Productividad tóxica.

 

Un día libre, por fin. Diez días seguidos trabajando.

Alarma, corre, prepara la comida, corre, autobús, metro, trabajo, la cita del médico, hay que hacer la compra, corre otra vez que toca hacer la cena. Y vuelta a empezar. Pero por fin, tengo tiempo para mí. No hay alarmas, ni horarios que seguir, ni planes.

Tras remolonear en la cama durante más de una hora, me echo cereales en un cuenco y me pongo a ver una serie, una que hacía tiempo que quería ver… y adiós muy buenas, me perdieron, porque yo no sé parar así que después del primer capítulo viene el segundo, y luego el tercero, y así hasta ya ir casi por la mitad. ¿Y el almuerzo? Ya es muy tarde para almorzar, pero también muy temprano para cenar. Igual mejor esperar y cenar pronto, y además en esa terraza tan bonita que hay en el pueblo, total no hay ganas de salir del sofá.

Pero entonces, empiezo a sentirme mal. Me he pasado el día sin hacer nada, así que me levanto y busco algo qué hacer para no “perder” el día: Fregar los platos, limpiar la casa, lavar ropa, reordenar… Mejor lo de la terraza para otro día y me pongo a cocinar algo sano y rico.

Podría hacer todo eso al día siguiente, pero no, hay que hacerlo hoy porque ¿qué es eso de pasarse el día entero sin hacer nada?

productividad

Y es que hasta durante el confinamiento por pandemia veíamos a través de las redes sociales a todo el mundo haciendo cosas: aprendiendo un nuevo idioma, haciendo yoga, abriendo un canal de cocina, iniciándose en dibujo o en algún instrumento musical, o hasta creando una empresa. Era como si aparte de todo con lo que teníamos que lidiar ya de por sí, con la que teníamos encima, había que “aprovechar la oportunidad”, ser productivos.

Porque vivimos en una sociedad que no para, que no descansa, que tiene que estar siempre produciendo, y, por supuesto, consumiendo.

Recuerdo una vez que alguien me habló, como de algo buenísimo, acerca de una tienda de electrónica en Nueva York (la ciudad que nunca duerme, por cierto), que está abierta veinticuatro horas. ¿En serio alguien necesita ir a comprarse un teléfono a las tres de la mañana?

Así, tenemos ropa pero no podemos quedarnos quietas, hay que seguir comprando cada nueva temporada, o durante las rebajas, porque nunca se sabe cuándo podríamos llegar a necesitar ese plumón de girasoles, aunque esté haciendo cuarenta grados y tengamos diez plumones más; tenemos un teléfono que nos funciona perfectamente pero lo cambiamos por el último, porque así como no podemos estar un día sin hacer nada tampoco se puede estar años con el mismo aparato, ¿verdad? Miramos el piso al que con tanta ilusión decoramos no hace tanto y tampoco nos sentimos ya conformes, queremos redecorarlo, cambiar cosas.

¿Y si todo eso fuese una consecuencia del no saber estar con nosotras mismas, del estar llenas de inseguridades, del miedo a estar quietas porque en medio de la quietud se podría colar nuestra propia voz, y hablarnos?

No soy psicóloga ni digo que esto sea una verdad universal, pero hablo desde mi experiencia y resulta que cuando lo único que me apetece es estar en el sofá, relajada sin más, siempre empiezo a tener la misma sensación acusadora de que no estoy haciendo con mi vida lo que debería hacer.

productividad

Una vez leí algo que decía que el pasar tiempo en la naturaleza nos hace felices… Bueno, ¿y si esto fuese así, entre otras cosas, porque la naturaleza no nos crea necesidades ni nos empuja a consumir, sino que por el contrario, nos ayuda a pisar tierra y a disfrutar del presente?

¿Es que acaso de verdad no hay días en los que no haya que hacer nada?, ¿o es que siempre tenemos que estar “haciendo algo”, produciendo, ocupadas…?

Que oye, si amaneces súper motivada y quieres salir a correr, preparar unas tortitas ecológicas, comenzar a pintar el cuadro de tu vida o apuntarte a otra carrera profesional, genial, todas tenemos sueños, motivaciones y ambiciones; pero si un día la mente y el cuerpo te piden a gritos parar y desconectar, ¿por qué has de autoexigirte el seguir, y seguir, y seguir?

No pasa nada ni se va a salir el mundo de su eje porque nos pongamos un día en modo árbol si es eso lo que necesitamos, no siempre tenemos que ser aves; no hay que estar volando siempre, ni siquiera estas lo hacen.

De todos modos nadie está nunca realmente sin hacer nada, en sentido literal, porque hasta el quedarse pensando con la mirada en el techo, es hacer algo.

Escuchémonos más, cuidémonos más.

 

Lady Sparrow