Exacto: estoy gordo, estoy gorda… Pero eso no significa nada, aunque muchos digan lo contrario.
Estoy gordo/a pero como sano.
Porque estar gordos, queridos míos, no significa vivir en un McDonald’s ni pasarse el día comiendo guarradas.
Estoy gordo/a pero, la verdad, me gusta muchísimo ir al gimnasio.
Porque nos divierte, nos hace sentir mejor, nos ayuda a escapar del horror del día a día… Tal vez tengamos vida más allá de él y no seamos de esos que se pasan hasta cuatro horas rondando entre máquinas de musculación pero, te aseguro, nos encanta poder escaparnos aunque sea una hora.
Estoy gordo/a pero no soy perezoso/a.
Porque la vida es para los vivos y hay que vivirla.
Estoy gordo/a pero no soy un/a miserable.
Porque sí, aunque no te lo creas: se puede ser gordo y feliz (enlace), se puede sonreír aunque alguna que otra lorza baile debajo de nuestra ropa. Y sí, puede que estemos preocupados porque nos sobran kilos pero, por suerte, la vida no se mide en kilos sino en buenos momentos.
Estoy gordo/a pero huelo muy, muy bien.
Porque el relacionar el mal olor con las personas gordas es estúpido.
Estoy gordo/a pero también estoy cómodo/a con mi cuerpo.
Porque el querernos, el aceptarnos tal cual somos no debería ir en relación con una talla o una cifra en una báscula; porque podemos disfrutar de lo que tenemos mientras trabajamos por lo que queremos.
Estoy gordo/a pero no critico a las personas delgadas.
Porque puede haber belleza en cada cuerpo, en cada talla y en cada kilo. Y aceptar mi cuerpo, quererle y disfrutarlo significa, del mismo modo, respetar que los demás hagan lo mismo con sus propios cuerpos.
Estoy gordo/a y, aún así, me veo genial estando desnudo/a.
Porque, no nos engañemos: seguro que todos, más de una vez, nos hemos mirado al espejo después de ducharnos y hemos pensado que no entendemos por qué tenemos tantos complejos, ¡si estamos genial!