Razones por las que prefiero vivir sola aunque tenga pareja: te las cuento.
Tengo casi cuarenta años, un trabajo estable que me podía motivar más, pero que he conservado incluso con la pandemia, y un pisito muy cuqui a medias con el banco.
Además, tengo una familia a la que adoro y un círculo de amistades reducido, pero de gran calidad.
A mí, tal y como están las cosas en este mundo loco en el que vivimos, me parece que soy una tía más que afortunada.
A las vecinas del pueblo… les doy penica. Porque, ay virgencita, no tengo un hombre a mi lado ni he formado una familia.
No sé lo tengáis en cuenta, son mayores y no tienen acceso a Internet (viven en una zona gris de esas a las que no llega ni la cobertura de Vodafone, las pobres).
Ellas no lo saben, pero hace más de dos años que salgo con alguien.
No es mi primera relación. Ni la segunda ni la tercera. Lo cierto es que he estado con más hombres de los que quiero recordar ahora mismo. Por tanto, tengo una dilatada experiencia en rupturas, cagadas, desencuentros y hasta infidelidades.
He llegado a un punto en el que creo estar en disposición de saber qué me conviene y qué no en cuanto a las relaciones sentimentales. Al menos por la parte que me toca, claro está que no puedo controlar los actos de los demás.
He dicho que en la actualidad salgo con alguien porque, técnicamente, es lo que hacemos mi chico y yo, salir juntos. Ya que no nos hemos planteado ni por un momento convivir, básicamente porque yo no quiero. He experimentado la convivencia antes y no me han quedado ganas de repetir.
¿Por qué?
Tengo mis motivos y estas son las razones por las que prefiero vivir sola, aunque tenga pareja:
- LA SOLEDAD. Soy un ser social, como la mayoría de los humanos, pero en ocasiones me gusta estar sola. Me gusta el silencio. Necesito poder ser 100 % yo misma de vez en cuando, sin tener que preocuparme porque haya otra persona compartiendo espacio conmigo. Tal vez más a menudo de lo que se puede considerar normal, no lo sé.
- MANÍAS. Tengo manías. Muchas. Y estoy en una etapa vital en la que no me sale del coño ceder ni disimular ni soportar las de los demás. Mucho menos en mi casa, donde quiero ser libre para darme a mis peores vicios y costumbres más locas sin que nadie me juzgue por ellos o me sienta obligada a reprimirme.
- DESPERTADOR. Supongo que puede parecer una soberana estupidez, pero no quiero escuchar cada mañana otro despertador. Ya es suficientemente duro tener que despertarte día tras día con la alarmita de marras, como para encima tener que soportarlo por duplicado. Que no, que no. Paso.
- LA CAMA. Dormir acurrucaditos tiene su punto. Un rato y cuando hace frío. Yo amo disponer de toda la cama para mí sola. Dar vueltas, estirarme toda, dormir en diagonal, cambiarme al lado fresco si me despierto de madrugada sudando… Lo de dormir en pareja está tremendamente sobrevalorado.
- DECISIONES. Mientras viva sola yo soy quien toma las decisiones. Yo decido qué gastos hago, cuáles no. Decido si limpio, si recojo, si vivo en el caos. Si lleno la nevera o la tengo vacía. Si hago de comer o no. No me siento en la necesidad de renunciar a eso.
- MI TEMPLO. Mi casa es mi templo, una extensión de mi cuerpo. Por eso me cuesta tanto compartirla. Como ya he dicho, lo he hecho con algunas de mis parejas y no fue bien. Quizá se debiera a que no eran los compañeros adecuados, quién sabe, pero no me apetece probarlo más. En mi templo no hay espacio más que para mí.
Puede que penséis que soy una egoísta, que no quiero a mi chico o que voy de sobrada. Pero no es así, en absoluto.
Es solo que estamos de maravilla a nuestra manera, viéndonos cuando queremos, pasando juntos las noches que nos apetece, disfrutando de nuestro espacio cuando queremos estar solos… Nos va de fábula. Tanto que no quiero poner en riesgo lo que tenemos ni lo bien que estamos al vivir bajo el mismo techo.
Porque la convivencia tiene sus ventajas, pero también somete a las relaciones a un desgaste que no estoy dispuesta a asumir.
Y, qué coño, ¡que me encanta vivir sola!
Anónimo.
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