo se alegró. Menos mi madre y un compañero de universidad, que me miró preocupado y me dijo: «¿Estás bien?». Sólo al ver sus ojos, encontré mi interior: no, no estaba bien. Estaba muy lejos de estar bien.

Años después y varias crisis de ansiedad más tarde, me he convertido en una persona que la sociedad juzga de muy delgada. Es decir, tengo una xs, nada de pecho (como siempre) y los pantalones me quedan algo holgados. De nuevo he recibido comentarios hirientes de mi entorno (menos de mi madre, otra vez). Esta vez, lo que necesito es «cebarme», hincharme a cocido y chorizo y comer muchas, muchas cosas grasas. Lo que viene siendo un estilo de vida saludable en toda regla.

Así que no, queridas: a esos dedos señaladores no les importa nuestra salud, solo sentirse cómodos con NUESTRO aspecto. Hay una parte del cuerpo que viene perfecta en estas ocasiones: mostrad vuestro dedo corazón y que nadie os haga dudar. Sé que cuesta, pero se puede. Un abrazo a todas, amigas.