Hola loversizers, vengo con una historia un poco triste, un poco tonta, y hasta con moraleja para reflexionar. Hacía ya un par de meses que venía loca por mi vecino de enfrente. Siempre coincidíamos en los pasillos o en el ascensor, una vez me pidió vinagre, en una oportunidad estuvimos en el bar de la esquina al mismo tiempo, y en todo momento había esa tensión, esa vibra, de dos personas que se tienen ganas, pero sin terminar de suceder nada. Y eso que no se me antojaba tímido, el tío es de esos hombres que se adueña de la habitación a la que entra, y yo con mi gusto impecable, no pude evitar fijarme en él.

Los planetas se alinearon, y una noche ya en cama finalmente recibí un mensaje de él, diciéndome que mi compi de piso le había dado mi número y que si me apetecía quedar para comer o tomarnos algo. Me jugué una partida de Candy Crush obligada antes de contestarle, para no parecer desesperada, y después, con toda la casualidad que pude evocar acepté la invitación.

Él era divino, olía divino, y se portó como todo un caballero. Besaba exquisito, me dejó justo frente a  la puerta de mi piso como si no viviéramos justo al frente, y yo juraba y habría apostado a que había encontrado al padre de mis hijos.

Quedamos para una segunda cita, pero por las ocupaciones de ambos quedamos para dentro de dos semanas más tarde. Esos días hablamos mucho, hablamos bien, realmente me gustaba y yo estaba segura de que el sentimiento era mutuo.

De pronto, de la nada, y como muchos otros, comenzó a actuar frío y distante y hasta tuvo la audacia de cancelar nuestra segunda cita. “No voy a poder quedar, lo siento”.

Así sin “vamos a reprogramar” o “me siento mal” un “estoy muy ocupado” o que se yo. Sencillamente nada. Aunque de igual forma no le habría creído ninguna excusa porque ya lo venía sintiendo raro. Y es jodido ¿saben? Cuando sales de una situación, sea cita, entrevista de trabajo o algo por el estilo sintiendo que todo fue de maravilla, y luego resulta que no, y que en algún punto, en el que uno no se dio cuenta, todo se fue a la mierda.

Pues siendo lo intensa que soy, decidí indagar en cuál había sido el momento o acontecimiento en el que se jodió todo. Y releyendo nuestro chat en bucle, lo encontré. Le había preguntado por su signo, tardó un montón en responder y cuando finalmente lo hizo, fue muy seco, a modo de broma le había dicho el mío y que no éramos compatibles. Después cambiamos el tema y tras contarme de una situación en su trabajo, le di una pequeña justificación astrológica para los eventos. 

Ahí estaba el impasse. Me costaba creer que se lo tomara tan en serio pero una tiene dignidad así que lo deje pasar. Hasta que casi un mes después coincidí con él. Él y yo solitos en el ascensor, y puede, pueeeede que haya sido porque venía de unas cañas con mis amigas pero lo confronté. Le pregunté si realmente había pasado de mí  por mis creencias, y él, mirándome con lástima (o así me pareció) me dijo muy tranquilo:

“Muñeca, no tengo ni la más remota idea de nada de signos o astros, lo que sí te puedo decir es que me costaría mucho congeniar con alguien que cree en esas sandeces.”

Menos mal que estaba bebida, porque me dijo ignorante sin anestesia y sin escapatoria. Ahí lo dejamos. Nos saludamos cordialmente cuando coincidimos y nada más. No le doy demasiadas vueltas porque aunque me gustaba, yo tampoco podría estar con alguien que no respeta las creencias y gustos de los demás. Hay muchas cosas que a mí me parecen sandeces, y sería incapaz de decírselo a alguien que lo considera real o importante. Solemos decir que nos gustaría que los hombres fuesen más frontales y honestos, pero cuando lo son, dan ganas de patearles el culo. 

Dane C