La comida y los gordos. Los gordos y la comida. Qué jodido es mantener el control cuando vivimos en un mundo diseñado para gordos, que rebosa comida por todas partes, y que tiene una pastelería en cada plaza. Algunos son más fuertes (o más tontos, lo que sea, la cosa es que son más de algo) y son capaces de contener sus instintos primarios para hacerse con la recompensa de caber en unos pantalones de Zara, pero otros, entre los que yo me incluyo, simplemente no nos podemos resistir.

Me gusta comer. Mucho y muy variado. Pero una de las cosas que más me cuesta en esta vida es comer sin sentimiento de culpa. Afortunadamente, la tortura ya no es lo que era. Porque mientras que hasta los 20 años, aproximadamente, no fui capaz de comer en público con personas que no fueran de mi confianza, ahora mismo ya como donde haga falta (y lo que haga falta, menos morcilla, que me da un asco terrible). Aunque tengo que admitir que muchas veces mi propia conciencia todavía me chafa la pizza familiar de cuatro quesos que me estoy metiendo para el cuerpo yo solita.

La Pepita Grilla de los cojones que vive dentro de mí consiguió dominarme durante muchos años. Me decía que lo mejor para que la gente no notase lo gorda que estaba era no comer delante de ellos, porque si me veían comer (aunque fuera una hoja de lechuga) pensarían «claro, por eso está gorda, porque come». Con el tiempo he aprendido a ponerle un esparadrapo en la boca a Pepita y a disfrutar de todo tipo de comida, pero os mentiría si no os dijera que de vez en cuando la tía puta se quita la mordaza y me dice «qué haces merendando una palmera de chocolate, cuando podías estar merendando unas mandarinas».

Tenga o no tenga razón Pepita con sus pertinentes comentarios, la verdad es que a nadie le amarga un dulce. Y mientras los delgados se lo pueden permitir cuando a ellos les parezca necesario, a las gordas se nos recomienda no comer tarta ni el día de tu cumpleaños.

Pero hay una excepción, ¡bendita excepción!: las Navidades. La Navidad es la única época del año en que yo disfruto verdaderamente de la comida. Primero, porque hay mucha, segundo, porque está buenísima, y tercero, porque gracias al nacimiento del Hijo de Dios la gente está superfeliz, brinda por todo y no te deja en paz hasta que te has comido quince mazapanes.

En las Navidades a nadie le importa que estés gordo, porque nuestros corazones están llenos de alegría y tan solo por unos días somos capaces de vivir sin que nos importe la dieta. Todos se pasan, así que tú también puedes ponerte fina. ¿Y por qué? Porque el 1 de enero todos, y cuando digo todos quiero decir absolutamente todos los seres humanos menos los niños de África, nos vamos a poner a dieta. ¡Así que hay que aprovechar!

Que no me entere yo que dejáis un turrón sin probar, una copita sin beber o un langostino sin untar bien en mayonesa. ¡A comer! ¡A ser libres! ¡A disfrutar! Que en diez días se nos acaba el cuento.

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