Recuerdo la primera visita a mi dentista, me dijo que tendía que esperar hasta cumplir los dieciocho años para ponerme la ortodoncia porque debía terminar mi crecimiento. Por aquel entonces mis dientes no me importaban lo más mínimo, era bastante pequeña y no le di importancia el pequeño desastre que según mi dentista tenía en la boca.  Con los años empezó a crecer mi complejo, no sé si por los comentarios de algunas personas o porque con la edad la imagen empieza a cobrar más importancia. No era la única adolescente acomplejada de mi clase, también conocí chicas que se quejaban porque tenían el pelo demasiado rizado, los pechos demasiado pequeños, la espalda demasiado amplia, el culo demasiado plano, las caderas demasiado anchas, los muslos demasiado gruesos, las piernas demasiado finas o las orejas demasiado grandes. La lista de complejos no se quedaba corta y os prometo que durante mis años de instituto escuché a muchas chicas quejarse al menos una vez porque alguna parte de su cuerpo no se ajustaba al canon establecido. A mí me daba igual que mi mejor amiga me dijera que mis dientes no eran feos o que no se notaba que estuviesen separados, una sola burla anulaba cien piropos. Todo lo malo se debía a mis dientes, si me rechazaban era por mis dientes, si me criticaban era por mis dientes, si se reían de mi era por mis dientes y si se producía un terremoto en la otra punta del mundo era por mis dientes. Mi único consuelo era buscar fotos en Google del antes y después de la ortodoncia y soñaba con el día en el que mi sonrisa fuera digna de un anuncio de chicles.

Contaba los meses que faltaban para cumplir dieciocho años y por fin llegó el gran día en el que me pusieron los brackets. Durante dos largos años odié la ortodoncia, me resultaba completamente incómodo comer, besar, lavarme los dientes y sonreír. Hace dos meses me quitaron los hierros y dejé de ser Iron Woman y mañana me van a poner las tres coronas dentales definitivas sobre los implantes que me han hecho en el último año. Me han tenido que poner brackets, tres implantes, un injerto de piel del paladar en la encía y me han hecho una gingivectomía, y os puedo asegurar que lo más doloroso de todo este proceso fue llegar a una fiesta sin brackets, hacerme una foto y que me dijeran <<hostia, Marina, nunca te había visto sonreír de verdad en una foto>>. Me molesta pensar que unos dientes torcidos y separados me robaron mis ganas de sonreír, que pude haberme ligado a muchos más tíos enseñando dientes que poniendo ojitos, y que todas las fotos de mi adolescencia son con la misma cara de psicópata.

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A día de hoy me he parado a pensar en todas las chicas acomplejadas que alguna vez conocí y en todos esos consejos que nadie nos dio para aprender a amar lo que tanto odiábamos.

  • Admite el complejo

Reconocer un complejo no es pensar «pues sí, odio mis dientes (insertar cualquier parte de tu cuerpo que no te guste)» sino admitir que tienes una inseguridad que está repercutiendo en tu vida, ya sea machacando tu autoestima, tus relaciones sociales, tu rendimiento académico o tu felicidad. Poco a poco te irás dando cuenta de que cuando estás alegre tu complejo pasa a un segundo plano y que cuando estás triste tu complejo se vuelve el problema principal.

Al racionalizar el complejo podrás reconocer otras emociones negativas que te provocan la sensación de tristeza, es más fácil salir del túnel cuando sabes que es lo que te empuja hacia abajo y el peso de tu equipaje.

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  • Rompe el tabú

Posiblemente lo más duro de los complejos es tener que lidiar con ellos tú solo. Me resultaba totalmente imposible contarle a los demás lo acomplejada que me sentía sobre mis dientes, me sentía avergonzada por toda esa negatividad y no quería escuchar las típicas frases que no solucionaban nada como <<por lo menos eso se arregla con la ortodoncia>>.

Con el tiempo empecé a reconocer mi complejo ante la gente más cercana, se lo conté a mi mejor amiga, a mi novio y a mi madre, y si salía el tema en mi grupo de amigos y me encontraba inspirada lo soltaba. Mis amigos se sorprendían de que algo que para ellos era tan pequeño para mi significase un mundo, y las voces de los demás conseguían callar las de mi cabeza.

