Hay cine más allá de Hollywood. Incluso hay cine más allá del cine europeo. Sí, en las periferias también hay cine. Hay películas fascinantes que en ocasiones son relatadas con una narrativa que a los occidentales se nos escapa un poco. Hay películas que interpelan nuestra posición de privilegio y que nos revuelven las entrañas. Hay películas, en definitiva, que merece mucho la pena ver y por eso os traigo una pequeña lista con mis ocho favoritas porque, además de ser maravillosas, son un ejercicio de empatía que todos deberíamos hacer de vez en cuando.

Buda explotó por vergüenza, de la directora iraní Hana Makhmalbaf (2007). Ambientada en una zona rural del Afganistán de los talibanes, tiene como protagonista a una valiente niña de 6 años que quiere ir al colegio y aprender a leer. En este marco, los niños son el hilo conductor y demuestran como el mundo de los mayores puede llegar a afectarles hasta plantearse la guerra como un juego. Esta coproducción franco-iraní habla, entre otras cosas, de la violencia, del machismo, del bullying y de la educación como herramienta transformadora de la sociedad desde una perspectiva realista, pero muy tierna.

The Act of Killing, del director Joshua Oppenheimer, que es un señor británico que vive en Copenhague, pero teniendo en cuenta el tema pues nos vale (2012). Se trata de una película de no-ficción que intenta señalar la impunidad del poder en cualquier lugar del mundo. Se centra en el genocidio perpetrado en Indonesia en el año 1965 por parte del gobierno contra supuestos comunistas (que en realidad eran personas que se oponían al gobierno, intelectuales y ciudadanos de diferentes etnias chinas). El visionado es muy incómodo, en parte por el formato y en parte porque parece que los entrevistados (responsables de los asesinatos) se vanaglorian de los hechos, pero es una película fundamental para empezar a hacerse preguntas de lo que pasa en otros lugares del mundo.

Ciudad de Dios, dirigida por Kàtia Lund y Fernado Meirelles (2002). Probablemente sea de las más conocidas de la lista: otra vez niños jugando a ser mayores en zonas deprimidas, pero esta vez la historia transcurre en una favela de Río de Janeiro. Es una película de acción en la que la supervivencia es la clave. Como curiosidad: la mayoría de los actores que participan en el rodaje son personas que viven en la favela en la que fue grabada (los directores tuvieron que pedir permiso para grabar al jefe de la favela y les puso esa condición), lo que ayuda a que la película sea todavía más realista y redonda.

A propósito de Elly, de Asghar Farhadi (2010). Sí, en realidad podría dedicarle un post entero al cine iraní porque es una cosa que me fascina por cuestiones académicas mías (y porque el uso del tiempo y del simbolismo en este cine es brutal). He elegido ésta porque en su momento me marcó mucho y es bastante más sencilla de ver que otras si no eres una persona acostumbrada a que el reloj se detenga en la contemplación. No deja de ser una película de cine negro pero que pone sobre la mesa muchas particularidades de la sociedad iraní (que es bastante más moderna de lo que podemos llegar a pensar, aunque vivan en un océano de contradicciones).

Cuentos de Tokio, dirigida por Yasujiro Ozu (1953). Es una auténtica joya del cine japonés y mundial. La historia es muy sencilla: padres ancianos japoneses van a visitar a su familia que viven Tokio, lo que da lugar a una serie de contraposiciones entre el mundo rural y el urbano. Al final son cuestiones muy universales y es genial poder observarlas desde diferentes perspectivas (tanto narrativas, como vitales).

Vals con Bashir, es un documental autobiográfico y de animación dirigido por Ari Folman (2008). El protagonista intenta hacer memoria sobre una ofensiva que Israel puso en marcha contra el Líbano en el año 1982, pero las secuelas mentales de la guerra están ahí y le impiden recordarlo con claridad. Para eso inicia una búsqueda de la verdad y para poder reconstruir sus recuerdos se reúne con amigos y compañeros que vivieron lo mismo por lo que él pasó. Vale la pena verla por la originalidad del formato y porque es una manera de intentar contextualizar el conflicto en Oriente Medio.

Uncle Boonme recuerda sus vidas pasadas, de Apichatpong Weerasethakul (2010). Quizás sea la película más experimental (a nuestros ojos) de toda la lista, porque se sumerge en leyendas tailandesas y en un mundo onírico que poco tiene que ver con el nuestro. Es una película muy sensorial que, de alguna manera mágica, nos invita a recuperar tradiciones pasadas y romper con el binarismo imperante. Cuando la vi me pareció algo totalmente diferente a todo lo que había visto hasta el momento en un cine y me flipó, claro.

Touki Bouki, dirigida por Djibril Diop Mambéty (1973). Está considerada la gran película del cine africano y con razón (pero si hasta Beyoncé utilizó el imaginario de esta película para sus cosis). Dos jóvenes senegaleses en los 70 buscan la manera de conseguir llegar a París, su gran sueño. Pone de manifiesto la situación de muchos países africanos en la era poscolonial y tiene un trasfondo muy crítico con cómo el sistema capitalista occidental absorbió y transformó los sueños de toda una generación de senegaleses.

Todas estas películas nos ayudan conocer otras realidades y dejar de mirarnos el ombligo un rato. Esto, en los tiempos que corren, es muy necesario.