Hago la compra todos los días en el mismo mercado de mi barrio, lo tengo al lado de casa. Un día, apareció un señor de unos 50 años que pedía dinero para comprar unas medicinas, cuya caja mostraba en la mano. Pasé por delante de él varios días seguidos y le daba algunas monedas. El tío se mostraba siempre super agradecido.

Un día me paré y le pregunté a ver de qué eran las cajas. Él se apresuró a sacarme las recetas, que estaban a nombre de su mujer, y a contarme que su mujer tenía un cáncer horroroso alrededor de la zona genital, que el tumor era tan grande y tan aparatoso que la mantenía a ella en la cama, en un piso que compartían con mucha gente porque no se podían permitir otra cosa, y al no tener seguridad social ni papeles, no podían presentarse en el hospital ni esperar un tratamiento de ningún tipo.

La verdad es que la historia me partió el corazón.

La descripción del estado de su mujer era horrible, y la desesperación que mostraba en la cara no me la podía quitar de la cabeza. Pensé si podía hacer algo por él, y abrí una especie de campaña por redes sociales (entre mis allegados, tampoco más allá) para ver si querían colaborar a la recolecta de dinero para comprar estos medicamentos que necesitaba, o, dependiendo del dinero recaudado, quizá pagarle un procedimiento quirúrgico o lo que fuera que ella necesitara porque yo no tenía ni idea, aunque ya me imaginaba que eso era impensablemente caro.

La gente respondió con un montón de empatía y llegué a recaudar más de 1000 euros, que no sabía muy bien cómo gestionar, puesto que quería tener una muestra (para las personas que habían contribuido) del destino de su dinero, como es natural.

Cuando fui a la puerta del mercado a hablar con él, primero le expliqué lo que había pasado, cómo un montón de gente había decidido echarle una mano a él y a su esposa, pero claro, que tenía que asegurarme de que el dinero se destinaba a eso que yo les había dicho.

Él reaccionó súper nervioso, se puso a llorar, me pedía ver el dinero (que estaba en mi cuenta corriente, no en metálico, claro) y me decía que fuéramos a sacarlo. Yo le insistía en cómo quería hacer las cosas, aunque ni yo misma lo tenía demasiado claro, la verdad, y él empezaba a mostrarse irritado alegando que yo no lo creía, que le estaba insultando desconfiando de él. Empezó a decir que fuéramos a su casa para que yo viera la verdad.

Ahí me acojoné, si os soy sincera, por varias razones. Si era verdad lo que él contaba, me daba miedo ver a su mujer y las condiciones en la que estaba. Si era mentira, me daba miedo que me hiciera algo, claro, porque la verdad es que empezaba a ponerse nervioso.

Sin embargo, en el fondo yo había interiorizado muchísimo su historia. Me había hablado muchísimo y con todo detalle de su situación, no me podía creer que fuera todo mentira, o que tuviera intenciones malas conmigo, que solo quería proporcionarle un poco de ayuda.

Conseguí deshacerme de él ese día, porque se puso muy intenso y muy pesado, y no me dejaba proceder con el dinero de manera segura, quería que se lo diera y punto, y yo eso no podía permitirlo porque el dinero no lo había puesto yo, sino un montón de gente.

Al día siguiente llamé a un amigo que es policía municipal para pedirle ayuda y consejo sobre cómo hacer aquello. Cuando le dí la descripción del tío, no se lo podía creer.

Me dio el nombre correcto, y me dijo que estaba detenido desde la tarde anterior (o sea, justo desde el momento en el que me separé de él) por intento de robo. Lo habían cogido intentando robarle el bolso a una señora mayor, en la misma puerta del mercado, habiendo tirado previamente a la señora al suelo, y fue gracias a que un chaval que salía y que lo inmovilizó mientras venía la policía.

No era la primera vez que pasaba por comisaría y toda la historia de su esposa era falsa. No existía esa mujer. Menudo bajón me dio.

Procedí casi en el instante a devolverle a la gente sus aportaciones y les pedí mil disculpas por todo. Fueron todos muy amables, pero me vine muy abajo con comentarios del tipo “no merece la pena intentar ayudar, esta gente que pide en la calle al final tienen más dinero que nosotros, etc…”, porque tuve la sensación de que lo que conseguí fue todo lo contrario a lo que pretendía.

No he vuelto a encontrarme a ese señor, afortunadamente, pero no creo que se imagine lo que me costó recuperarme de semejante decepción.