No tenemos la verdad absoluta. Nuestra opinión no es mejor que la de los demás. A veces nos cuesta darnos cuenta de esto porque creemos que lo que nosotros pensamos, sabemos, opinamos, es la única verdad que hay. Pensamos que no hacemos daño a los demás cuando sentamos cátedra con nuestras opiniones, cuando juzgamos sus decisiones, cuando no nos limitamos a escuchar sin tener que decir lo que nosotros pensamos. No lo hacemos a mala idea, pero un consejo no pedido puede hacer mucho daño, sobre todo cuando opinamos sin saber…

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Nos tomamos un café con una amiga y nos creemos con derecho a opinar sobre su relación, cuando tal vez lo único que necesita es que la escuchemos. Estamos de cañas con nuestros amigos y nos atrevemos a juzgar sus decisiones, siempre por su bien, claro. ‘Deberías comer más sano’, ‘Pues a mi este chico no me gusta nada para tí’, ‘Deberías adelgazar’, ‘Todo eso son excusas para no irte fuera un fin de semana’, ‘No me creo que no puedas salir’Hay una línea muy fina entre aconsejar y juzgar y creemos que al dar nuestra opinión sobre algo estamos ayudando, pero muchas veces sólo tenemos que aprender a escuchar, sin más. No todas las personas que nos cuentan sus problemas están buscando una solución para estos, no esperan una confirmación de lo que han dicho, no quieren un ‘Lo que deberías hacer es…’, sólo quieren ser escuchados.

Y no es fácil escuchar, sin más. No es fácil ver, oír y callar, tendemos a juzgarlo todo, a criticar, a opinar respecto a todo, a decir a otras personas lo que tienen que hacer, sin pensar que tal vez sólo necesitan que les miremos mientras asentimos con la cabeza (aunque estemos negando con el corazón…). No somos capaces de sentarnos a escuchar algo y contenernos para no expresar nuestra opinión respecto a ello. Pero luego nos molesta que otros lo hagan con nosotros. No queremos la opinión de los demás, no necesitamos sus juicios, sus ‘A tí lo que te hace falta es…’.

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No hay excusa para esos ‘Te lo digo por tu bien’, aprendamos a escuchar sin más, sin intervenir, sin opinar, dejemos que las personas se expresen y no juzguemos sus decisiones y su forma de vivir la vida, aunque no la compartamos. Nuestra verdad no es mejor que la suya y no quieren oírla. Respetemos a los demás igual que nos gusta que nos respeten a nosotros y mantengamos la boca cerrada y los oídos abiertos.

Escuchar, sin más. No juzgar, no criticar, no opinar, no creernos poseedores de la verdad absoluta, no pensar que siempre llevamos la razón. Es difícil pero se puede conseguir…