Un día leí que cuando eres tu propio objetivo, nunca encuentras límites. Me paré a pensar en lo que supondría ser mi máxima aspiración, y entendí que crecer no consiste en compararte con los demás constantemente, sino en aspirar a ser una mejor versión de nosotros mismos. Ahora lo pienso y me avergüenza recordar todo el tiempo que malgasté comparándome con otras personas, ¿y todo para qué? Para demostrar a los demás que era más guapa que…, más inteligente que…, más divertida que…, más atractiva que…, sin convencerme a mí misma.

Cuando alguien me superaba, no podía evitar pensar «¿por qué él puede y yo no?», y lo intentaba con más fuerza, queriendo alcanzar algo para lo que no estaba preparada y, sinceramente, tampoco me llenaba. Y me cansé. Me cansé de compararme siempre con la persona de al lado. Me cansé de descuidar mis sentimientos. Me cansé porque era inevitable. Me cansé y entendí que esa persona me adelantaba porque no quería ser mejor que nadie que no fuese ella misma.

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Ilustración de Sara Fratini.

Mi agotada autoestima gritó: «¡se acabó!», pero cambiar no es fácil cuando el mundo sigue girando. Me miraba al espejo y me gustaba lo que veía, por dentro y por fuera, pero luego entraba en Twitter y me jodía ver como «Jennifer Lawrence está gorda» tenía 250 retweets y «puto asco da el cuerpo esqueleto de Angelina Jolie» 400 favoritos. «Si el cuerpo de las estrellas de Hollywood, con sus dietas y sus entrenadores personales, no está a la altura, ¿entonces qué pasa con el mío?», pensaba. Y vuelta a las comparaciones. Entonces cerraba el ordenador y salía a la calle, aunque el panorama no cambiaba mucho. «Mira esa, como se nota que es fea y se pone veinte kilos de maquillaje para disimular», «¿qué hace ese orco de Mordor con una novia tan cachonda?», «que pena da esa panda de frikis, yo ni con un palo», «¿cómo va a escribir bien esa retrasada si no sabe argumentar una discusión?», «¿cómo se pone shorts si sus muslos parecen jamones?», «encima se creerá guapa, la muy puta». En ese momento lo comprendí todo. El problema no es de la que se pone veinte kilos de maquillaje, tampoco es del “orco de Mordor” o de la panda de frikis, ni de la que no sabe argumentar, y mucho menos de “la de las piernas como jamones”, el problema es de los que necesitan hundir a los demás para sentirse mejor. Llamar a alguien feo no te hace más guapo. Llamar a alguien gordo no te hace más delgado. Llamar a alguien estúpido no te hace más listo. Destruir no te hace más fuerte.

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Ilustración de La Chica Imperdible.

Protegemos los insultos con el escudo de las “buenas intenciones”. Primero echamos mierda por la boca y después se nos llena con disculpas hipócritas como «lo hago por tu bien» o «no te piques, que era broma», cuando el daño ya está hecho. Antes de decirle a alguien que es gordo, delgado, calvo, viejo, bajito o alto, recuerda que esa persona tiene un espejo en su casa, y que conoce mejor que nadie sus singularidades, sus defectos y sus limitaciones. Aprende a hablar sin criticar cuando nadie está pidiendo tu opinión.

Yo estoy cansada de la película que nos ha tocado vivir, en la que todo está mal y es criticable, pero nadie ofrece soluciones. Si no sabes cómo arreglar la papeleta de los demás, tampoco tienes el privilegio de subrayar sus inseguridades. ¿Qué te aporta llamar a una persona “fea”, “anoréxica”, “foca” o “guarra” en Instagram? ¿Tanto te molestan sus lorzas? ¿Tanto te jode ver como acapara la atención que tú no logras tener? ¿O acaso vas a conseguir que adelgace con un insulto random? Igual te lee y piensa «dios mío, está cuenta privada –porque siempre son cuentas privadas– tiene razón, voy a ponerme una camiseta de cuello alto para que nadie me vea las tetas hasta que me case». Párate a pensar en la autoestima de la persona que hay detrás de la pantalla de tu móvil y en el esfuerzo psicológico que esconde una simple foto de cuerpo entero. ¿Quién te ha dado el privilegio a destrozar su guerra contra los complejos? O lo que es más importante, ¿por qué crees que tienes la superioridad de criticar la personalidad y el físico de los demás? Mírate al espejo y pregúntate que es lo que reflejan tus insultos, porque las personas que se aceptan de verdad no necesitan pisotear a los demás para andar con fuerza.

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Ilustración de Carol Rossetti.

Nunca es tarde para dejar de lado los insultos con los que tanto daño hacemos, y las comparaciones que acaban torturándonos. Es imprescindible querer aspirar a algo más, tener metas y buscar desafíos, pero deben ser contigo mismo, no con el resto del mundo. Sobrepasa el miedo y supera tus límites, porque el único parámetro debes ser tú. Aunque logres adelantar a quien tienes a la derecha, encontrarás a otra persona mejor delante, y así será eternamente. Cada persona tiene un potencial y unas circunstancias diferentes, y emular lo que otros consiguen no nos hará alcanzar su éxito ni la satisfacción que tanto ansiamos. En cambio, si logras superarte a ti mismo, encontrarás experiencia, fuerza, valentía, sabiduría, respeto y autoestima, y la satisfacción llegará sola.

La vida es como una obra de teatro. Si te pasas toda la escena mirando al público y criticando al resto de actores, estropearás la representación. Solamente será un éxito cuando te olvides de los errores de los demás y sigas con tu papel, centrando tus esfuerzos en disfrutar hasta que se cierre el telón.

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Ilustración de Andyn.

Imagen destacada de Moderna de Pueblo y Lucía Taboada.