No es que ir de compras sea mi actividad favorita. De hecho, desde que es tan fácil comprar ropa por internet, pocas veces he vuelto a dedicar un día de mi vida a las compritas, porque es una actividad que me agobia bastante. Y me cansa bastante, también, que ir de compras debería ser disciplina olímpica, que entre recorre la tienda (varias veces), quítate la ropa, pruébate la ropa, ponte tu ropa otra vez, peínate, que sueles alborotarte toda, haz la cola para pagar, entra en otra tienda y vuelta a empezar… llega una a casa como si hubiese corrido una media maratón.

Pero bueno, de vez en cuando me apetece entrar a alguna tienda a mirar modelitos, como a todo el mundo. No me considero una gran fan de los trapitos pero tengo que reconocer que hacen cosas tan monas que una no puede sino desear ciertas prendas. (Aprovecho para decir públicamente, por si tengo algún fan loco, que nunca me resisto a una prenda con cositas de Disney, con la excepción del mierdas de Winnie the Pooh).

Una de las cosas que ha hecho que durante mucho tiempo no me gustase ir de compras es mi cuerpo serrano. Es una mierda no caber en la ropa que te gusta, y punto. Yo pasé mi adolescencia vistiéndome entre las tiendas de deporte y la típica tienda de tallas grandes de provincias que tenía un gusto por la moda, vamos a llamarlo, peculiar, y creo que mi mente se vio obligada a hacerme creer que no me gustaba la ropita y que me daba un poco igual lo que vistiera mi cuerpazo para así no tener que suicidarme, que la adolescencia es un periodo muy radical.

lizzigif

Menos mal que una crece, empieza a comprender cuáles son las cosas importantes de la vida, y sobre todo, encuentra otros lugares donde poder comprarse ropa. La ropa no deja de ser una característica de nuestra personalidad, algo que nos define, hasta se podría decir que nos hace «diferentes» dentro de la amplia gama de ropita diseñada por las multinacionales de siempre que quieren hacernos de una determinada manera. Aunque no nos demos cuenta, estamos expresándole algo al resto del mundo mediante la ropa que llevamos puesta, y si lo que llevas no es muy de tu agrado (porque te lo has comprado en una tienda de señoras ya que tu culo no cabe en Zara), puedes no sentirte tan bien como te gustaría. Y ese es mi problema con la ropita y con las compritas: que no me hacen sentirme muy bien. Todavía. A esta edad.

Uno de mis sitios de referencia a la hora de renovar mi armario siempre ha sido y será H&M (publicidad gratis). Que la ropa de H&M llegue hasta la talla 46 también ha ayudado bastante a que esta marca se haya convertido en un básico para mí. Necesito pantalones, al H&M, necesito camisetas, al H&M, necesito medias, al H&M. Pero que su tallaje llegue exactamente hasta la talla 46 es, también, como una prueba de fuego para mí. Si veo algo que me gusta y quepo en ello, felicidad total, pero si veo algo que me gusta y no quepo, entonces tenemos drama en el probador.

crying-wreckin-ball

Cuando te has recorrido tu tienda favorita varias veces y ya has hecho una selección de las prendas que te parecen lo más y te diriges al probador pueden pasar dos cosas: que te queden todas estupendas y entonces pases por el gran drama que supone tener que decidir sin cuál de esas camisetas no vas a poder vivir o si te las llevas todas y te quitas de comer una semana, o que todo te quede fatal y no te quepa nada y no quieras volver a salir de ese probador jamás, haciendo de ese pequeño habitáculo tu nuevo lugar seguro, con cuatro estupendas esquinas en las que llorar y un enorme espejo que no dejará de gritarte ¡gorda!.

En mi caso suele ser más habitual que se dé la segunda opción: que entre en el probador más ilusionada que si cruzase la puerta de Lluvia de estrellas para salir caracterizada de Whitney Houston y al final termine saliendo de allí rollo la Pantoja cuando va al juzgado, con gafas negras que escondan mis lágrimas e intentando no hablar con nadie, rezando por dentro para no desmoronarme públicamente y que ese escándalo pase a la historia.

isabelpantoja-gif

¡Odio los probadores! ¡Son un bofetón de realidad! ¡Los odio! Y lo que más odio de todo es que tengan este poder sobre mí y sobre mi autoestima. Es mi único punto débil. Cuando estoy allí, sola, desnuda, enfrente de ese gran espejo, y escojo el pantalón en el que voy a intentarme meter… ese pantalón tiene toda mi vida en sus manos, tiene hasta el menú de lo que me va a tocar comer ese día, porque generalmente salgo tan traumatizada de los probadores que solo pienso en adelgazar y adelgazar y acabo tomando tres espinacas para comer, con todo el asco que dan las espinacas.

Creedme cuando os digo que no quiero que un probador o una talla de ropa decida si yo voy a estar más feliz o más triste, pero es algo que inevitablemente me pasa. Quizás por eso cada vez me guste menos comprarme ropa o, si tengo que hacerlo, me vaya a lo seguro, a aquellos sitios en los que sé que voy a caber, para evitarme disgustos y espinacas.