Todas sabemos que orgasmos hay muchos y de muchos tipos, aunque tenemos que estar de acuerdo en que es una de las mejores sensaciones del universo. Recuerdo cuando hace muchísimos años leía la Bravo o la Súper Pop intentando averiguar de qué iba todo eso del sexo. Eran otros tiempos, y con 13 años aquellas revistas del copón se convertían prácticamente en la biblia de las primeras veces. Allí siempre decían lo mismo ‘tener un orgasmo es como montar en una montaña rusa y caer a gran velocidad’. Esa era la respuesta tan repetida que personalmente empecé a tener miedo, a mí esa sensación siempre me daba ganas de vomitar ¿en serio el sexo era aquello?

Después descubrí que no, que un orgasmo es difícil de describir pero si a algo hay que asimilarlo podría ser a esa sensación de cosquillas que te deja medio grogui. Como si el placer te hiciera teletransportarte y te encontrases en un trance momentáneo súper relajante. Es sumamente complicado explicarlo, pero al menos lo que sí sabemos es cómo lograr llegar hasta él. Algunas prefieren la penetración, otras jugar con su clítoris, hay quien solo lo consigue si le acarician el cuello… Y como hay tantas opciones y es mejor vivirlo para explicarlo, le he preguntado a seis amigas cómo consiguieron llegar a su orgasmo más bestia. Las respuestas son para todos los gustos.

Amaia y el juguetito por sorpresa

‘Sé que va a sonar a tópico sobre todo porque hoy en día no hay quien no tenga un Satisfyer, pero mi mejor orgasmo hasta la fecha me lo dio mi maravilloso succionador el mismo día que lo estrené. Me metí con él en la ducha un poco buscando la intimidad de mi hogar en una casa con tres niños. Al segundo de colocarme aquel aparato sobre el clítoris vi un arcoíris de colores, y ya en cuanto localicé la velocidad que más me gustaba, eso fue la bomba. Me corrí tres veces en apenas cinco minutos, uno tras otro. De hecho gemí sin poder controlarlo y me tuve que apoyar en la pared de la ducha del gustazo que me estaba dando aquello. Fue increíble. Ahora, cuando estoy estresada, me doy una ducha. SIEMPRE.’

Lola y el mago de los dedos

‘Tuve un lío una noche con un tipo que era mago. En serio, era mago de los que hacen actuaciones de magia en teatros y cafés. El tipo así al verlo físicamente no parecía gran cosa, aunque a mí las personas me atraen más por la forma de ser y la verdad que divertido era un rato. Cuando lo vi desnudo en mi casa me dio hasta lastimica, blanco como la leche, delgado perdido… pero fui bajando, y menudo pollón se manejaba el mago. No lo hubiera imaginado nunca. El caso fue que nos pusimos al tema y en esto que me dice que tumbe y que me relaje. Me fue abriendo las piernas con una mano y empezó a masturbarme con un arte que no os imagináis. Me llevó al orgasmo usando los dedos, tocándome con un cuidado y un ritmo increíbles. El resto del polvo también mereció la pena, pero jamás había sentido algo tan intenso como con aquellos dedos dentro de mí.’

Marina, el trío que terminó en disputa

‘Me llamo Marina y sí, lo digo, soy la reina de los tríos. Empecé hace algunos años porque un par de amigos me lo propusieron y ahora mismo ya no sé ni cuántos llevo. Mi mejor orgasmo fue en uno de ellos. La situación era la siguiente: uno de los participantes tumbado comiéndome el asunto y por detrás el otro penetrándome. Diréis que es una postura de lo más habitual en un trío, sí, pero no sé cómo lo hicimos, que el ritmo de ambos se compenetró de tal manera que estoy segura de que abandoné mi cuerpo durante unos segundos. Lo vi venir, y literal que me corrí a lo loco como nunca antes me había pasado. Los dos tíos se pusieron como locos, porque habían conseguido prácticamente matarme del placer. ¿La disputa? Pues porque según terminamos cada uno estaba seguro de que el mérito había sido suyo. Por más que intenté decirles que no, que fue cosa de ambos, ellos no querían compartir el premio. Hombres…’

Henar, la de los altos vuelos

‘Fue en mi luna de miel y como se entere mi marido de que cuento esto, se divorcia. El caso fue que nos dieron dos asientos al fondo de todo del avión. Un avionaco de estos enormes en el que sabes que vas a pasar muchas horas de viaje. La cuestión es que no sé muy bien por qué mi marido y yo íbamos calientes perdidos (quizás porque en la noche de bodas por culpa de la borrachera no nos habíamos ni tocado un poco). Tras cinco horas de vuelo y con algunas más por delante, el avión con todas las luces apagadas para que la gente durmiese, noto la mano de mi marido en mi entrepierna. Íbamos solos en la fila así que abrí los ojos y lo vi mirarme con cara de poca inocencia. Llevaba puesto un pantalón deportivo así que lo aflojé para que metiera la mano e hiciera de las suyas. No sabéis lo que fue eso. Entre el miedo a que nos pillaran, verlo mirarme en aquel avión oscuro, morderme el labio para no hacer ruido… Me corrí de tal manera que tuve que salir corriendo al baño a secarme.’

Trini, la reina del oral

‘Sería la novedad, pero mi mejor orgasmo a mí me lo dio una buena comida de coño. Tenía 18 años y aunque ya no era virgen, el que había sido mi novio hasta entonces no había tenido a bien bajar al pilón. Así que el primer año de universidad, y un poco por probarlo todo, me enrollé con una compañera de la residencia. Al principio solo nos dábamos algunos besos en mi habitación, o nos hacíamos algún dedillo, pero un día me preguntó si podía comérmelo y yo pues me dejé querer. La cosa terminó en yo misma gimiendo como una loca a los pocos segundos de que aquella chica empezase a besar mi chumino. Tal fue el espectáculo que antes de que pudiéramos terminar apareció delante de la puerta de mi habitación uno de los de seguridad de la residencia. Le dijimos que no pasaba nada, que me estaba depilando y que era un dolor horrible. Por suerte se lo creyó.’

Alicia y el dedo en el culo

‘Tuve un novio que estaba obsesionado con profanarme el juju (que diría Antonio Recio). Yo me harté a decirle que no, que ese solo era vial de un único sentido, pero un día estábamos los dos dándonos una ducha y en medio de la pasión me preguntó al oído si podía meterme un dedo por el culo. Me giré y le dije que lo hiciera con mucho cuidado. No me preguntéis qué fue lo que hizo, pero mientras un dedo se introducía en mi retaguardia, con la otra mano me masturbaba por delante. Me sentí tan plena, fue tan guay, que tuve el mejor orgasmo de mi vida. Hasta él mismo se corrió solo de verme a mí allí, medio ida por lo bien que me lo estaba haciendo. Repetimos, vaya si repetimos, aunque debo decir que como aquella ocasión, no hubo más.’