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  • Resalta lo que no te gusta

Probablemente este sea uno de los consejos más efectivos y más difíciles de llevar a cabo, pero básicamente viene a decir que si no te gusta tu nariz ponte un piercing, si no te gustan tus piernas ponte una minifalda y si no te gusta tu pelo no te hagas un moño y déjalo suelto a modo Pantene. Esconder nuestros «defectos» solo aumentará nuestros complejos.

Si pudiera volver atrás os prometo que en la foto de la orla saldría sonriendo más que Garfield al ver una lasaña, y es que al fin y al cabo me debí aplicar lo de <<dientes, dientes, que es lo que les jode>>.

Con el tiempo, tardes más o tardes menos, vas a aprender a aceptarte, y cuando llegue ese día te vas a arrepentir de haber escondido lo que tanto esfuerzo te ha costado amar. No seas avestruz, saca la cabeza de la tierra y no esperes a tener noventa años para enseñar cuerpazo.

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  • Busca personas con las que compartas rasgos

Parece una tontería pero cuando veía una película o un videoclip en el que salía una persona con los dientes torcidos me sentía mejor. Ver que no le daban importancia a la imperfección de su sonrisa y que se pasaban las críticas estéticas por el arco del triunfo era un subidón de autoestima para mí. No eran guapos a pesar de sus dientes, eran guapos sin más.

Tom Hardy y Keira Knightley, si leéis esto llamadme y os invito a una caña.

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  • Transforma tu complejo en tu inspiración

Hazte fotos en las que se vea bien claro eso que te acompleja. Nunca enseñé los dientes en una foto porque pensaba que saldría ridícula pero estoy segura de que si lo hubiese intentado habría acabado gustándome el resultado.

Si te gusta dibujar o escribir puedes crear personajes que compartan tus rasgos. Inventa una persona que comparta tus «defectos» aunque para ella no lo sean porque es fuerte y segura de sí misma y le encanta todo lo que le hace única.

También puedes grabarte a modo diario compartiendo tus inseguridades. Dedica algo de tiempo a escucharte y a aprender de ti misma.

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  • No eres perfecto y eso es perfecto

Con el tiempo aprendemos que la inseguridad y los complejos son solo una forma de exteriorizar nuestro perfeccionismo  interno. Estamos constantemente frustrados porque el espejo nos señala con luces de neón esa parte del cuerpo que rompe la perfección que tanto anhelamos, perfección que por otro lado nos han impuesto y hemos aceptado como verdad impepinable.

Nadie tiene el conocimiento absoluto para determinar lo que es perfecto y lo que no, especialmente cuando se trata de algo tan subjetivo como lo es la imagen física. El prototipo de belleza ideal ha cambiado mucho a lo largo de la historia y pero hay algo que nunca cambia, seguimos martirizándonos si no alanzamos lo que la sociedad impone como bello.

Puedes ser muy bueno jugando al ajedrez, puedes resolver ecuaciones más rápido que nadie y puedes ser el mejor nadando en mariposa, pero la belleza y el atractivo físico no se pueden medir. Sí, conocerás a alguien que te amará por todo lo que no te gusta de ti, pero eso da igual porque lo importante es que te ames tú.

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  • La relevancia de la autoaceptación

Tus acciones y sentimientos son mucho más importantes de lo que crees. Cada vez que aparece por tu mente un pensamiento como este: ≪me da igual cómo me miren, hoy me quiero poner estos pantalones ajustados≫, estás poniendo un granito de arena en la lucha del movimiento body-positive y estás convirtiéndote en un modelo a seguir para todas esas niñas y mujeres que aún no saben cómo quererse.

Estás construyendo un futuro en el que todas las personas del mundo, al margen del sexo, la altura, el peso y la raza, podrán sentirse representadas. Encenderás la televisión y verás a un modelo en silla de ruedas anunciando un perfume, abrirás una revista y leerás un reportaje sobre una actriz que utiliza una talla 52 a la que critican por su actuación en vez de por su peso, tendrás una sobrina que jamás odiará ninguna parte de su cuerpo, y sonreirás, porque todo eso lo has logrado tú.

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