Razones por las que cancelé mi boda a una semana de celebrarse

(Relato escrito por una redactora basado en hechos reales)

 

Solo faltaba una semana. Siete días. Había llegado ese momento en el que puedes decir “el próximo sábado”. Qué poco faltaba y qué pocas ganas tenía. 

Lo que empezó “normal”, nos llevó al desastre 

Superamos los 30. Llevamos juntos 3 años y medio, siendo la mitad de convivencia. Nada más pisar la década de los 30, a mi novia se le encendió una alarma interior que le exigía dar pasos y pasos, aunque no estuviésemos convencidos. “Es lo que toca”, repetía constantemente. Además, se comparaba: “Mi amiga Carmen lleva dos años casada y ya está buscando bebé”; “Mi prima Sara va por el segundo hijo y le costó un montón quedarse embarazada”.

Me presionó con organizarle una pedida de mano porque eso es “cosa de chicos”. Yo la amaba por encima de todo y solo quería verla feliz, por lo que fui cediendo poco a poco a cada una de sus exigencias. Entendía que aquello que la preocupaban eran los pasos “normales” de vida, lo “esperado” por una pareja joven como nosotros, así que me fui adaptando. 

Organicé la pedida, pero la vida no es una película y no salió como nos hubiese gustado. Ella pareció decepcionada e insistía en que a su amiga Lola su prometido la llevó una semana al caribe y yo solo pude pagar un fin de semana en AirBnb de Andorra. Desde el minuto cero me dijo qué es lo que quería, dónde, cuándo y cómo. En ningún momento le interesó mi opinión, y yo cedí porque lo que quería verla feliz. 

La culpa era de todos, menos de ella

Resulta que lo que ella quería era muy caro y dónde quería no tenía fecha para cuándo quería. Se agobió. Dejó de ser ella para dar paso a una niñata caprichosa y exigente que espantaba a todo el que se nos acercaba para darnos un consejo o se prestaba a aportarnos una solución. “No, no y no”. 

Propuse otro lugar para el banquete que conocía por familiares y amistades encantados con el servicio, aunque ella solo encontraba “peros”. Uno detrás de otro. Sin parar. Que si la wedding planner tardó 5 minutos en llegar a la reunión porque estaba atendiendo a otra pareja, pero luego no supo agradecer que se quedó una hora más de su horario argumentando que “es su trabajo”; que si la florista era una “inepta”  e “incompetente” (entre otros descalificativos) porque nos dio de memoria unas cifras y resultaron ser erróneas; que si la mesa de dulces gigantesca que pidió salió carísima y tildó de “ladrona” a la pastelera; que si hoy quiero solomillo, mañana carrilleras y pasado un pescado, volviendo loco al cocinero y tachándolo de “lento y retrasado” por no elaborar el presupuesto del cambio a los 5 minutos de enviarle el correo electrónico. Y suma y sigue. 

Todo era mi culpa por haber elegido el sitio y, si algún antojo no entraba dentro de nuestro rango de precios, era mi culpa por no ganar un mejor sueldo. 

Exploté

Cuando recibimos la factura final, el precio de la boda superaba con creces la entrada para un piso y a mí me resultó absurdo. Me senté a hablarlo con ella y se victimizó, diciendo que siempre había soñado con el día de su boda y que yo se lo estaba “jodiendo” con límites y recortes. Al verla llorar, llamé a la organizadora de la boda y le dije que, sea como fuese, ajustase el total de la factura o nos veríamos forzados a cancelar la boda con ella y sus proveedores.  La respuesta de la wedding planner fue tajante: “Vale, cancélala. No hay dinero que pague el maltrato que hemos recibido estas semanas”. 

La cabeza me hizo “clic”. Esa gente se había dejado la vida en satisfacer los deseos de mi novia, que nada tenían que ver con los míos, y solo habían recibido desprecio. Pretendíamos pagar 30 mil euros y nos dijeron “vale, pero largaros”. Joder, me dijeron que si me iba de verdad me devolvían hasta la entrega a cuenta que se usa como fianza para reservar la fecha. Estaban fritos por librarse de nosotros. De ella. Y yo también. 

Estaba hasta las pelotas, hablando mal y pronto; pero no de los trabajadores, sino de ella. Yo también me había hartado de ella y de su versión más oscura. Esa sombra gris, tan caprichosa como tirana, que se extendía a su alrededor. A una semana de la boda, entendí que no quería pasar el resto de mi vida con alguien así; con una mujer que quería a mis familiares sentados en la puerta de la calle y que no me dejaba escoger el color ni de una triste servilleta; una mujer cuya virtud es manipular y ofender. 

Con todo el dolor de mi corazón, la dejé a una semana de la boda. 

 

Anónimo