Parí de pie y mi marido tuvo que sujetar a mi hija

 

Todo empezó una noche de miércoles. Estábamos haciendo la cena mi marido y yo y noté que me caía algo de líquido por las piernas. Estaba ya de 38 semanas. Al ser mi segundo embarazo, pensé que igual se me había escapado un poco de pis. Se lo comenté a mi marido y me puse a controlar que no fuese líquido. 

Nada. Nos fuimos a dormir tan plácidamente. Al día siguiente llevé a mi hijo a la escuela infantil y me fui al gimnasio y a dar mi paseo mañanero. 

Recogí a mi hijo de la escuela y, al levantarlo para cambiarle el pañal en el cambiador, noté un chorrillo. No, eso seguro que no era pis. Llamé a mi marido para que se volviese del trabajo y mientras preparé las cosas que quedaban para ir al hospital y las cosas de mi hijo para que se quedase con mi madre. 

Llevamos al niño con su abuela y nos montamos en el coche tan contentos. En el hospital me dicen que, efectivamente, es líquido y que me tienen que ingresar. Me preguntan que si sucedió hace más de 12 horas para provocarme el parto. Yo paso de decir que fue la noche anterior porque notaba a la enana moverse tan a gustito. Digo que había sido hace un rato. Es entonces cuando empieza lo divertido…

Pido la suite con la piscina y digo que me gustaría probarlo sin epidural. ¡Ja! Os adelanto a las que no queréis epidural, que el hipnoparto es buenísimo, pero a mí solo me sirvió para llorar y rogar la epidural. 

Me dejaron unas horas para ver si me ponía de parto por mí misma. Como estaba muerta de hambre, mandé a mi marido al súper de al lado a por algo para cenar en condiciones. Apareció con una tortilla riquísima, queso, patatas… Nos pusimos finos. 

A las once y media me dicen que me tienen que poner un tampón de prostaglandinas, pero que esa noche no me iba a hacer efecto. Quince minutos después, tras intentarme dormir, me empezaron unos cólicos de regla que me moría. Le dije a mi marido que contase, que creía que eran contracciones. ¿Ya? Pues sí, ya. Y duele. Duele mucho. Cada vez más. Le digo que llame a la matrona. Me mide: dilatada de 4 centímetros. Nada. A esperar. ¡No espero más! ¡Quiero la epidural! ¡A tomar por culo los partos naturales! ¡El hipnoparto es para hippies! No está disponible el anestesista. Cuando pueda, viene. ¡Que venga ya! ¡Quiero la epidural!

Contracciones cada quince segundos. No os imagináis cómo gritaba. Ahora lo pienso y me entra la risa. ¡Que venga el señor de la epidural! Sí, porque yo no llamaba al anestesista ni pedía la epidural, quería al señor de la epidural. Cielo, está ocupado, queda mucho. ¿Mucho? ¡Me muero! ¡Me muerooo! Mi marido intentaba calmarme, pero yo veía que el pobre evitaba reírse. 

Me traen el gas ese de la risa para que deje de chillar como en las matanzas.  Me lo da la matrona. Cuando venga la contracción, lo respiras profundamente. Empieza… Lo cojo. Intento respirar y lo tiro a con la peor leche que cabía en mi cuerpo. ¡Esto es una puta mierda! Mi marido se parte de la risa. Y yo sigo con mi cantinela de ¡me muerooo!

A todo esto, yo estaba pasando todo este trance en la pelota de pilates, apoyada sobre la cama. Me da el impulso de ponerme de pie. Me sujeto a la cama, me pongo de pie doblada de dolor, rompo aguas. Mi marido sale corriendo a traer a la matrona. La matrona dice que no pasa nada, que es normal. Yo sigo de pie. Entra mi marido por la puerta. Me toco y noto una cabeza. Le digo que va a salir. Me mira pensando que estoy loca. ¡Que saleee! Un empujón. Mi marido debajo sujetando la cabeza. ¡Joder, que venga alguien, que está fuera la cabeza entera!

Aparecen dos matronas y el señor de la epidural. Una matrona se pone debajo. Está fuera. 

La matrona se pone a llorar. ‘¡Qué bonito! ¡Hace mucho que no vivía algo tan especial!’

¡No me jodas! ¿Especial? Pero si no has aparecido por aquí…

El señor de la epidural se va. Too late. Tío, si te acercas, te mato. 

Yo me tumbo como puedo en la cama. Lloro (no sé si de emoción, de dolor o de qué). Mi marido me abraza. Besamos a la niña. Entonces es cuando nos preguntan el nombre. ¿El nombre? Pues, todavía no tiene nombre. Ahora no, por favor, dadnos un poco de tregua…

 

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