Carmen y Mauricio llevaban casados más de 30 años cuando ella empezó a sospechar que él le era infiel. Sus amigas la trataban de loca, era imposible que aquel hombre, que siempre había bebido los vientos por ella, la estuviese traicionando. Pero ella seguía muy convencida de que algo estaba pasando.

Su marido, muy cerca de la jubilación, había empezado a viajar mucho por temas de trabajo, cuando nunca antes lo había hecho. Los días que llegaba tarde por alguno de esos pequeños viajes, venía distraído, decía que, por el cansancio y no la besaba al llegar como había hecho siempre. Estaba más distante y evitaba el contacto físico. 

Un día, Carmen se acercó igualmente y, medio en broma medio en serio, le dijo que le iba a dar un beso quisiera o no. Cuando él se resignó y se dejó besar, ella dice que notó el aroma de un perfume de mujer en su marido. Ella se tensó porque no esperaba algo así y se apartó de golpe. Él, que sabía que algo había pasado, quiso besarla nuevamente para tapar con cariño cualquier detalle que se hubiese olvidado de esconder, pero ella lo rechazó y se fue a dormir.

Pasados unos días Carmen empezó a sentirse tan insegura que controlaba todo lo que pasaba alrededor de su marido. Revisaba sus bolsillos, los km del coche, el olor de su ropa… Y claro, el que busca siempre encuentra. Así que, los días que viajaba tanto y llegaba tarde por tener que visitar varias ciudades, su cuentakilómetros apenas se había movido; cuando llevaba días revisando sus bolsillos, encontró el ticket de un restaurante que estaba no muy lejos en el que se le cobraban platos elaborados y nada económicos, además de dos copas de vino blanco. Él no soportaba el vino, pero menos todavía el blanco. Quiso justificar que podía ser una comida de trabajo, pero luego vio que aquella cuenta fue pagada con su tarjeta de crédito personal y no con la de la empresa.

Ella se desahogaba en casa de su mejor amiga, que relativizaba todo lo que ella le contaba y restaba importancia a los detalles menos evidentes. Pero Carmen sabía que algo estaba mal. Conocía a su marido, habían estado juntos toda una vida, y cuando algo va mal, después de tanto tiempo, se sabe.

Nunca se atrevió a decirle nada a su hijo y a su hija cuando venían a comer los domingos. Ahí actuaban como la pareja unida y entrañable que siempre habían sido. Pero la tarde de un domingo, cuando la familia aun no se había retirado cada uno a su casa, Mauricio se ausentó durante demasiado rato y Carmen fue a ver dónde estaba para avisarlo de que sus hijos lo esperaban para despedirse. Entonces escuchó su voz salir del baño. Él, nervioso, explicaba por teléfono que sus hijos habían venido a comer y que no era el momento, le pedía a quien estuviese al otro lado de la llamada que no se pusiera así, que ese no era el trato que tenían y que al día siguiente se lo compensaría.

Al terminar aquella llamada acalorada, se tropezó con su mujer en el pasillo y sus nervios fueron en aumento. Ella, en shock por lo que había oído y la interpretación que ella le daba, simplemente le dijo “Tus hijos se van, si acaso ve a despedirte”. Y él bajó corriendo y charló unos minutos con sus hijos y sus parejas antes de que se fueran. Desde la puerta, ambos saludaban con la mano a su familia mientras Mauricio sujetaba a Carmen por la cintura. En cuanto todos estaban en los coches con la mirada en la carretera, Carmen apartó bruscamente la mano de su marido y se fue a recoger la cocina.

Ya en la cama, en tono seco e impersonal, le dijo que le metería en el coche unas mantas y unas colchas para  que le llevase por la noche a su hija al día siguiente. Él, asustado y sintiéndose más culpable que nunca en su vida, le dijo que si y esperó a que se durmiera para ponerse en posición de dormir. Solo faltaba que sus ronquidos no la dejasen descansar.

Al día siguiente, como Carmen había dicho, el asiento de atrás del coche estaba lleno de mantas y colchas cuando entró en él por la mañana. EL maletero estaba lleno de muestras de material de obra para su trabajo y era mejor llevar las mantas apartadas de aquello.

Condujo durante 15 minutos hasta parar en una zona de chalés. Una vez allí, llamó por teléfono: “Ya estoy aquí”, y esperó. Unos minutos más tarde, una mujer de unos 50 años entró en el coche, inundando el ambiente de aquel perfume dulzón que Carmen había olisqueado en su marido la primera vez. Él protestó: “Cuanto más te digo que no abuses con el perfume, más te echas. Lo haces a propósito”. Ella, claramente ofendida, le respondió: “¡Por supuesto que es a propósito! Si no se lo dices tu a tu mujer, tendré que provocar yo que se entere de una vez. Son ya dos años siendo la otra y no lo aguanto más” Y se echó a llorar. Mauricio se inclinó para abrazarla y, pasándole el brazo por encima del hombro, la besó con ternura. Le pidió paciencia. Le dijo que no era fácil para él admitir que se había enamorado, también le contó cuanto había amado a su mujer y lo felices que habían sido juntos y que no le parecía justo dejarla tirada ahora, a unos meses de la jubilación. Aquella señora tan elegante y formal, a pesar de parecer rota de dolor, le interrumpió rápidamente. Le pidió que, en vez de seguir explicando las maravillas de su mujer, la llevase al Motel de una vez, que tenía reserva y se quería ir pronto a trabajar.

Entonces, mientras se besaban nuevamente, las mantas del asiento trasero comenzaron a moverse y Carmen se incorporó en aquel asiento donde tan cuidadosamente se había escondido. Mauricio palideció al ver la cara de su mujer, inundada en llanto y con el teléfono grabando en la mano. Sin más interacción dijo “Yo me bajo aquí”. Y se bajó del vehículo. Mauricio corrió detrás de ella, pero no pudo alcanzarla. Su amante lo miraba enfadada y le gritaba que volviese al coche inmediatamente.

Cuando Mauricio llegó a casa, Carmen ya había sacado su ropa y enseres personales en sacos de basura al porche. Quiso entrar pero encontró una nota en la puerta “Si vuelves a entrar en esta casa, el vídeo de esta mañana será compartido con nuestros familiares y amigos. Además he localizado al marido de esa golfa.

La demanda de divorcio llegó pronto. Sus hijos no entendieron nada hasta que su padre les contó una parte de lo que había pasado. La mejor amiga de Carmen le riñó por haber hecho algo tan infantil pero, realmente, tenía razón y fue la única manera de ponerle fin a sus dudas. Y aquella nota fue la última vez que Carmen se dirigió a Mauricio. Al cual, aquella señora adinerada, dejó por un muchacho más joven seis meses después.

Luna Purple.

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