Quieren comprarme las bragas usadas

Desde luego que no me he caído de un guindo, pero no me esperaba que este tipo de cosas me fueran a pasar a mí.

En la época en la que se puso de moda Wallapop me abrí un perfil para vender la ropa que ya no me valía. Recuerdo que subí cuatro prendas, todas en tejido tejano y muy neutras. Con neutras me refiero que lo mismo se la podía poner tu prima para ir al bachillerato artístico que tu tía Loli para ir al ambulatorio. 

La primera persona en hablarme fue un tío. Según su foto de perfil y lo que vendía parecía un padre de familia joven. Me dijo que quería el vestido y la cazadora para su pareja. Así, de entrada, pensé que habrían visto juntos mi perfil y ella se lo habría pedido. Pero no. La conversación avanzó de tal manera que me dio a entender que todo era a espaldas de ella, porque me estuvo mareando con la talla y, en lugar de preguntársela a ella o comprobarla en los armarios, siguió mareándome. Mal rollito.

Lo dejé aparcado y no le di más importancia hasta que, al día siguiente, me volvió a hablar: “¿No tienes más ropa para vender?” Yo, diplomática: “¿Lo dices por la talla? Esa es la que hay.” El tío, sin tapujos: “Me refería a si vendes TUS BRAGAS, concretamente, bragas usadas. Te las compro. Tú dime un precio.” 

No soy yo de escandalizarme con estas cosas, pero me dio un poco de miedo. Porque hacer la venta implicaba que tuviera más datos míos de los que me gustaría y lo siento mucho pero, no era por sus fetiches sexuales, sino por la forma sigilosa y retorcida que tuvo de acercarse a mí. Me engatusa haciéndose pasar por el novio detallista de alguien, que a su vez vende el Maxi-Cosi de su bebé, porque claro, quién sospecharía algo turbio de un padre que está pendiente de su novia y de su hijo.

Quieren comprarme las bragas usadas

Otro día me pasó en una cita. La cita iba regu, para qué engañarnos. No terminábamos de encajar, principalmente porque él era una locomotora hablando y no parecía tener demasiado interés en conocerme, sino en soltarme la chapa (suele pasar). Este tipo iba de aliado y de comprometido con el feminismo, pero era todo de boquilla. Y, entonces, al final de la cena me empieza a decir que hay que ver los tíos que se escandalizan cuando se habla de la menstruación y de secreciones vaginales (lo dijo así tal cual) y que no tuviera yo reparos en hablarle de mis fluidos y que si llegábamos a la cama y tenía las bragas manchadas que él CON MIRARLAS Y OLERLAS podía detectar en qué momento del ciclo estaba. 

Quise pensar que se le había ido la mano con el vino, porque, de verdad, TE-LI-TA. Esquivé esa bala apurando mi trozo de tarta sacher y cuando ya nos íbamos del restaurante me suelta que, daba igual si nos acostábamos o no, pero que le enseñara las bragas para mostrarme sus habilidades. Como si eso fuera un Got Talent de oler bragas. Obviamente, le dije que no y que no íbamos a quedar más. Supongo que fue al verse acorralado cuando me soltó que todo el mundo tiene un precio, que solo tenía que dárselas a cambio de una cifra. Suerte que ya había avisado en el baño a una amiga: “SOCORRO: Un pirado salvaje apareció” y me hizo la típica llamada de emergencia, me monté en un taxi y lo bloqué.

Sé que no es ninguna novedad y que fetiches hay tantos como personas en el mundo, pero el problema no está en eso, sino en el enfoque y las maneras en la que se aborde, sobre todo si incomodas a la otra parte. Igual si hubieran ido de frente y no enturbiaran su discurso con mentiras y fanfarronería ahora mismo me estaría montando en el dólar vendiendo bragas de Snoopy bien de crema chantilly.

 

Ele Mandarina