En los últimos nueve meses he engordado la friolera de 9 kilos: como un embarazo, vamos, pero sin hijo al final. Esta subida de peso me ha pillado con más de 10 kilos por encima de “mi peso ideal” por lo que me coloco ya en los veintitantos kilos de sobrepeso.

Las razones por las que he engordado son varias:

  • Todo empezó con una lucha dura contra la ansiedad, la que intenté combatir sin que se note de cara para afuera y que me tragué (literalmente, con unas patatas fritas) de cara adentro;
  • A esto le siguió una ganancia de kilos medicamentosa debido a las medicinas que tomé por varios meses para mi trastorno de la ansiedad (dale a tu cuerpo más kilos, Macarena);
  • Un nuevo trabajo increíblemente más sedentario que el anterior.

Quizá todas estas razones, por separado, hubieran podido ser combatidas sin problemas para no tener que cambiar la talla en mis pedidos a ASOS. El tema es que, juntas, literalmente, me superaron.

Pero es un hecho. NO ES UN DRAMA.

Cuando lo comento con mis amigas (cuando, por ejemplo, me dicen que me ponga tal cosa que me queda bien para salir, y les tengo que decir que ya no me está bien) inmediatamente buscan soluciones. Sé que lo hacen con la mejor de las intenciones: me dicen que seguro exagero y que no se me nota nada el haber engordado, me recomiendan apuntarme al gym, me dicen que a la siguiente vez que nos juntemos nos comemos unas ensaladas y bebemos agua con gas. Me encanta que se preocupen por mí, pero tengo que decirles que ESTOY BIEN. Que mi ganancia de peso es un hecho, como si me hubiese teñido el pelo o cortado el flequillo. NO ES UN DRAMA.

No es un drama porque:

  • Al fin, después de meses, puedo manejar con inteligencia mi ansiedad. Sé que es una enfermedad que voy a tener siempre, pero tanto la terapia psicológica como la medicación que tomé me han ayudado a aprender a manejarla. Sí, tengo unos kilos de más como recordatorio de lo vivido, pero mi nuevo estado de ánimo me ayuda a aceptarlos y a no sentirme mal por ellos.
  • Dejé un trabajo que odiaba por un trabajo que me apasiona. No me muevo tanto, ni sufro de estrés, ni estoy corriendo de un lado para el otro todo el día. Quemo infinitas menos calorías, pero me siento muchísimo más feliz.
  • Luego de muchos meses de lucha, me siento con fuerzas para tomar las riendas de mi cuerpo y de mi vida, y buscar así sentirme cómoda con ellos. Si esto no es algo maravilloso, yo no sé qué lo es.

A veces pensamos que ciertas cosas son malas en sí mismas. Engordar, por ejemplo, y miramos por encima del hombro a la gente que lo hace. Sin embargo, muchas veces no somos conscientes de que engordar (como tantas cosas) es fruto de muchos factores contra los que poco se puede hacer, y que tenemos que aceptar sus consecuencias con amabilidad y tomar las riendas de ello en cuanto nos sintamos fuertes y preparados. Yo no me cambio por mi yo de hace 9 meses, con 9 kilos menos, en un trabajo horrendo e incapaz de salir de la cama tras un ataque de pánico. Hoy soy una mejor versión de mi misma, y ya estoy fuerte para luchar por mi talla de siempre (que tengo mucha ropita monísima).

Autor: Anónimo