La oportunidad laboral de mi vida ha llamado a mi puerta y yo no la he abierto. Es más: he echado el cerrojo. Hace unos días, un conocido con el que hacía unos doce años que no hablaba me escribió por WhatsApp. Al principio, pensé que quería ligar. Al fin y al cabo, jamás en la vida se han puesto en contacto directo conmigo para ofrecerme un trabajo; siempre he sido yo la que ha tenido que enviar tropecientosmil currículums y presentarse a otras tantas entrevistas.

Pero, después de la charla protocolaria correspondiente y de tener que admitir que sigo con un puesto de junior y viviendo con mis padres, el conocido en cuestión soltó la bomba: me escribía para ofrecerme un puestazo.

No puedo contar en detalle de qué se trataba, pero os aseguro que era muy, muy suculento. Una posición de alto nivel en la que trabajaría mano a mano con personas muy importantes, tomando decisiones muy importantes, teniendo reuniones muy importantes. Una oferta que, a todas luces, era una perita en dulce. Cuando me dijo el sueldo, casi me caigo de culo.

dinero billetes

Los del banco no tendrían vajillas de acero inoxidable ni Smart TVs suficientes para regalarme por ingresar esa barbaridad de dinero al año. De golpe, pagaría todas mis deudas y sería, por fin, una persona exitosa. Dabiz Muñoz reservaría una mesa en el DiverXO solo para mí todos los viernes por la noche.

Pero algo se interpuso en mi camino hacia una vida de derroche y vinos caros (que es mi objetivo, qué queréis que os diga): mis principios.

El puesto en cuestión suponía ayudar a lavar la imagen de ciertas personas inmersas en asuntos algo turbios. Como tanta otra gente rica y feliz, yo podría haberme vuelto una cínica, haber hecho como que no me enteraba de nada, como la infanta Cristina con lo del Urdangarín, y haberme limitado a ingresar pasta. Por el contrario, mis malditos valores hicieron sonar la señal de alarma en mi cabeza y, ni cinco minutos después de haber recibido la oferta, la rechacé.

La persona al otro lado del teléfono alucinó bastante, claro. ¿Cómo rechazaba una oportunidad así? Estaba dejando pasar el mejor tren de todos los que habían parado y pararían en mi estación. “Es una cuestión de valores”, le dije. Y, la verdad, creo que soné bastante estúpida.

señora rica

Constantemente siento que la honestidad, los principios y la moralidad son percibidos como sinónimos de inmadurez o falta de ambición. Que el éxito o la realización profesional pasan por no hacer caso de ese angelito pequeño y cojonero que se nos posa en el hombro derecho cuando nos toca tomar una decisión difícil.

Las personas que llegan alto hablan de despidos, chanchullos y mentiras como quien habla de lo revuelto que está el tiempo esta primavera.

Y me pregunto si soy una inocentona por pensar que se pueden conseguir cosas importantes y, a la vez, tener tranquila a tu conciencia. Pero, de momento, creo que voy a seguir pensándolo. Y empezaré a ahorrar para ir a DiverXO en el 2037.