Tengo la impresión de que he vivido una parte de mis días esperando a que las cosas simplemente sucediesen. Como una espectadora en un patio de butacas. Observando mi alrededor y mimetizándome con él para conseguir pasar desapercibida.

Silenciosa, pensativa y para muchos, rara. Esa era yo. La chica prescindible para unos cuantos. La adolescente que no molestaba en ninguna parte pero que tampoco aportaba nada especial. Ni mucho ni poco, lo justo para ser una más del montón.

Mis padres disfrutaban del remanso de paz que era tenerme como hija. Obedecía siempre y jamás daba problemas. No era una rebelde sin causa ni tenían que lidiar con un montón de hormonas violentas que les reprocharan nada. Yo sencillamente era, existía y me dejaba llevar.

En mi interior tenía mis sueños y mis proyectos de futuro. Siempre me planteaba mil historias sobre cómo sería mi vida al terminar el instituto o si el salir de mi círculo de confianza conllevaría alguna pequeña tormenta. Escribía todas mis inquietudes en un pequeño cuaderno que me acompañaba allí donde yo fuera. Nadie, jamás, había leído sus páginas. Aquel era mi único tesoro. Mi vía de escape.

chica escribiendo

Empezar la universidad me reveló una realidad que no me imaginaba. Tras todo ese orden rutinario al que me había acostumbrado durante diecinueve años, se escondía un mundo de caos y responsabilidades a las que hacer frente. Me mude desde mi pequeño pueblo a una inmensa capital donde se abría para mí un abanico bestial de gente, culturas y actividades sumamente atractivas.

Mi cuerpo, de pronto, respiraba entrecortado por la excitación que me generaba tanta información en tan poco tiempo. Todo lo que descubría ponía en alerta mis cinco sentidos y me llenaba de ganas de continuar aprendiendo. Era como una niña con zapatos nuevos. Pasé las primeras semanas ilusionándome con cada mínimo descubrimiento.

Poco a poco me fui haciendo a mi nueva vida como universitaria. Por dentro seguía bailando esa pequeña niña del pueblo, pero en el exterior controlé mi semblante y continué siendo la chica tímida y tranquila de siempre. Empezaba a conocer a mis nuevos compañeros y a relacionarme con las chicas de mi residencia abriéndome lentamente al mundo. Comenzaba a ser feliz.

Cada mañana tomaba la misma línea de metro para llegar a tiempo a mi facultad. La exigencia de mis clases hacía que tuviera que madrugar una barbaridad cada día de la semana para cruzar de un extremo a otro la ciudad. Eran minutos eternos de una parada a otra, de gente que subía y bajaba de aquel vagón, de cientos de historias que empezaban su día en mi mismo tren.

Y entonces llegó él. Yo estaba sentada en el mismo asiento de cada mañana, miraba pensativa fijando mis ojos a un punto infinito cuando algo llamó mi atención. Eran sus ojos, sin duda creo que fueron ellos y no otra cosa. Eran grandes y muy oscuros, y creo que durante un microsegundo se cruzaron con los míos antes de escapar asustados.

Esa mirada hizo que me bajase de mi universo para regresar a aquel vagón repleto de personas. Y como en un chasquido instantáneo, mi atención fue por entero para él. Podía tener mi edad, o quizás algún año más. Una mochila, unas botas desgastadas, y el pelo enmarañado. Era su expresión, su gesto pensativo y la forma en la que movía sus dedos sobre una carpeta. No podía dejar de mirarlo, ni siquiera de reojo.

Y una parada, y otra, y en la siguiente tampoco se ha bajado… ¿Cómo se llamará? Tiene cara de llamarse Pedro o puede que Juan o Carlos, ¿quién sabe? ¡Ay, qué vergüenza! Creo que antes ha visto que lo miraba. ¿Estará en la universidad? Puede que ya esté trabajando. Otra parada y no se apea todavía. ¿Hablará español? Lo mismo es extranjero, tiene cara de chico francés, ¿qué aspecto tienen los franceses?…

Así, sin cesar ni un segundo, hasta que pasados veinte preciosos minutos aquel muchacho desconocido agarró con ganas sus pertenencias dejando el tren más vacío que nunca. Se había ido, y por sorprendente que pareciera me había dejado un pequeño desazón en el cuerpo.

Todo el día estuvo mi cabeza centrifugando la imagen de aquel supuesto francés de ojos inmensos. En cada una de las clases a las que asistí aquella mañana inventé una nueva historia sobre la supuesta vida del chico del tren. A primera hora era un estudiante de ingeniería camino de sus prácticas en una oficina. A media mañana se convirtió en el camarero de un pequeño café del centro de la ciudad. Y para el final de la jornada ya era un artista contemporáneo incomprendido.

Regresé al tren exhausta tras un día agotador. Habían sido casi diez horas sin apenas descanso y la información de cada asignatura retumbaba en mi cerebro como un martillo. Me senté una vez más y mientras apuntaba mis tareas pendientes en mi libreta me percaté… Esas botas.

