Saber lo que había bajo aquel bañador era una auténtica tortura. Le veía reír al otro lado de la piscina con la cerveza en la mano mientras el sol le quemaba la piel. Aquella piel en la que había dejado mis marcas y, de la que me era imposible olvidar su tacto. Cuando dio un sorbo, no pude evitar fijarme en que una gota de condensación caía por su mano y recorría el brazo hasta caer sobre su pecho y, joder, qué envidia sentí de aquella gota. Desde aquella noche en la que follamos en silencio en la habitación de al lado mientras mi amiga roncaba como un cosaco, no había podido parar de imaginar en lo bien que se sentiría pasear mi lengua por cada centímetro del cuerpo de aquel hombre. 

Habían pasado algunas semanas desde aquel polvo de escándalo pero, no pasaba ni un solo día en que no me pusiera cachonda recordando aquellas manos, aquellos tatuajes empapados en sudor y, en su voz ronca pidiéndome que no parara hasta corrernos juntos. Siempre que me acaloraba pensando en él, me metía en la ducha buscando que el agua fría me refrescara la mente pero, daba la casualidad que, incluso antes de abrir el agua, yo ya estaba mojada y, apoyada sobre la pared de granito, comenzaba a recorrer con los dedos cada uno de los lugares en los que sus manos habían dejado su sello. Tocarme solo me relajaba momentáneamente, mi cuerpo necesitaba más, necesitaba del calor que el padre de mi amiga me había dado hacía varias noches atrás y, por eso, cuando me invitó a la fiesta de la piscina, acepté sin dudar. 

Allí estaba sentada en la hamaca con el mejor de mis bikinis junto a dos de mis amigas. Intentaba no quitarle ojo pero, para ser aún más sincera, también intentaba que no me lo quitara él a mí. Cogí la crema solar y comencé a masajearme las piernas, me agaché de forma que él tuviera visión total de mis tetas y, en un instante de despiste del resto, le dediqué una mirada lasciva y me mordí el labio inferior. Vi cómo tragaba saliva y su pecho se llenaba de aire aguantando un suspiro. Le dijo algo que no atiné a escuchar a sus acompañantes y, con un ligero movimiento de cabeza, me indicó que le siguiera. 

Sentí que el pulso se me aceleraba y, que una gota de sudor resbalaba por mi espalda. Me levanté excusándome con ir al baño y me metí en la casa. A pesar de haber estado allí miles de veces, me sentí perdida cuando no le vi ni en el salón ni en la cocina y, di un respingo cuando escuché su voz a mi espalda y me abrazó desde atrás. Sus manos comenzaron a recorrer mi cuerpo lentamente pero con fuerza hasta el punto de notar cómo mi piel ardía por el roce. Giré la cabeza por encima del hombro y le besé brevemente. A pesar de que tenía ganas de tirármelo allí mismo sobre el sofá, sabía que alguno de los invitados podría entrar en cualquier momento y me cohibí. Me susurró al oído cuántas veces se había masturbado pensando en lo que había ocurrido aquella noche y, sentí cómo mi entrepierna volvía a humedecerse. Me cogió de la mano y, mirando hacia todos lados para percatarse de que nadie nos había visto, nos dirigimos a un semisótano en el que ya había estado con mi amiga hace un par de años cuando, a escondidas, quisimos robarle un par de cervezas… ¡Ay, la adolescencia! ¿Quién me iba a decir a mí que volvería a aquel sótano a beber algo totalmente distinto…?

Me señaló con el dedo una pequeña ventana que conectaba directamente con el patio, de modo que, deberíamos estar nuevamente en silencio para que no escucharan lo que íbamos a hacer. Le besé con cierta ansiedad y noté contra mi cadera, cómo su polla comenzaba a despertar. En un instante, noté que mi sujetador caía al suelo y me sorprendí, pues no sabía en qué momento había desatado los nudos pero, no me importó en absoluto. Me recostó sobre la mesa de billar y se encaminó hacia el mueble-bar, sacó una botella de mi licor de fresa favorito y sonrió con maldad.

Mi respiración se volvió agitada, verle caminar hacia mí medio desnudo y empapado en sudor, me excitaba aún más de lo que imaginaba. Volvió a tocarme comenzando por el muslo y terminó de acostarme bocaarriba sobre la mesa. Escuché cómo destapaba la botella y no pude evitar un leve gemido provocado por el frío del licor cayendo sobre mi piel. Intenté centrarme en cómo reaccionaba al verme en aquella situación pero, él estaba demasiado ocupado vertiendo poco a poco el líquido de color rosa sobre mí. Tragué saliva armándome de valor y, cuando por fin volvió a mirarme a la cara, mojé los dedos en los restos que iban deslizándose hasta caer sobre la mesa y, comencé a rozar mis pezones hasta que se pusieron totalmente duros. Enarcó una ceja y sonrió; había entendido perfectamente lo que quería. Dejó la botella a un lado y comenzó a lamerme con paciencia y totalmente concentrado para no desperdiciar ni una sola gota del licor que había echado sobre mí. Gemí con fuerza cuando su lengua rozó la punta de mi pezón derecho y arqueé la espalda.

Me asusté creyendo que me recriminaría, pues ya me había advertido que debíamos estar en silencio pero, cuando le miré, el brillo de sus ojos y su lengua humedeciendo los labios, me tranquilizó un poco. Dirigí la vista unos segundos hacia el ventanal porque me pareció escuchar unas pisadas cerca y, fue entonces cuando aprovechó a hincarme el diente cual lobo feroz a su caperucita. Cogió mis pezones con ambas manos y los masajeó con suavidad mientras su boca se perdía en mi entrepierna. Elevé las piernas en un actoreflejo y recorrió lentamente alrededor del clítoris. Sentí un escalofrío recorrerme la columna y, se intensificó aún más cuando volví a sentir el licor frío en la parte más caliente de mi cuerpo. Me sonrió tan solo un segundo y, como si se hubiese transformado por la influencia de la luna llena, agarró mis muslos con fuerza y comenzó lamer y a succionar levemente. En ese momento me olvidé de todo el mundo: de mis amigas, de los invitados, del sitio en el que estábamos, del silencio… y me dejé llevar por la situación. Traté de incorporarme un poco para verle, necesitaba hacerlo y, me devolvió la mirada sin dejar de lamer ni un solo segundo.

Aquella imagen hizo que mi cerebro experimentase una especie de cortocircuito y, me dejé caer de nuevo sobre la mesa mientras cerraba los ojos con fuerza y, volvía a sentir uno de aquellos orgasmos que  él me había hecho descubrir. 

 

Nuria Medina.

IG: @yuyamhdez