15 años, se dice pronto amigas. 15 años son los que tarda una persona en alcanzar la adolescencia, lo que puede necesitar un médico para terminar sus estudios y especializarse, son casi 5.500 días. Y también fue el total de años que he estado sin catar el sexo con mi pareja. Uno tras otro, ni más ni menos que 15 tremendos años en los que llegué incluso a autoconvencerme de que el sexo está sobrevalorado.

¿Y cómo empezó toda esta historia? Por culpa de una depresión del que era mi marido. Llevábamos casados tres años y éramos una pareja de lo más habitual. En lo sexual estábamos ambos contentos, nos dábamos cariño a lo mejor tres veces por semana y cuando nos veníamos muy arriba era diario. Nos conocíamos desde la universidad y éramos como el engranaje perfecto el uno para el otro.

Pero como os digo, una depresión se interpuso en nuestro camino del matrimonio idílico. Los padres de mi pareja, mis suegros, fallecieron prácticamente a la vez por culpa del cáncer. La marcha de mi suegra fue como un puñal para él, pero es que a los pocos meses ver irse también a su padre fue ya insoportable. Mi marido era hijo único y me confesó en más de una ocasión que se encontraba completamente desamparado. Estuve ahí para él, lo acompañé y le dije que lo apoyaría en todo lo que me pidiera, pero al final la tristeza y el shock fueron demasiado y tuvo que cogerse una baja en el trabajo y comenzar a visitar a especialistas para así salir adelante.

Como comprenderéis, para nosotros en aquel momento el sexo era totalmente secundario. Además, mi marido se medicaba para poder dormir por las noches, así que no tenía ni ganas ni ánimo para nada. Alguna vez lo habíamos intentado, pero al final desistíamos porque era evidente que en el fondo él no estaba preparado.

15 años

Su baja duró casi un año, aunque la terapia y la medicación se quedaron con nosotros durante algunos meses más. Yo veía que mi marido no era para nada el que había sido hasta entonces, no lo culpaba ya que era evidente que la muerte de sus padres había sido un palazo terrible, pero también añoraba a aquel hombre simpático y divertido del que me había enamorado.

Y así fue cómo comenzó el que fue sin lugar a dudas el bucle incesante en el que el sexo desapareció por completo de nuestras vidas. Carlos y yo ya no nos tocábamos más allá de darnos algún beso para demostrar de alguna manera que todavía nos queríamos. A veces me paraba a calcular el tiempo desde el último polvo y me temblaban las piernas ¿cómo habíamos dejado que todo aquello pasara?

Me juntaba con mis amigas y todas ellas contaban sus idilios sexuales, yo por mi parte no era capaz de decirle a nadie que ya había sumado más de dos años sin acostarme con mi marido. Me compré un vibrador, veía porno en soledad cuando él dormía y me acariciaba cada tarde bajo la ducha. Tenía mis momentos pero no era lo mismo. Lo veía a él, haciendo su vida tan tranquilo, lejos de preocuparse porque el sexo hubiera desaparecido del todo de nuestras vidas. Me guiñaba un ojo y me decía lo guapa que estaba acariciándome la espalda, pero no había más, ni un solo paso más.

La vida volvió a sacudir a Carlos cuando tan solo habían pasado 4 años desde la marcha de sus padres. Su oficina, una sucursal bancaria en un pequeño pueblo cerca de la ciudad, cerraba y a él no le habían encontrado un lugar en la empresa. En el paro, cuando parecía que volvía a ver la luz, cuando su sonrisa volvía a dibujarse con hacía tiempo. Volvimos a la pesadilla de años atrás. A las terapias, a ver su cara larga vagando por la casa. A esa barba desaliñada y a las ojeras por no poder dormir.

Quise implicarme al máximo intentando evitar todo aquello pero solo el hecho de hablar de buscar trabajo llevaba a Carlos a una situación de ansiedad insoportable. No supe gestionarlo porque verlo así me llevó a pensar en él como una persona débil. Estaba en el paro, sí, como muchas otras personas del planeta, y para salir de aquella situación lo que tenía que hacer era ponerse las pilas o reinventarse si fuese necesario, no llorar por las esquinas y por la mierda de vida que le había tocado. Lógicamente jamás tuve el valor de soltarte a él todo aquello, aunque a día de hoy todavía pienso que no le hubiera venido nada mal.

