Pollas everywhere: ¿algo está cambiando en la industria del cine y la televisión?

Me estoy hinchando a ver pollas últimamente. Me resulta curioso, porque yo no veo tantas series (un capítulo al día, dos si es fin de semana) y aún así las veo por todas partes. 

Aún recuerdo cómo me llamó la atención la del personaje de Guillermo Pfening en Foodie love: “¡Uy, se le ha visto el pito!”, exclamé. Como cuando una niña entra al baño contigo, te mira fijamente y te recuerda que tienes pelos en el chocho y tetas. Porque a ella aún no le han salido y le llama la atención.

Después vino Euphoria, que es un no parar. En ese caso, su inclusión en pantalla tiene un mensaje mayor, porque el tamaño va en relación con el nivel de masculinidad tóxica del portador. 

Este año también he visto una serie muy recomendable sobre la primera revista erótica para mujeres (más en concreto, las que por su orientación sexual se sienten atraídas por hombres). Al leer la sinopsis, se entiende su alta aparición. Es interesante ver la evolución de la protagonista, periodista y declarada feminista, cómo entra en conflictos éticos y personales constantemente y cómo los resuelve. 

Hay dos más que me gustaría mencionar, ambas también de este año. Una es Pam y Tommy, en la que podemos ver al bueno de Sebastian Stan, en el papel de Tommy Lee, charlar con un viejo amigo en el baño. Que no es otro que su polla parlante. 

La otra es The boys. Al margen de otras apariciones, antes siquiera de que aparezcan los créditos del primer capítulo de la temporada 3, hay una escena perturbadora. Incluye un primerísimo primer plano de la uretra de un tipo, es decir, el agujerito por donde salen los fluidos masculinos. Un hombre microscópico se introduce en su interior para guiarnos en un peculiar viaje dentro de esta, mientras el portador le pide insistente que se dirija a la zona de la próstata. 

No cuento cómo sigue ni tampoco he desvelado nada interesante de la trama, pero de esas hay varias en The boys. También hay un tipo con el superpoder de hacer crecer su miembro viril como Elastigirl hacia crecer sus extremidades. 

  • No es que me muriera por esto

A ver, no es por hacer body shaming, pero a mi una polla no me resulta particularmente estética. Un cacho de carne ahí colgando, apoyada en huevazos pellejosos también colgones, no me fascina en absoluto. Otra cosa es que una, que cree que es hetero, se excite cuando ese falo alcanza la forma de instrumento de placer en un contexto sexual. Mientras tanto, no es que me apetezca mucho verlas, aunque los amantes de los grafitis fálicos y los de la fotopollas se empeñen en que sí. 

Por lo único que valoro su inclusión hasta hartarnos en pantalla es por cuestiones de igualdad. Porque hasta ahora no era creíble que los guiones les exigieran tantos desnudos integrales a ellas y tan pocos a ellos, fuera de los argumentos machistas. 

pollas

Habría que analizar hasta qué punto esto motiva la igualdad, de todas formas. Yo, con mis pobres conocimientos de mera espectadora, tengo una percepción: el tratamiento o lo que se intenta transmitir es distinto.

Me hace gracia y me perturba que un ficticio Tommy Lee hable con su polla sobre si Pamela Anderson es la elegida. Me hace gracia y me perturba que un tío se haga minúsculo y se interne en otra para darle placer a su portador. Y me hace gracia y me perturba que a un personaje le cubran los hombros con un nabo gigante y elástico, como cuando te enroscan una boa para que te hagas una foto. Pero no me excita.

Y no por lo que digo de que las pollas no me resulten particularmente estéticas, sino porque la escena no quiere transmitir deseo. Cuando, en el caso de los desnudos integrales femeninos, eso sí sucede con mucha frecuencia. Puede que ese bombardeo del cuerpo de la mujer cosificado me haga dudar incluso de mi orientación sexual

  • El tamaño también importa en televisión

De todas formas, no cantéis victoria, amigues. No le vimos el miembro a Sebastian Stan en Pam y Tommy, básicamente porque no existen las churras parlantes. Pero no vemos ninguna real, porque todo son prótesis. 

A lo mejor la culpa es de gente como yo, que no las ve estéticas, pero a mí que me las enseñen tal cual son. Que les encontraré lo bonito a fuerza de normalizar, como todo lo que ha estado vetado por considerarse indecoroso o fuera de los cánones. Por fin amé los cuerpos gordos y me acepté, ahora quiero amar las pollas feas. 

Porque sucede, además, que no todas las churras tienen un tamaño mediano o grande, ni reposan armoniosamente sobre unos huevos simétricos bien ahuecados, ni tienen bien tallada la mata de pelo. Y, con sus fundas hechas con el pellejo del chorizo o vete tú a saber qué, se nos vende que hay pollas ideales y se crea complejo en los chavales. A los que ya desde su más tierna infancia se les inculcan obsesiones con el tamaño. 

En fin, que bienvenidas sean esas barras de amor colgonas enseñadas a través de la pantalla. Pero que, obviamente, no está todo hecho.

Azahara Abril