Una de las tantísimas cosas a las que tenemos que enfrentarnos los gordos es a la vergüenza. La vergüenza que nos da entrar a una tienda y que no nos sirvan ni los bolsos (the struggle is real, bolsos bandolera que no te caben por el brazo), la vergüenza que da ir a la playa y ponernos en bikini… Pero, especialmente, la vergüenza que nos da comer delante de otras personas. Y nos da vergüenza porque como se te ocurra pedirte una hamburguesa o un pastel, o algo que no sea una manzana verde, automáticamente comienzas a sentir miradas de desaprobación por todos lados. Parece que se te activa el super poder de escuchar los pensamientos de la gente y sientes los comentarios aproximándose: –Qué fuerte esa gorda comiendo así, en vez de pedirse una ensalada. –¡Con lo gorda que está y comiendo eso! ¡Qué ganas de morir de un infarto!
Y yo me pregunto, ¿tenemos que seguir escondiéndonos para comer tranquilos? ¿Acaso es asunto de nadie nuestros hábitos alimenticios? ¿Nos metemos nosotros contigo porque fumas como un carretero, porque no haces nada de ejercicio o porque ERES FEO? Yo creo que, por norma general, estamos demasiado ocupados con nuestros propios issues como para tener la mala educación de ir por ahí juzgando los hábitos de vida de nadie, o al menos así debería ser. Además, el sentirse obligado a esconderse para comer tranquilo lo único que consigue es causar trastornos alimenticios y demás problemas relacionados bastante graves. ¿Quién no se ha comprado las mayores guarradas y se ha encerrado en su cuarto para comérselas a gusto sin que nadie le mire ni le juzgue? Es así, y es tristísimo que tengamos que vivir así.
Tú y sólo tú eres dueña (y señora) de cualquier decisión que tomes acerca de lo que quieres comer, cómo comerlo y cuándo. Nadie debería ser juzgado por lo que come, y esto no debería ser, automáticamente, sinónimo de por qué tienes una talla u otra. ¿A cuántas personas delgadas conocemos que meriendan cada día una palmera de chocolate y 3 litros de Coca Cola? Es simplemente retrógrado y de estar muy mal informado pensar que los gordos están gordos porque se pasan el día inflándose a donuts, y que las personas delgadas sólo comen lechuga.
Es terrible que, encima de toda la discriminación que sufrimos por nuestros cuerpos, tengamos también que sentirnos tan mal por algo que debería ser un momentazo, que es salir a comer fuera de casa. Es uno de los placeres de la vida que todo el mundo debería poder disfrutar sin sentirse inferior y sin remordimientos, porque para eso están los pocos momentos de ocio que nos deja la vida. Estamos en un país en el que prácticamente todo se celebra alrededor de una mesa con comida, y eso es genial, es nuestra cultura y es un privilegio poder disfrutar de eso cuando hay tantos lugares en los que no se puede. Así que, cojones, déjennos comer tranquilos.
Ya está bien de seguir sintiéndonos avergonzados cada vez que nos toca comer en público. No es justo que sólo nos miren mal a los gordos cuando comemos algo que no deberíamos, porque si es malo para nosotros, es malo para todo el mundo. Y no sólo eso, es que si es malo ya lo decidiremos nosotros mismos; nadie tiene el derecho a juzgarnos por nuestras decisiones individuales.
Porque sí, a veces apetece saltarse la vida sana; incluso a la persona más fit del planeta necesita de vez en cuando su ‘comida trampa’. A veces, simplemente, uno NECESITA un jodido Big Mac, y lo siento muchísimo si te incomoda verme comiéndolo, pero lo pienso hacer igual y voy a disfrutarlo al máximo, y ya es hora de que todos podamos hacer lo mismo.