Pero el caso fue que en el momento tiré por completo la toalla, esperando que un buen día Carlos entendiese que la vida es mucho más que dejarse llevar por la pena. La terapia parecía funcionar algunas veces, pero otras lo único que conseguía era volver si cabe más triste.

Algo me hizo continuar con mi vida viviendo con Carlos en la misma casa. Compartíamos cama, hablábamos y nos contábamos nuestras cosas, pero más bien podríamos ser un par de amigos que comparten un piso de una sola habitación. Yo tenía entonces 38 años, 10 años ya desde el último polvo y con cero trazas de que la cosa fuese a cambiar.

15 años

Mis amigas empezaban a quedarse embarazadas, yo pensaba en los niños y mis ganas de procrear iban en aumento pero después me reía por dentro ¿qué pretendía? ¿ser la nueva virgen embarazada por el Espíritu Santo?. Llevaba 10 años sin sexo, mi marido al menos ya tenía trabajo como ayudante en una gestoría y sin duda aquello había abierto una ventana a su ánimo y a su forma de ver la vida.

A esas alturas ya habíamos dejado de planear escapadas juntos, de salir de vacaciones o incluso de celebrar nuestro aniversario. A veces me paraba a pensar qué sentido tenía todo aquello. Lo miraba, tan tranquilo revisando su teléfono sentado en el sofá y le soltaba un te quiero inesperado. Él me devolvía la mirada y me decía que también me quería. Sin más.

Nuestros últimos 5 años juntos fueron completamente diferentes. Y es que ese Carlos desvalido al que tenía que comprender simplemente por quererle, se convirtió en un señor totalmente desconocido para mí. De hecho lo nuestro soportó todo salvo las faltas de respeto, y cuando Carlos empezó a utilizar nuestra casa como un hotel de paso al que ir cuando le apetecía, me planté.

A dos años de nuestro divorcio comencé a sospechar que todo el sexo que no había tenido conmigo lo encontraba en otro lado. Sobre todo cuando empezaron a llevar las excusas sin sentido de reuniones a las tantas o de mucho trabajo acumulado cada viernes por la noche. Idiota de mí, quise pensar que aquel hombre al que tanto quería no podía estar haciéndome eso, no después de todo lo que yo había aguantado. Quizás por eso el día que decidió contármelo con cero dosis de delicadeza, quise que me tragara la tierra.

Es que estoy con otra persona aunque imagino que ya lo sabías porque tú eres chica lista‘. Fue lo único que me dijo aquella mañana de domingo tras entrar por la puerta después de dos días sin aparecer por casa.

Habían pasado 15 años. Esos de los que os hablaba al principio. 5.500 días sin sexo, pero ya no solo eso, sino aguantando junto a una persona que perfectamente me podía haber llevado a la locura.

Firmamos el divorcio y todavía tuve que lidiar con alguna cara larga de Carlos, que no estaba del todo de acuerdo en cómo habíamos dividido nuestros bienes. Le ofrecí que se lo quedara todo a cambio de no tener que verlo nunca más, aunque unos días después mis amigas me dijeron que no podía ser tan tonta. Ninguna podía creerse cómo había aguantado tanto durante todos aquellos años, además manteniéndome serena y pareciendo una mujer feliz en su matrimonio.

¿Sabéis que he hecho ahora que soy libre? Recuperar el tiempo perdido. Vivir mi vida como yo la quiero, sin estar pendiente de un ser que nunca supo valorar lo que tenía a su lado. En menos de tres años he tenido varias parejas, amigos de esos de pasar un rato divertido, sin ataduras pero sí con muchos orgasmos y sexo del bueno. He vuelto a salir, a divertirme, a ser yo misma. Estoy sumando a mi vida cada uno de los orgasmos que Carlos me robó durante 15 años, y tengo mucha tarea por delante.

Anónimo

 

Envía tus vivencias a [email protected]