Tenías razón cuando me hablabas del feminismo.

Tenías razón cuando decías que no es una lucha exclusiva de las mujeres, porque el feminismo no es ese concepto trasnochado de odiar a los hombres y renegar de lo femenino. Tenías razón cuando decías que el feminismo es, por definición, desear que tanto hombres como mujeres (con nuestras diferencias y similitudes) tengamos los mismos derechos y oportunidades ante la ley y la sociedad. Tenías tanta razón.

Tenías razón cuando decías que mi peso, mi belleza, mi pelo, mi ropa, mi maquillaje (o mi ausencia de todo) no define mi valor, y que mi aspecto (musculosa, ultrafemenina, flaca, gorda o lo que me apetezca) no me hace más o menos mujer.Tenías razón cuando decías que mi valor viene de mis ideas y sobre todo, de mis acciones. Tenías razón cuando decías que como mujer no debo empequeñecerme para encajar y que mi pareja debe hacerme resaltar y brillar, porque entiende que yo misma dudo, yo misma tropiezo, yo misma veo a veces el mundo desde una perspectiva machista. Tenías tanta razón.

Tenías razón cuando decías que no podías comprender el ying y el yang de mujeres sumisas y hombres dominantes y que tampoco entendías lo contrario, porque la publicidad donde los hombres son idiotas tampoco es feminismo. Tenías razón cuando me hablabas de todo lo malo que hay en usar “mujer”, “chica” o “hembra” como un insulto y pensar que todo lo relacionado a lo femenino (incluido el rosa y los unicornios) es sinónimo de debilidad. Que a la gente se le insulta llamándola gilipollas, y punto. Tenías razón cuando decías que la sensibilidad no es una cualidad en exclusiva femenina ni la valentía es en exclusiva masculina, y que hacer las cosas “como una mujer” no es peor que hacerlas “como un hombre”. Tenías razón al decir que podemos ser quienes queramos ser y que se debe garantizar la libertad para ello. Tenías tanta razón.

Tenías razón cuando decías que una “mujer realizada” no es necesariamente madre, ya que hombres y mujeres nos realizamos de las maneras que queramos. Tenías razón cuando condenabas que las madres sean constantemente juzgadas por las decisiones que toman sobre sus hijos: educarlos de tal o cual manera, darles o no darles el pecho. Que cada madre hace lo que puede. Que ser madre es una decisión. Tenías tanta razón.

Tenías razón cuando decías que a las niñas no hay que pedirles que no se ensucien. Que no hay que pedirles que estén peinadas. Que no hay que exigirles que jueguen con muñecas y nunca con carritos, ni hay que pedirles que no salten o corran o exploren. Tenías razón cuando me decías que hay algo muy mal en un mundo en que al 70% de las niñas les gustan las matemáticas pero sólo hay un 14% de ingenieras en el mundo. Tenías razón al decir que el mundo necesita más mujeres brillantes. Tenías tanta razón.

Tenías razón cuando decías que no habría verdadero feminismo mientras vivamos en un mundo donde a la mujer, permanentemente objetificada y sexualizada, se le valore sobre todo por su aspecto. Donde todos sus problemas se resuelvan en la tele con un cambio de look. Donde las camisetas de las niñas ponga “Bonita como mamá” y la de los niños, “Inteligente como papá”. Donde se le llame puta a una mujer que es activa sexualmente y frígida a una que no lo es. Tenías razón al decir que el mundo necesita feminismo. Un sueldo igual para ambos sexos por un mismo trabajo y ninguna ablación femenina, ni niñas ofrecidas en matrimonio ni adolescentes sin educación. Que el mundo necesita que todos (mujeres, hombres, gays, lesbianas, transexuales) seamos tratados con el mismo respeto, porque antes que nada, somos humanos.

Tenías razón al decirme que los hombres también podían ser feministas. Que los hombres también tenían que ser feministas.
Tenías tanta razón.