Navidad: tiempo con familiares y amigos en un ambiente de efusividad y con la mesa llena.

Navidad: restaurantes y pubs llenos, contacto corporal entre lo suficiente y lo excesivo y buenos deseos en WhatsApp de gente cuya cara ni recuerdas. Lo mismo es tu primo que el albañil que te arregló la cocina en febrero.

Las fiestas tienen sus luces (excesivas en lugares como Vigo) y sus sombras. En mi caso, se aproxima la comida anual de amigas y la cita me despierta ilusión y pereza a partes iguales. Es según el día y cómo lo piense, así que ando sopesando pros y contras.

Contexto: una reunión de alrededor de 15 personas, todas con vivencias comunes, pero con afinidades venidas a menos en muchos casos.

Sí a…

  • Los reencuentros. Con las que se fueron del pueblo o ciudad, con las que se recluyeron en cuanto se casaron y con las que olvidaron que el mundo sigue girando más allá de sus hijos. Van quedando menos por casarse, así que pronto las bodas tampoco serán una oportunidad de coincidir (ya veremos las segundas nupcias). Hay que aprovechar lo que nos brinda el calendario.
  • La comida. La Navidad es un paraíso para las personas de buen comer, como yo. Sé de gente que se pone a dieta antes para dejarle hueco a pavos, mantecados, turrones y otras viandas. #Respect.
  • La bebida. Las resacas de ahora no son como las de antes, ni por lo bueno ni por lo malo. Lo malo es el cuerpo, que no tira igual. Lo bueno es que al día siguiente, incluso cadavérica, tienes una sonrisa de oreja a oreja pensando en la noche anterior. Y no, no es igual cuando eres joven y sabes que te volverás a ir de fiesta al sábado siguiente.
  • Los outfits. Colocarme las medias de brillito y el abrigo elegantón que guardo para ocasiones especiales me pone de buen humor.
  • El espíritu navideño. Lo normal es que la gente salga contagiada de una alegría que luego el alcohol mantiene en sus niveles justos. En otras ediciones, de esa efusividad han salido acercamientos que no esperaba o conservaciones surrealistas de las que también me he reído al día siguiente.

No a…

  • Los reencuentros. ¿De verdad tengo que compartir tiempo con gente que no se acuerda que existo en alguna parte? ¿Que el resto del año pasa de mí? ¿Y solo porque es Navidad?
  • La comida. Comer sí, pero los atracones ya no se soportan igual. Me hace sentir mal que sobre y acabo comiendo de mi plato y del de aquella, que come menos que un polluelo. Para cuando llegan el cubateo y los bailes, estoy tan hasta la corcha que ni el puntito cojo.
  • La bebida. Pues eso, que ni el puntito. Y, además, no tengo término medio: paso de estar serena a que me entre un sueño profundo que me deja dormida en cualquier silla alta del pub. Vamos, que me tengo que ir.
  • Los outfits. Voy en zapatillas y sin peinar el resto del año. ¿Y ahora medias de brillito y el abrigo de pelos? Me siento como para ponerme a correr la San Silvestre del tirón.
  • El espíritu navideño. Hay una delgada línea entre la efusividad y el falserío. No hace falta que te preocupes por mí ahora, mujer, y me digas que no te enteraste de lo de mi chico o que qué bien lo de mi ascenso. Me ignoras el resto del año como yo a ti, y no pasa nada.

Sí, son los mismos motivos para ir que para no ir. ¿La clave? El equilibrio. Cada cual que encuentre el suyo. Me pongo algo con lo que me siento cómoda y quedo con mis tres o cuatro íntimas para tomarme un vino antes de la hora de la comida. Llegamos al restaurante, nos sentamos juntas y, ya entonadas, esperamos a las demás. El resto de la cita no puede salir mal.

Como cada una quiera, pero ¡disfrutad! Que nadie sabe dónde estaremos las próximas Navidades.