Yo era de esas personas que lo tenían todo clarísimo en la vida. Siempre he sabido lo que quería estudiar, de lo que quería trabajar y hasta el tipo de madre que quería ser. Todo ello muchos años antes de serlo, por supuesto. Luego el tiempo fue pasando y yo fui celebrando lo que iba consiguiendo y aceptando lo que no era posible. Tuve que hacer muchos cambios y adaptaciones, pero había algo que prevalecía en cualquier circunstancia. Dos cosas, en realidad. Dos cosas que, con los años, han resultado ser incompatibles. Porque este es mi gran dilema desde que soy madre: ¿Qué pesa más, mi carrera laboral o mi paz mental?

He logrado dos de mis objetivos vitales más importantes, ser madre y trabajar en lo que me gusta. Ahora bien, llegados a ese punto, creo que debería cambiar mis prioridades. Sencillamente porque no doy. Porque requiere una energía que ya no tengo. O porque exige un sacrificio que ya no estoy dispuesta a realizar.

Me pasé casi dos décadas estudiando y trabajando y progresando en mi carrera. Y me encantaba. Me hacía feliz alcanzar mis metas e irme poniendo las siguientes. Me llenaba, me hacía sentir una plenitud que no alcanzaba con otras cosas.

Hasta que me convertí en madre y todo cambió. Y, aunque aún me quedan unos cuantos peldaños por subir en esa escalera imaginaria que creé cuando empecé a trabajar en esto, de pronto siento que no merece la pena. Porque intentarlo me supone cederle un espacio que ahora pertenece a mi familia. Porque siento que todo lo que doy en el trabajo, más allá de lo exigible, se lo estoy quitando a mis hijos. Y si consigo que no salga de la cuota de mis hijos, sale de la de la logística familiar. En la actualidad, cada pequeño movimiento que hago en pro de mi carrera, va en detrimento de mi paz mental.

Será porque desde que soy madre, ya no se trata solo de mí. Por tanto, ya no solo se trata de mis decisiones y mi autoexigencia. Se trata de que, si viajo, afecta a mi familia. Si me paso más horas de las que debiera en la oficina, afecta a mi familia. O de que, si me centro todo lo que necesito en mi trabajo, esto acaba afectando a mi familia.

Todo esto incluso teniendo en cuenta que estoy casada y que tengo un marido como dios manda. Que trabaja fuera y dentro de casa en la misma medida que yo. Que incluso puede que lo haga un pelín más, porque siempre me ha apoyado y ayudado a que yo pudiera enfocarme en mi trabajo, incluso por encima del suyo. Y, aunque nadie me pide cuentas ni me echa nada en cara, estoy… estoy cansada. Agotada. Desilusionada. Frustrada. Y puede que hasta cabreada y muy muy decepcionada de la vida adulta y de la maternidad. Y es una mierda.  

Odio sentir que no puedo con todo o que alguien pagará por mis elecciones. Odio sentir que me estoy perdiendo a mis hijos. Odio sentir que tengo que anular una parte de mí para poder salir de esta espiral de insatisfacción. Pero creo que en realidad la decisión está tomada y que voy a dejar de lado la ambición laboral a la que nunca creí que fuera a renunciar, para ganar en tranquilidad y paz mental. Voy a desistir para estar más serena y feliz.

 

Una mujer dividida

 

Envíanos tus rayadas a [email protected]

 

Imagen destacada