Levanté la mirada de reojo escondiéndome tras mis gafas. Había regresado. Allí estaba de nuevo, como si el día no hubiera existido. Qué maravillosa es la casualidad en ocasiones. Tenía aspecto de cansado, sin duda era un chico trabajador.

Tiene un tatuaje detrás de la oreja. Parece un símbolo extraño. ¿Vivirá solo o con sus padres? ¿O con su novia? Claro, seguro que tiene novia. ¿Y a mí que más me da que la tenga? Ni que fuera un dato relevante.

Entonces su teléfono sonó y yo volví al mundo de la realidad.

Hola, sí estoy llegando a casa, he tenido un día horrible… he hablado con Marta y dice que no vendrá este fin de semana, así que estamos los dos solos otra vez…

¿Marta? ¿Los dos solos? Di un golpe a mi cabeza y regresé a mi cuaderno y mis anotaciones. Al fondo continuaba escuchando su voz masculina y grave. ‘Quizás es cantante‘ sonreí.

¿Sabéis lo bonito de la vida cuando la ves pasar lentamente? Que a veces deja caer regalos y eres capaz de atraparlos al vuelo. El mío fue que desde aquella jornada del mes de octubre, mi chico desconocido de ojos preciosos repitió cada viaje de ida y vuelta en mi mismo vagón. Lloviese, tronase o luciese un sol resplandeciente, él aparecía siempre para tomar asiento frente a mí.

Yo era la chica invisible que luchaba contra sus instintos para poder mirar hacia otro lado. Aunque también era la que seguía inventando posibles vidas para aquel muchacho. En mi pequeño y viejo cuaderno le había dedicado un par de páginas de tonterías variadas. De vez en cuando las leía y me reía de mí misma y de lo terriblemente pardilla que podía llegar a ser.

Lo pensaba en alguna ocasión: ¿será él consciente de que yo estoy aquí sentada? Quizás solo soy una persona más de las muchas que viajan a diario con nosotros. Yo no soy especial ni llamo la atención. Estoy aquí sentada con mi libreta asquerosa y mi mochila, ¿qué tiene eso de peculiar?

chico en tren

Y fue una tarde, en tan solo unos minutos, cuando mi rutina de ensoñaciones cambió por completo. Volvía a la residencia y el tren se detuvo en la parada habitual del chico desconocido. Oteé estirando el cuello esperando verlo entre la multitud. Allí estaba, y sonreía mientras charlaba animado con otra persona. Era una mujer y juntos tomaron asiento junto a mí. Desconozco los motivos, pero mi corazón dio un vuelco.

Hablaban de profesores y de unas ponencias sobre biología. Se reían de bromas que yo, lógicamente, no comprendía y en un momento dado se dieron un pequeño beso.

¡Qué estúpida me sentí! De veras que mi tímido corazón se partió entonces en un millón de pedazos. ¿Qué esperabas, amiga? ¿Qué ese chico desconocido no tuviese una vida más allá de este tren? Y fueron días duros, lo prometo.

Desde esa fatídica tarde aquella chica preciosa se sumó a nuestros recorridos al finalizar el día. Gracias a sus conversaciones pude saber que él se llamaba Dani y que ambos estudiaban enfermería. Con el paso de los días fui perdiendo el interés por aquella historia, aburrida quizás de verlos cada tarde abrazarse y quererse ante mis ojos. Yo seguía sola y sin nadie que mostrase un mínimo de atención por mí.

El invierno ya había llegado y yo había optado por pasar página con toda aquella tontería adolescente con Dani el del metro. Era tan absurdo que pusiera en duda mi valía por la historia de ‘desamor’ con un chico con el que jamás había hablado… Por no contar ni se lo mencioné a mis amigas de la residencia. Podía imaginármelas tiradas por el suelo del ataque de risa y eso no era en absoluto lo que yo necesitaba.

Y entonces, cuando tomas una determinación seria y tajante, la vida te deja caer otro paquetito misterioso. Una tarde del mes de enero Dani subió solo a nuestro tren. Yo estaba leyendo cuando de refilón lo vi entrar colocándose justo junto a mí. Estaba serio. Era lunes, quizás el fin de semana había sido duro. Ahora era él el que miraba al infinito. Agarré mi libro e intenté retomar la lectura, pero su gesto no me dejaba concentrarme.

Llegamos a su parada y antes de bajar se levantó para colocarse la mochila.

Hasta mañana‘ dijo mirándome y esbozando una ligera sonrisa.

Me tuve que recomponer en cuestión de milésimas de segundo para asimilar lo que acaba de ocurrir y poder devolverle el saludo. Apuré a responderle intentando no sonar demasiado emocionada. ¿Qué acababa de pasar? Resulta que no soy tan transparente como creía.

 

Y durante las semanas siguientes sus ‘buenos días’ fueron mi adrenalina. Dani pareció animarse con el paso de los días y volvió a ser el chico enigmático de aquel tren. A veces me sonreía al despedirse con la mano y yo me desmontaba por completo. Comencé a sentir un leve empujón que me pedía que me lanzase a hablarle, pero mi timidez no me lo permitía.

