Ayer fue un día de mierda. ¿Y qué hace una en momentos como ese? A parte de cagarse en todos los santos del calendario… ir a la pelu. La pelu, ese paraíso en el que nos refugiamos para llorar, contar intimidades, ponernos al día con los marujeos, pasar las partidas imposibles del Candy… ¿cómo se puede albergar tanta maravilla y tanta enjundia en un mismo sitio? Pues sí amigas, estando yo ahí, cabeza remojada cual pescadilla, me puse a ver todas esas cosas de las que no nos damos cuenta hasta que no estamos en el ajo peluqueril. Así que ahí van mis peludramas chicas…

1. Sillas incómodas: quitando alguna peluquería de lujo (que no va a ser mi caso), las sillas de estos centros son una mezcla entre duro-estilo sugus y blandito-pero no mucho no vaya a ser que te duermas. Así que acabas con el culo panadero, mu rico.

2. El dilema de las joyas: vas con pendientes, no te los quitas… holaaaa pendientes desteñidos de tinte. Luego está la fase de peinado en la que tu oreja acaba a la plancha como un montadito de lomo. Pero espera, eso no es lo peor. Lo malo es cuando se te olvida quitarte el arito de la oreja, ese chiquinino que tienes y al peinarte te enganchan cual besugo en el río.

3. Gafas sí, gafas no: para las cuatro ojos como yo ir a la peluquería y ver es incompatible. O estás mona o mantienes el sentido de la visión, pero ambos… Sí sí, se ha inventado unas funditas para que no se te manchen las gafas (o papel de aluminio en su defecto) pero a ver quien es la guapa que las quita luego sin que haya traspasado a su gafa como efecto calcomanía. Desde hace mucho mis gafas son una mezcla entre verde y rojo… así, a lo camaleónico.

4. El chorrito perverso: hora del lavacabezas. Te apoyas con todo el miedo del mundo, pensando que te va a cercenar el cuello cual guillotina (¡pero de qué están hechos por favooorrr?) y ahora empieza la temida conversación…

– ¿Está fría?
– No, ponla más caliente, soy madre de dragones.
Y ahora es cuando viene la frase temida:
– Pégate bien para que no te caiga el agua.
MENTIRAAAA. Da igual que empujes como si estuvieses pariendo, ese chorrito maligno empieza a deslizarse por detrás de tu oreja para acabar en tu entreteto… ains… pero por qué…

5. Peinado: si eres una leona como yo te echarán todas las mierdas habidas y por haber de la pelu. Todo para no darte tirones, así como en un anuncio de niños. ¿Sirve de algo? No. Meten el peine y es como el que navega en un toto sin depilar tras 4 meses… IMPOSIBOL.

6. Salir de la pelu: ou yeah, ya estás peinada, maqueada y toda mosna monísima. Hacía bueno al entrar pero… tan tata chán! AIREEEEE AIRE. Amén de que de repente en la pelu te veías mona y al salir es como ¿holaaa? dónde estaba ese bellezón? «se fue, se fueeee». En fin…

Que nada hija, que está de ley que aunque vamos a la pelu a sentirnos monas salimos con el pelo a lo Amy Winehouse. De todos modos, en mis días de furia, sigo yendo a la pelu, intentando hacer algo con la mata esta que tengo y al llegar a casa… me hago un moño de guarra y adiós muy buenas.

Porque seamos sinceras… el mejor peinado es el de choni casera.

Amén