Hace varios años empecé a notar que me pasaba una cosa que no me había pasado nunca. Yo siempre he sido una chica muy “echá pa’lante”, nunca he sido vergonzosa y no había experimentado nunca este tipo de miedo, pero de repente un día, al poco de empezar en un trabajo nuevo, empecé a sentir un pánico terrible a llamar por teléfono. Recuerdo varios días de no querer salir de la cama solo porque sabía que si salía tendría que hacer una llamada, y hacía como que me encontraba mal o me intentaba engañar a mí misma poniéndome excusas para no coger un simple teléfono y llamar a una persona.

Creo que fue la fuerte presión que tenía en aquel trabajo, en el que solo duré seis meses, la que me grabó a fuego ese pánico a tener que enfrentarme a otra persona para pedirle algo. Desde entonces, han sido muchos años de llamadas no realizadas, mails no enviados, citas canceladas… con la ansiedad añadida de ser consciente de que he perdido muchas oportunidades por no haberme atrevido a marcar un número.

A principios de septiembre se me ocurrió que una persona, a la que yo he conocido aún personalmente, podría ayudarme con un problema que yo tenía, y que sigo teniendo, vaya, que es que ahora mismo no tengo trabajo. En un primer momento me pareció muy sencillo: mándale un mail. Cuando le escribiste hace un año, te contestó, fue amable, y aunque ahora le escribas con otros propósitos no tendría por qué haber ningún problema.

Desestimaba mi imaginación, porque mi imaginación volvió a la carga y se inventó toda serie de cosas horribles que podrían pasar si yo mandaba ese mail. También se inventó un montón de universos paralelos en los que no pasaría nada si no le escribía ese mail. Tampoco era tan importante. Tampoco tenía pinta de que fuera ayudarme. Tampoco tenía que enterarse de que estoy sin trabajo y empiezo a estar un poquito desesperada.

Como dije, la idea se me ocurrió a primeros de septiembre, y han tenido que pasar quince días hasta que por fin me he sentado a escribirle. Quince días en los que me he sentido intranquila, nerviosa, en los que he gastado mucho tiempo pensando en qué pasaría si envío ese mail, en qué pasaría si no lo envío, en cómo debía escribirle para que no se notase mucho que le estaba pidiendo un favor… Quince días preocupada por algo que a muchos podrá parecerle una tontería pero que a mí me ha llevado años poder hacer: contactar con una persona fuera de mi confianza para pedirle algo.

Lo que para mucha gente es parte del día a día, para mí ha sido toda una pequeña victoria. Ya no importa si la respuesta a ese e-mail es “lo siento, ahora mismo no tengo nada para ti” o “a lo mejor conozco a alguien”. Lo que importa es que yo me he enfrentado a una situación que me producía pánico, que me anulaba y me paralizaba. Y tenía ganas de contarlo.

SANDRA RODRÍGUEZ