¿A qué estás esperando?‘ me decía mi conciencia ‘¿a qué se suba al tren con otra chica?

No tenía ni idea de cómo romper el hielo, si es que nunca en mi vida había entablado una conversación surgiendo de la nada. Había mil cosas que me encantaría saber sobre él, pero mi intención no era parecer una loca desviada acosadora. ¿Qué hacer? ¿qué decirle? Hay que ser valiente, la que no arriesga no gana…

Fue mi libro favorito durante muchos años‘ espeté de sopetón señalando un pequeño ejemplar de ‘El guardián entre el centeno’ que asomaba entre su carpeta.

Él me miró asombrado acomodándose para ponerse frente a mí.

Lo leí hace tiempo, lo acabo de coger en la biblioteca para mi abuela, el otro día hablando de libros le reproché que nunca lo hubiera leído y ya lo ha anotado como su tarea pendiente‘ respondió simpático mientras ojeaba el libro entre sus manos.

Así, de esa absurda manera, se rompieron las fronteras entre Dani y yo. Aquel breve viaje me dejó conocerle un poco más, y los siguientes, y después los que llegaron… Éramos los amigos del tren, con apenas treinta minutos para charlar de cualquier tema por absurdo que fuese. ¡Y lo poco que yo me había acercado en cada una de mis historias sobre él!

Muchas veces lo animado de nuestras conversaciones nos hacía perder la noción del tiempo, Dani se pasó su parada en más de una ocasión por culpa de nuestras tonterías y yo prescindía de todo mientras estaba con él en aquel tren.

Fue por eso por lo que, una tarde, se me olvidó por completo que había quedado con una compañera en su casa, así que necesitaba bajarme unas paradas antes de lo habitual. Cuando me di cuenta sostuve mis cosas con rapidez y me despedí de Dani mientras corría hacia el andén. Todo correcto hasta que, una vez de vuelta en la residencia, eché en falta mi cuaderno.

Por más que lo pensaba no entendía dónde había podido dejarlo, lo llevaba conmigo en clase, lo tenía sobre mis rodillas en el tren… ¡Oh! ¡El tren! Obviamente aquel mugriento diario mio se me había escurrido al salir corriendo aquella tarde. Empecé a hacer balance de las consecuencias si es que Dani lo había visto y mi corazón empezó a palpitar a mil por hora. Poco podía hacer entonces más allá de comerme la cabeza imaginándome a mi amigo leyendo mis historias. Vergonzoso.

A la mañana siguiente la ansiedad podía conmigo. Solo necesitaba ver a Dani para averiguar si había encontrado mi cuaderno. Llegamos a su parada y rápidamente lo vi entrar como cada día.

Buenos días‘ dijo contento tomando asiento junto a mí.

Buenos días… oye, ¿por casualidad ayer no me dejaría algo aquí en el asiento?‘ pregunté nerviosa.

Ahhh… puede que me estés preguntando por esto‘ respondió con tono juguetón abriendo la mochila y mostrándome mi preciado libro.

¡Ayyyy qué alivio! Gracias, de verdad‘ y tomé mi tesoro con fuerza.

Dani se mantuvo normal y en su línea de cada día. Y yo me tranquilicé al sentir que todo seguía como siempre. ¡Qué dramática había sido! No tenía remedio.

En su andén diario nos despedimos y yo continué mi camino hacia la facultad. Ya sola en el vagón centré mi mirada en mi cuaderno cuando vi la esquina de un papel que asomaba tras una de sus cubiertas. Tiré de ella y descubrí un cuadradito perfectamente doblado. Lo abrí nerviosa intentado no romperlo.

‘Dicen que las casualidades ocurren solo una vez, son trenes que no hay que dejar pasar. Desde hace meses tú eres el motivo por el que cojo una línea de metro que ya no necesitaba tomar. La chica silenciosa que un día se lanzó a hablarme. La chica dulce y desconocida del vagón.’

Un nudo inmenso se hizo en mi estómago. Dani había añadido su número de móvil y pronto comprendí aquella preciosa nota. Una línea de metro y un frío asiento de tren nos habían unido creando entre nosotros una conexión que aún hoy, tres años después, continúa irrompible.

Pude dejar de fantasear con un Dani enigmático para conocer su verdad. Saber que vive con su abuela, a la que cuida y adora por encima de todo. Que la enfermería es su pasión y que toca la batería en un grupo indie. Ambos nos contamos los mil secretos de cómo nos fijamos el uno en el otro, y así descubrí que para él fui alguien especial mucho antes de lo que yo me imaginaba. El vernos a la luz del día, más allá de aquel vagón, fue todo un acontecimiento.

Todavía hoy, tanto tiempo después, tomamos ese mismo tren y nos miramos cómplices: ‘Aquí empezó todo‘.

Fotografía de portada