Nunca fui una persona celosa o controladora y en mi relación de pareja jamás hubo comportamientos posesivos o de desconfianza.

Llevábamos juntos bastante tiempo y supuestamente nos iba bastante bien. En apariencia teníamos una relación modélica y basada en el respeto mutuo, pero la realidad era bien distinta. Solo que yo no estaba preparada para verla…

 

Pero a veces, parece que hay cosas que tienen que suceder sí o sí.

Y si yo no era la encargada de averiguarlas por mí misma, sería la misma vida la que tendría que mostrármelas de alguna manera, incluso de la forma más insospechada y poco probable.

Porque ¿cuántas posibilidades hay de que te enteres de la infidelidad de tu novio a través de un ladrón anónimo pero solidario?

 

Pues eso es lo que me pasó a mí.

Esa tarde, habíamos acudido a un centro comercial. Estábamos de tiendas y luego planificábamos aprovechar para tomar algo por allí y, después, hacer una sesión de cine.

No supimos el momento justo en el que había pasado, pero cuando se acercaba la hora de cenar y sopesábamos las distintas opciones donde meternos, mi novio se empezó a poner nervioso: buscaba y rebuscaba, sin parar, dentro de sus bolsillos del pantalón y de la chaqueta.

No encontraba su teléfono móvil e intentamos reconstruir los hechos. Había pasado gran parte de la tarde con él en la mano, respondiendo o leyendo notificaciones o bien buscando distintas informaciones sobre los productos que veíamos en las tiendas.

 

 

Quizás lo había dejado encima del mostrador de alguna de ellas o en el probador de otra mientras se ponía alguna prenda de las que habíamos comprado. Así que antes de que cerrasen, nos dispusimos a recorrer de vuelta el mismo camino que habíamos hecho para comprobar si conseguíamos recuperarlo.

Fuimos a todas y cada una de las tiendas por las que habíamos pasado y en ninguna sabían nada de un teléfono perdido.

Probamos a llamar varias veces y ¡daba línea! con lo cual era seguro que seguía encendido, pero nadie lo cogía.

 

 

Mi novio, abatido, no sabía qué hacer y decidió llamar para notificar la pérdida porque, para colmo, no tenía establecido un patrón de pantalla o pin de seguridad.

Yo me dispuse a dejarle mi teléfono para que pudiera realizar esas gestiones, pero en cuestión del segundo que faltaba para ponerlo en sus manos, me empezaron a llegar mensajes de WhatsApp… ¡desde su propio número!

 

 

Al ver las notificaciones con su nombre entrando en mi pantalla ante mis ojos, le di un codazo y ambos, asombrados, entramos en la conversación para ver qué nos decía exactamente la persona que había encontrado el dispositivo.

Quizás se había encontrado el móvil y había entrado en el chat para ver, en las últimas conversaciones, que mi contacto era su pareja y así intentaba localizarlo a través de mí para devolvérselo.

Pero nada más lejos de la realidad…

 

 

Fue un tremendo shock lo que contemplaron nuestros ojos: en esa conversación no había realmente ni un mensaje, solo había enviado imágenes que resultaban ser capturas de pantalla.

Al entrar en ellas, súper mosqueados, se destapó todo el pastel: se trataban precisamente de distintas conversaciones de mi propio novio.

Esos pantallazos alucinantes mostraban sus charlas con distintas chicas. En cada una de esas conversaciones, mi novio no solo les pedía sino incluso en algunas suplicaba, patéticamente, quedar con ellas para conocerlas, para repetir citas recientes, para tener explícitamente encuentros sexuales…

 

 

Al final, tuve que dejar de mirar porque las capturas de pantalla no dejaban de llegar y aquello era interminable.

Las fechas de esas conversaciones eran, además, distintas y bastante lejanas en el tiempo: la más reciente había sido precisamente del día anterior y la más antigua que llegué a ver se remontaba a la época del comienzo de nuestra relación.

Mi novio, nada más darse cuenta de lo que estaba sucediendo, intentó quitarme el móvil de las manos entrando en una indignación forzada que simplemente enmascaraba su pánico y culpabilidad.

 

 

Pero noté por su reacción desde el primer momento que, por si me hacían falta más evidencias, todo aquello que veía era completamente cierto. Aunque él, cómo no, negara la mayor.

Que todo eso era mentira. Que era un vil montaje.

Pero ¿cómo hubiera podido la persona que tenía ahora el móvil, en cuestión de tan pocos minutos, falsear esas capturas de pantalla?

Y no solo eso sino ¿para qué? No tenía ningún sentido…

 

 

Me fui llorando de allí. Mi novio me siguió pero yo le acabé echando de mi lado de manera radical y, aunque había acudido allí con él en su coche, no me importó tener que buscarme la vida para regresar sola.

En el trayecto de vuelta a casa, intenté conversar con la persona que me había enviado todo eso pero ya fue imposible.

Había debido apagar definitivamente el teléfono con el fin de quedárselo o venderlo y que no se le pudiese localizar de ninguna manera.

 

Me dio pena no haber podido hablar con él o ella, al menos en alguna ocasión, por lo menos para darle las gracias.

Y para haberle deseado de corazón que disfrutase de ese terminal de última generación, pues mi única venganza en esta historia fue alegrarme de que este ladrón fastidiase con su robo al novio infiel.

 

Relato escrito por una colaboradora basado en la historia de una lectora.