Por no mirar la fecha de caducidad acabamos en urgencias

 

Esta historia no puede ser considerada un suegradrama porque, aunque fue mi suegra la principal causante de que os pueda contar esto, la mujer no lo hizo con ninguna intención. Y lo de que sea mi suegra es un dato irrelevante. Lo relevante es que la señora es un poquito especial en muchos sentidos, y un poco peligrosa en uno en concreto.

Pero yo eso no lo sabía cuando nos invitó a su hijo y a mí a pasar el fin de semana de las fiestas de su pueblo con ellos y varios miembros más de mi familia política.

Pese a que yo ya llevaba un tiempo plenamente integrada en la familia de mi novio, por diversas circunstancias era la primera vez que iba a asistir a una celebración similar.

Como el pueblo nos pilla lejos de donde vivimos, el viernes salimos después del trabajo y nos comimos unos bocadillos por el camino. De modo que, cuando llegamos, rechazamos su ofrecimiento de calentar lo que les había sobrado de cena. Charlamos todos en el salón un ratito y no tardamos en retirarnos a dormir. A la mañana siguiente desayunamos todos juntos, fuimos a la sesión vermú y mi suegra se marchó al poco a toda prisa porque quería ir haciendo la comida. Yo quise acompañarla para echar una mano, pero nos dijo que la mitad ya estaba hecho y que entre ella y su hermana se apañaban perfectamente, que lo único que haríamos sería molestar.

Cuando convencí a su hijo y a mis cuñados para ir a casa a poner la enorme mesa y demás, nos encontramos con que poco más que eso se podía hacer.

 

Por no mirar la fecha de caducidad acabamos en urgencias

 

Así que, nada, nos sentamos a comer, a beber y a rajar hasta bien entrada la tarde. Y, como a eso de las nueve de la noche, me dieron a entender que tocaba volver a empezar. Cosa que hubiera hecho sin dudar, porque, integrada o no, todavía no tenía la confianza suficiente para decirles que pasaba del plan. Sin embargo, en algún momento entre que terminamos de fregar todo para ponerlo de nuevo sobre la mesa y volver a comer como si no hubiera un mañana, me empecé a encontrar mal.

Sentía escalofríos y me daban calambres en el estómago. Intenté sentarme a la mesa, pero, con la primera vomitona, mi chico me llevó al cuarto para que descansara. Debí de quedarme dormida pronto, aunque no tardé en despertarme con fiebre y muchas ganas de ir al baño. O debería decir EL baño. Porque en la casa del pueblo hay un solo baño y en ese momento estaba ocupado por mi cuñado. Y, cuando solté la manilla al escucharle decir que estaba él, me di la vuelta y vi a mi novio dando saltitos con el culo apretado.

No me había dado cuenta, pero pronto supe que mi cuñada estaba vomitando sobre los geranios del jardín y mi suegro se había ido a cagar a la casa del vecino. Menudo cuadro.

Y menudo otro cuadro debió de ser vernos llegar a todos en dos coches a la puerta de urgencias del ambulatorio más cercano. Mientras mi novio y sus hermanos culpaban a su madre de los dolores y la deshidratación que sufríamos todos.

La mujer venga a negarlo, ‘que no que no que no, que esto es un virus’. Y los hijos venga a preguntarle qué nos había podido hacer daño de todo lo que habíamos comido.

¿Por qué parecían tan seguros de que era culpa de la pobre señora? Pues porque la conocen y saben que es firme defensora de que las fechas de caducidad son un invento capitalista. Ya no las de consumo preferente, no. Las fechas de caducidad. Es que ni las mira, la jodía. Si lo hubiera hecho, habría visto que las dos docenas de huevos que usó llevaban varias semanas caducados.

 

Por no mirar la fecha de caducidad acabamos en urgencias

 

Ahora lo sé, pero cuando sucedieron los acontecimientos que acabo de relatar, no tenía ni la más mínima idea. Debí sospechar aquella vez que, al repartir los postres, me tocó un yogur que llevaba tanto tiempo en la nevera que tenía una capa de moho peludo. Por aquel entonces pensé que, bueno, es algo que puede pasar.

Hoy en día ya no me pilla en una de esas. Ahora compruebo etiquetas, huelo los alimentos y hasta reviso en la basura antes de llevarme a la boca nada de lo que esta buena mujer prepara para comer.

Ni de broma me vuelvo a exponer a que nos intoxique con sus principios y los huevos que puede tener durante meses en el frigorífico. Porque morir, no se murió nadie, pero pasamos todos un mal rato de narices.

 

Anónimo

 

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